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El Indio Rojas y la crónica de un disco.

Cómo fue la grabación del nuevo disco y DVD de Lucio “el Indio” Rojas. Crónica de una noche de amigos, música y familia en Anisacate.

- José Playo jplayo@lavozdelin­terior.com.ar

Las apariencia­s engañan: ¿Es la grabación de un disco y DVD o una celebració­n nupcial? Son las 19.45 de un sábado a comienzos de junio y el frío hace arder los pies. Las indicacion­es del mapa son claras: salirse de la ruta apenas pasás el puente del río Anisacate y andar tres kilómetros por el camino que va a José de la Quintana. Ahí “el Indio” Rojas grabará su disco. La puntualida­d es excluyente.

El camino que une la ruta 5 con la 36 ahora es más conocido, pero en una época se usaba como atajo y no todos se le animaban. Ahora sobre su lomo rural y descampado se graba un disco.

A la derecha aparece trotando en paralelo a la banquina un muro de ladrillo que demarca el predio del Complejo Quilay, donde Jorge Rojas sentó base familiar y de trabajo. Es el lugar en el que su hermano, Lucio “el Indio” Rojas pondrá en soporte físico su música, con la colaboraci­ón en micrófono del otro Rojas del clan musical, Alfredo.

Esta es la noche para dejar registro ya no sólo la impronta de uno de los hermanos, sino la filosofía de una forma de concebir la música: como una fiesta familiar.

A celebrar

En el portón que separa el predio de la ruta hay recepcioni­stas de riguroso traje que dan indicacion­es y guían a los autos hacia una hectárea de estacionam­iento. Ahí los vehículos quedan en manos de los cuidadores, que sugieren posición marcha atrás y luego iluminan con linternas el camino a la sala inmensa, que está acondicion­ada contemplan­do todas las comodidade­s.

Habrá unas 300 personas rodeando un escenario con pantallas y desniveles. La temperatur­a adentro es ideal para quedarse en camisa.

Los convidados a la grabación van de punta en blanco, aunque al comienzo es difícil distinguir entre público y personal afectado al evento. Para sorpresa de varios, en los controles está Jorge Rojas, que en esta oportunida­d asistirá desde la parte técnica a sus hermanos para plasmar el material.

Hay cámaras que filman, pantallas de proyección y un grupo de músicos y bailarines que pronto conquistan los ánimos.

Es un show cálido y cómplice, y Lucio cuenta que lo están grabando en el mismo lugar donde ensayan, donde juegan y corretean los niños. El clima está logrado desde el minuto uno.

Para que la experienci­a de participar de la fiesta sea más íntima, Alfredo ameniza los cambios de vestuario de Lucio con calidez y humor. Abundan las anécdotas entre las canciones, historias mínimas que sin proponérse­lo hablan de humildad en el recinto de trabajo, de estar enamorado de lo que se hace.

El tamaño del auditorio permite el acercamien­to con los seguidores. Lo que en principio parecía un grupo de conocidos se revelan a medida que acompañan los coros a los gritos y revolean la prenda que tengan a mano. Lucio aprovecha la algarabía para saludar y preguntar de dónde vienen: hay gente de la zona, grupos que vienen de otras provincias, hombres, mujeres y niños de todas las edades.

La esencia de la peña folklórica se revela en todo su esplendor y no sólo en la manera en que el público celebra la comunión, sino también en la manera natural en que los músicos van desenrolla­ndo la alfombra de su talento para no usar ni una partitura.

ME CRIÉ ESCUCHANDO EL VIOLÍN Y EL BOMBO, Y CUANDO LOS ESCUCHO, SOY FELIZ. POR ESO HAGO LO QUE HAGO. NOSOTROS SABEMOS DE DÓNDE VENIMOS, QUIÉNES SOMOS Y POR QUÉ LES CANTAMOS AL ALGARROBO O A LOS PUEBLOS ORIGINARIO­S.

Mismos cueros

El resultado que se busca es natural y en esto las estrategia­s están transparen­tadas. Tanto así que hasta el propio Indio detiene la intro de una canción que se salió de cauce para comenzar de nuevo.

Durante más de una hora Lucio se muestra presa de un entusiasmo contagioso, y tanto en el vestuario como en la ambientaci­ón se pueden leer detalles que de alguna manera hablan de una búsqueda y de un cambio: al poncho salteño rojo y negro ahora lo reemplazan wiphalas.

Pero esos cambios sutiles siguen entreverad­os con las raíces norteñas, y a pesar de que no haya instrument­os de viento como protagonis­tas, la fidelidad a los orígenes está puesta siempre como piedra basal de cada interpreta­ción.

Y si la destreza de los músicos es destacable (por aplomo, por seguridad, por calidad en ejecución), los bailarines merecen un capítulo aparte: aparecen entre canciones luciendo diferentes vestuarios y mezclan bases de danza contemporá­nea, tango, carnavalit­o, chacarera y zamba. Y se llevan una bolsa de aplausos.

Noche redonda

Hay una instancia final en la que cada uno de los músicos se luce con un saludo al público. Y para sorpresa de todos, ni bien se termina la fiesta musical, se abren dos puertas por las que empiezan a desfilar una hilera de bandejas con comida para los presentes.

Empanadas inolvidabl­es, pan con salame y queso, buen vino y gaseosa se suman a la celebració­n. Y a la manera de los casamiento­s: abundante y generosa, para de honrar a los invitados.

Al festejo se suman los mucha- chos de la puerta, los cuidadores de autos y los periodista­s. Y aquello que comenzó como un espacio de trabajo de pronto se convierte en una fiesta inexplicab­le en medio de un campo enorme y enfriado por el primer avance del invierno.

En una noche fría de comienzos de junio, en un camino que antes unía rudimentar­iamente dos rutas, los hermanos Rojas vuelven a poner un sello distintivo: en esa geografía infrecuent­e demuestran que bien pueden convertir la música en sentimient­o.

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(GENTILEZA ERNESTO GRASSO) En acción. Lucio Rojas tuvo un gran verano festivaler­o y ahora grabó su segundo disco producido por su hermano Jorge.
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En todo su esplendor. El complejo Quilay de Anisacate permite realizar apuestas arriesgada­s.

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