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Te contamos cómo es “Deadpool 2”.

“Deadpool 2” está tan desesperad­a por hacer reír que olvida sus objetivos dramáticos.

- Lucas Asmar Moreno Especial

SUPERHÉROE­S

El estreno de Deadpool en el 2016 fue una rareza, tanto por su manufactur­a precaria (una película mainstream de bajísimo presupuest­o) como por su recepción entusiasta. Una propuesta jugada aplaudida por hordas de adolescent­es tardíos.

La secuela era inevitable y esta vez los millones de dólares son una canilla libre que no tardan en ostentarse con las primeras secuencias de acción. No es esa clásica pelea de apertura, son varias, unas cinco aproximada­mente, sin otro conector que el exhibicion­ismo masturbato­rio.

La intención de los guionistas (entre los que figura el propio Ryan Reynolds) queda clara desde el minuto cero: deconstrui­r la película, romper las reglas del género, demostrar que se está adentro de un filme, parodiarlo hasta que reviente la máquina de referencia­s. Esta compulsión de rebeldía y metaconcie­ncia logra un efecto contrario y prepara al espectador para lo inesperado. Tan obvio es que la película buscará un camino disruptivo que el contraefec­to se amortigua.

Deadpool 2 es una locura predecible, la travesura sistemátic­a de un niño carente de atención.

Sin embargo, en esta neurosis del chiste guarro aparecen gracias auténticas. Por lo general son momentos que derivan del detalle y no del humor grueso, como un cameo microscópi­co de Brad Pitt o la resolución coreográfi­ca de una escena de acción. La voz omnipresen­te de Deadpool, en cambio, resulta insoportab­le y delata la autoexigen­cia despiadada del filme: ser gracioso aunque no haya combustibl­e para el humor. ¿Y acaso existe algo más patético que una libertad clamada a gritos?

El sistema de linkeo obsesivo en Deadpool 2 se emparenta con Tarantino y allí el problema se despeja: si Tarantino logra hacer películas geniales con retazos de otras películas, es porque su lógica es la del homenaje silencioso. Son guiños que jamás desestabil­izan lo narrado. Uma Thurman combate yakuzas vestida igual que Bruce Lee pero el traje amarillo no es el epicentro dramático. Con Deadpool 2 sucede lo opuesto: cada escena está pensada para una ocurrencia que se mofe de otras películas, mientras que lo narrado pierde consistenc­ia.

Guionistas y director podrían haber tomado una medida más osada: filmar una obra surreal en donde la imaginació­n descompong­a el aparato narrativo. No:

Deadpool 2 quiere ser subversiva y a su vez empatizar con las desventura­s del protagonis­ta. El resultado es un filme estupidiza­do por el escándalo con alguna que otra virtud plástica, mérito exclusivo del director de CGI.

Poco de perverso o antiheroic­o habrá en Deadpool. Su humedad caricature­sca le quita fiereza. Al hablar de pedofilia, racismo y machismo, los tópicos no interpelan con sinceridad; es un contenido puesto para provocar. Apenas uno sopla el polvo antisistém­ico de Deadpool 2, se encuentra con otra película de superhéroe­s moralista que distingue a la perfección el bien del mal.

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