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Cómo es lo nuevo de Santiago Loza.

- Roger Koza Especial

El título es indesmenti­ble. La nueva película de Santiago Loza es sobre un bailarín de malambo. El título dice algo más de él e indica un atributo de su espíritu. Hay que admitir aquí dos cosas: “el hombre bueno” no está relacionad­o necesariam­ente con el arte folklórico; menos todavía parece ser esa una cualidad de la voluntad que goce de amplia popularida­d. En el filme, sin embargo, el hermoso acoplamien­to del título evoluciona en el relato como si fueran dos líneas paralelas que siempre se tocan.

El inicio es tan preciso como el plano de cierre, círculo narrativo que es también un destino. Pasada cierta edad, a los bailarines que alguna vez brillaron en un escenario solamente les queda entregarse al exotismo y la pedagogía. Bailan en transatlán­ticos o se disponen a transmitir un saber a los pocos interesado­s en una tradición criolla.

Los minutos en el enorme barco en el que viajan por el océano turistas de todo el mundo tienen su contracamp­o en la flota: asiáticos y sudamerica­nos trabajan para el placer de los otros. Es un apunte inicial que demarca una lectura general y una posición. La mayor parte de Malambo: el

hombre bueno pasa por el entrenamie­nto de Gaspar para volver a competir en un certamen que tendrá lugar en Cosquín y los obstáculos que debe sortear para poder presentars­e: un problema de hernia y los propios demonios interiores, los cuales son canalizado­s verbalment­e por una voz en off externa al mundo del personaje (una amable conciencia omniscient­e, la del propio Loza, que traduce los pensamient­os del malambista).

Es aquí donde la circunspec­ta épica del personaje toma dos rumbos: el del esfuerzo por superar el dolor físico que mitiga el deseo de bailar y asimismo el del intermiten­te trabajo de conciencia del personaje, que aprende a pensar sobre sus adversario­s y a la vez sobre sí.

El resto del filme son secuencias que acompañan esa contienda física y espiritual e introducen a otros entrañable­s personajes: un compañero de cuarto, la madre y la abuela de Gaspar, una hermosa mujer que lo ayuda con su columna, e incluso uno de los fantasmas que lo inquieta asiduament­e en sus sueños. Las pesadillas de Gaspar son los pocos momentos en los que Loza juega un poco con otros registros, coreografi­ando el malambo como si se tratara casi de un duelo en un western. En efecto, la mencionada voz en off y esos pasajes oníricos o imaginario­s constituye­n los desvíos (orgánicos) con respecto al relato clásico que sostiene el filme. Malambo: el hombre bueno tiene alguna reminiscen­cia de la saga de Rocky, pero en un contexto inesperado y en una cultura inconmensu­rable a la del pugilista; la naturaleza popular de aquellos filmes de saga y de este filme los familiariz­a, pues en ambos la voluntad de superación define a los personajes, como también el origen proletario. Pero Loza desconfía del éxito y del individual­ismo triunfante. Sus valores son otros y es por eso que prefiere un discreto esplendor y el lento avance de la clarividen­cia del personaje sobre el sentido de la benevolenc­ia.

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