Sueños de hielo
“Yo soy Tonya” recrea la historia real de una famosa patinadora sobre hielo.
En el repertorio de los incontables ciudadanos tras la quimera del éxito, valor absoluto de una sociedad como la estadounidense, Tonya Harding intentó resplandecer en la sección deportes. Según informa el filme de Craig Gillespie, después de luchar por todos los medios para ser la número uno del patinaje artístico, hoy se adjudica a sí misma un título que poco tiene que ver con los entrenamientos: en la actualidad dice ser una buena madre.
Tal proeza vincular se entiende gracias a la madre de la protagonista, un personaje que parece inspirado en Violencia Rivas, esa criatura desinhibida concebida por Diego Capusotto y Pedro Saborido, capaz de maltratar a su hija debido al descontrol de sus nervios. La madre de Tonya puede lanzar un cuchillo a su hija o describirla como “una lesbiana sin gracia”. Madre terrible la de Tonya, una frustrada camarera que quiso transformar a su hija desde los 4 años en la mejor patinadora estadounidense.
En efecto, la historia empieza a esa edad de la protagonista y se detiene a sus 23 años. La deportista jamás pudo deslizarse sobre el hielo en otra geografía que la de su país. Los Juegos Olímpicos eran el gran objetivo, ser una celebridad era su vocación. Sin duda, observar a Harding es una recompensa que prodiga el filme, narrativa y formalmente: cuando la joven gira por el aire a una velocidad sorprendente el placer es una conquista de todos. A Gillespie le permite componer coreográficamente sus planos, a la actriz-personaje justificar sus esfuerzos y al público admirar las proezas de un cuerpo tosco estetizado por horas de entrenamiento para desafiar la gravedad y delinear en el movimiento alguna figura pletórica de hermosura.
El patetismo generalizado en el relato no significa que Gillespie haya asumido un tono condescendiente con sus personajes. Todos los protagonistas pertenecen a la diezmada clase trabajadora estadounidense, la que votaba a Reagan y ahora a Trump.
El énfasis puesto en señalar que la razón del fracaso de Harding tiene más que ver con sus modales ordinarios y la pertenencia de clase de los protagonistas es lo que define la perspectiva desde donde se ejerce una crítica al orden simbólico que distribuye y dota de significado a los lugares de todo individuo en una sociedad. Sucede que un tono ligero predomina, a tal punto que el retrato de Harding y su mundo tiende más a la sátira que al drama. Es un problema de registro dramático, el cual se verifica especialmente cuando la violencia de género resulta determinante.
De Yo soy Tonya se imponen las interpretaciones, algún que otro plano secuencia para filmar los interiores, la atinada selección de temas musicales y casi todas las escenas de patinaje. El escollo mayor del filme reside en conformarse con el lugar común del esbozo sociológico y la sustitución del drama por un heterodoxo costumbrismo matizado con dosis de comedia.