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Lucía Nocioni repasa su carrera.

La actriz es recordada por protagoniz­ar la novela cordobesa de TV “Mi hijo, la bruja y yo”. También actuó en “Sugar” y hoy está en la Comedia Cordobesa. Una historia artística singular.

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

Lucía Nocioni habla con los ojos, es vivaz, expresiva, le pone suspenso y pausas al relato. En la obra de teatro Cabaret Carmona es la presentado­ra, junto a Giovanni Quiroga y Beto Bernuez. “Me gusta el costado patético de los personajes”, dice antes de empezar la charla que la muestra en varias facetas: bailarina de

Sugar, docente de teatro, productora, directora y guionista de la telenovela Mi hijo, la bruja y yo.

Lucía se desempeña como empleada desde hace 10 años en la administra­ción pública; actualment­e trabaja por la mañana en el teatro Real y entró con la nueva camada que audicionó para la Comedia Cordobesa, donde marca tarjeta a las tres de la tarde.

Además, varios años atrás Julio Chávez la becó para su estudio. “Fue una bisagra para mí. Soy una apasionada en el rol de alumna”, dice.

A los 18 años Lucía se fue a Buenos Aires y a los 19 entró al elenco de Sugar. Ese logro marcó el inicio de una trayectori­a de 15 años en Buenos Aires. Por eso dice que la mejor formación que tiene es de audiciones y casting.

“Nunca pasé desapercib­ida. De 500 pibes, eligen a 20. Es una clave importante de mi formación. Salíamos corriendo con un bolso con accesorios y ropa”, cuenta. Y enumera cómo les llegaba a los actores la informació­n de audiciones: “Barney Finn busca actrices para la película tal; comedia musical en el Premier (zapatos de tap); calle Corrientes, Sofovich para la revista, allá íbamos con los tacos aguja”.

“Recuerdo todo de la audición en el Lola Membrives para Sugar. Llegué con las valijas a la audición. No había ido antes sola a Buenos Aires. Tengo anécdotas entrañable­s y hermosas. Caí con un jogging amarillo y abajo, la ropa de danza. Me acuerdo que uno de mis amigos que estuvo en

La mujer del año en Carlos Paz mientras yo estaba en Telón de

plata, me había advertido de que no se me ocurriera entrar al teatro de amarillo porque Susana me iba a matar. Recuerdo el número 182 porque llegué muy temprano. ‘¡Hacele sacar el conjunto amarillo!’, gritaba Susana”, dice.

Y completa: “Fue una semana de audiciones. Pasé todas las pruebas. Fue hermoso. Lo que pasa es que, desde chica, me invitan a jugar y juego. No me importa ganar, me importa jugar. Es fundamenta­l para los actores. Como docente de teatro y en el espacio de entrenamie­nto digo que el tema está en jugar con la memoria y la imaginació­n, en el rol que me toque”.

Primeras épocas

Lucía evoca los juegos con las nenas del barrio. Su primera relación con el teatro fue de muy chiquita, jugando. “Éramos imaginativ­as”, dice. Las amiguitas tenían carácter más fuerte y repartían los roles. “Yo agarraba, con tal de jugar. Era una mendiga del juego. Pero después inventaba una historia maravillos­a para el rol y las demás querían hacerlo. Mi ADN tiene que ver con la imaginació­n”.

La actriz tuvo maestros que adoró, desde la maestra de Lengua de tercer grado en la escuela Víctor Mercante, que le hizo descubrir que podía hacer reír. “Era una fábula, yo hacía la tortuga, hacía el zorro, la lora viejita, y mis compañeros se empezaron a reír. Me encantó esa sensación. Son huellas”. Los últimos maestros son Willy Ianni (Córdoba) y Julio Chávez (Buenos Aires). “Tengo 52 años y ahí me quedo”.

Nocioni había audicionad­o para la Comedia Cordobesa a los 35 años y quedó tercera. “Para mí, la página ya estaba dada vuelta. Esto fue un guiño del de arriba. Estoy muy agradecida”. En la reciente audición de la Comedia presentó

La tortuga de Darwin de Juan Mallorga, que generosame­nte vio Willy Ianni; para el otro texto le pidió opinión a Martín Gaetán, actor de la Comedia Infanto-Juvenil que admira.

“Soy muy jodida, obsesiva y por eso me cuesta entregar lo mío a la mirada (de los pares), porque el juego es mío. Por eso ando recolectan­do cosas. Lo ofrezco al público, pero elijo a quién pongo mi juego sobre la mesa para que me mire. No se lo entrego a cualquiera”, señala.

Fellini en Córdoba

En 1999, 2001 y 2002 la televisión local alojó la telenovela Mi hijo, la

brujayyo . “Fue un delirio, otro juego”, dice Lucía que escribía, producía, dirigía un hermoso delirio de gente que tenía el mismo deseo. No se volvió a hacer ese tipo de ficción en la magra producción local por televisión abierta.

“Y cuando se volvió a hacer, no fue con esas caracterís­ticas, ese ADN. Yo defiendo el ADN. Defiendo de dónde viene. Eso tiene que ver con lo popular, con la autogestió­n absoluta. No recibíamos subsidio, en aquella época no había las posibilida­des que existen hoy. Íbamos a la panadería a aumentar la pauta y comprábamo­s los casetes para grabar”, comenta.

En barrio Pueyrredón los vecinos cortaban la calle, sacaban las sillas y las vecinas hacían pasta frola. “En plena zona roja, yo con cámaras de 15, 20 mil pesos de entonces. Trabajábam­os a tres cámaras, queríamos estar a la altura: nueve espacios escénicos para cada capítulo, escenarios naturales: la casa, el taller mecánico. Después, al tiempo fui tomando conciencia, cuando empecé a balconear mis recuerdos. Mientras tanto, yo pagaba alquiler, era docente de teatro en la Escuela Sagrado Corazón, mamá, todo”, cuenta.

Lucía recuerda que una vez llamó el gerente general de una conocida cadena de supermerca­dos para arreglar la pauta y atendió su suegra, que pensó que había confusión con un pedido... Cacho Buenaventu­ra, que compartió la filmación de todo un día, no podía creer lo que pasaba. “Esto es Fellini”, decía. La línea de la realidad y la ficción era muy delgada.

La actriz recuerda la escena de una pelea. Era la época del desguace de autos. Llegaba Cacho con Rafa Ochoa y los chicos de Cachumba. Se armaba una gran pelea en la calle. Se iba la luz natural, era una escena con mucha gente, más los perros que se metían, más el folklore. En plena pelea, cuando volaban gomas, apareció el patrullero y una camioneta de la policía. “Filmá, filmá”, ordenó Lucía. Habían recibido la denuncia y fueron. Ni lerda ni perezosa, Lucía pidió al policía repetir la entrada porque no los había tomado bien. No había problemas, salvo por el hecho de que el patrullero se descompuso y hubo que empujarlo. El Sultán, un perrito que traía a los otros, le mordió la pierna al oficial. “¡No había cámara que tomara todo eso!”, se ríe la actriz. Como en un reality.

¿Qué hace falta para volver a intentarlo? Lucía se pone seria y reflexiona: “Con sólo ver lo que pasa en la calle se entiende qué falta. ¿Cómo hacer ficción? Ni me

COMO DOCENTE DE TEATRO Y EN EL ESPACIO DE ENTRENAMIE­NTO, DIGO QUE EL TEMA ESTÁ EN JUGAR CON LA MEMORIA Y LA IMAGINACIÓ­N, EN EL ROL QUE ME TOQUE.

SOY MUY JODIDA, OBSESIVA, Y POR ESO ME CUESTA ENTREGAR LO MÍO A LA MIRADA (DE LOS PARES), PORQUE EL JUEGO ES MÍO. POR ESO ANDO RECOLECTAN­DO COSAS.

permito pensar en eso. La calle está fea, la gente está sufriendo, pierde su trabajo. Para mí, hay otras prioridade­s y, en todo caso, sería otro mi proyecto de escritura, y no lo cargaría sobre mis hombros”, señala.

Junto a la Comedia Cordobesa, Nocioni le puso el cuerpo al juego y nació la presentado­ra, la señora del cabaré.

“Me instalo en el lugar donde hay más incomodida­d, en el sentido de que a los 52 años ya puedo comer de mi propio yogur vencido (risas), es decir, podría mentir, pero me perdería lo más lindo que es jugar sin trampas. Para eso me formé y estudié. Como dijo Giovanni Quiroga, ‘somos muchos actores haciendo pequeñas cosas’. En la sumatoria surge el todo que tiene el sello de Gastón Mori, el director”, comenta.

Como integrante de la Comedia y como servidora pública, dice que mostraría las obras en todas partes. “Tenemos que ser consciente­s de lo que tenemos, agradecido­s, devolver y llegar a la gente”.

“CON SÓLO VER LO QUE PASA EN LA CALLE, SE ENTIENDE QUÉ FALTA. ¿CÓMO HACER FICCIÓN? NI ME PERMITO PENSAR EN ESO”.

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 ??  ?? Una gran carrera. “Tenemos que ser consciente­s de lo que tenemos, agradecido­s, devolver y llegar a la gente”, dice Nocioni.
Una gran carrera. “Tenemos que ser consciente­s de lo que tenemos, agradecido­s, devolver y llegar a la gente”, dice Nocioni.

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