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No hacen la plancha

Los Increíbles tienen el traje listo para sus nuevas aventuras. Los Parr protagoniz­an la secuela 14 años después.

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

Cuando Los Increíbles se estrenó en 2004 los superhéroe­s todavía eran una mala palabra en el cine, la prueba agri- dulce para los lectores de cómics de que la adaptación digna era una utopía en bancarrota. 14 años después, la familia con superpoder­es animada de Pixar vuelve a las andanzas para reclamar protagonis­mo en una cartelera saturada por el género, con la salvedad de que el clan de los Parr siempre fue una creación original con el acento puesto en la célula familiar: no es otra la esencia de la secuela que llega esta semana, uno de los tanques de animación del año que

vuelve a dirigir Brad Bird y que

esta vez pone a Helen/Elastigirl como eje femenino de la aventura.

En un mercado donde la secuela está al orden del día como estrategia de especulaci­ón onerosa, los 14 años que se tomó Bird en concebir

Los Increíbles 2 suenan a pereza suicida, década y media que no pasó en vano: los gráficos digitales dejaron de ser la novedad al orden del día, Pixar fue absorbida por Disney (en 2006), Bud Luckey –la voz original detrás del agente Rick Dicker– murió y Spencer Fox –que interpreta­ba al hiperveloz Dash– maduró y, como se apuntó antes, los superhéroe­s se convirtier­on en una milagrosa gallina de oro para Hollywood.

Los Increíbles, hito en su momento con 630 millones de dólares recaudados en el mundo (es el quinto filme más taquillero de Pixar) y dos Oscar a su favor (por mejor animación y edición de sonido) siempre fue una favorita para reincidir, por más que su realizador esgrima el romanticis­mo como fundamento.

Tiempo atrás

“No creo que continuar un filme exitoso con una secuela sea la mejor idea en términos creativos. Lo mejor es tomarse un tiempo, pensarlo un poco, disfrutar el proceso”, reconoce Bird, que se sumó a Pixar en su esplendor (venía de trabajar en Los Simpson ) para hacer de Los Increíbles su criatura más añorada después del temprano y de culto El Gigante de

Hierro (1999), un robot animado gestado para Warner Bros que tuvo una aparición hiperreal en la reciente Ready Player One de Steven Spielberg. Más tarde Bird hizo Ratatouill­e (con Jan Pinkava) y las de carne y hueso Misión

imposible 4 y Tomorrowla­nd a la vez que dejaba congelar a los Parr en un tentador freezer.

“La secuela seguía presente al fondo de mi mente, pero tenía otras preocupaci­ones. Y mientras más lo masticaba, más pensaba ‘Sí, sería genial’. De repente pasaron 15 años y me dije ‘Pucha, mejor me pongo en marcha’. Pero no fue un movimiento intenciona­l, calculado. Probableme­nte hubiera sido más inteligent­e hacerla pronto si el fin era económico, pero di varias vueltas hasta que la secuela me pareció lo correcto. No pude esperar más, ya era mucho tiem- po”, apunta Bird.

Si bien el talento del director sugiere ser la superlenti­tud, lo cierto es que Bird estaba más bien protegiénd­ose de un villano peligrosam­ente insaciable: el fan. “Si hacés la segunda parte, ahí nomás te están preguntand­o ‘¿Para cuándo Los Increíbles 3?’. Cuando hacés un buen trabajo inmediatam­ente ocurre eso”, dispara el director. Y continúa: “Honestamen­te, es un poco deprimente cuando en las redes sociales la gente, incluso en tonos muy amables, te sugiere que hagas películas como la octava Iron Man o la 17ª

Star Wars o una versión con actores de El Gigante de Hierro. Cuando yo empecé a hacer cine era ‘¿Francis Coppola va a Vietnam? Alucinante’, o ‘¿Martin Scorsese quiere hacer un musical? Buenísimo’. Nadie le estaba pidiendo otra Taxi Driver”.

Cambio de roles

Los Increíbles 2 retoma la historia allí donde había quedado la primera, con los Parr percibiend­o cómo el titánico Subterráne­o acecha la paz retro de Metroville.

En una vuelta de tuerca que es asimismo un cambio de roles, aparece en escena un empresario de telecomuni­caciones que le ofrece a la elástica Helen la posibilida­d de volver al ruedo como superheroí­na. Así, su marido musculoso Bob debe dejar por un rato el altruismo fantástico para cuidar a los niños – Violeta y Dash– junto al bebé JackJack, que sorprende a todos perfilándo­se como el más poderoso del equipo, hasta que un villano aparece en escena y entonces Los

Increíbles hacen valer el combo.

No es otra de superhéroe­s

Bird: “Si pensáramos en esta como en una película de superhéroe­s probableme­nte nos hubiéramos estancado. Pero no lo hicimos, porque siempre sentimos que lo que hace exclusivos a Los

Increíbles es que son una familia. Sus superpoder­es se basan en los roles familiares icónicos del hombre, la mujer y los niños. Se supone que el padre sea fuerte, que la madre se estire en varias direccione­s, que los adolescent­es sean indefensos e inseguros y por eso Violeta genera escudos de fuerza e invisibili­dad, los chicos de 10 años son bolas de energía y a los bebés nadie los conoce, podrían no tener poderes o ser los próximos líderes del mundo libre. Cada talento se deduce del lugar dentro de la familia y eso es único, el eje de todo radica en las estaciones vitales”.

Al final de cuentas puede que haya una secreta chispa idealista en el megaestren­o de la semana, el reflejo animado de una experienci­a real: “En apariencia Los

Increíbles 2 es una película comercial, pero para mí resulta en verdad extrañamen­te personal. Tiene muchas de las cosas que yo amaba a los 10 años, combinado con la familia en la que crecí y la que actualment­e tengo con mi mujer e hijos. Más allá de su confección pop y colorida es un filme muy cercano a mí”, confiesa el director.

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