Las chicas merecían algo más
Buenísimo que haya una secuela que plantee un cambio de género como Ocean’s 8: Las
estafadoras. Y mucho más si las elegidas para resolverla son actrices prestigiosas que rompen la pantalla apenas la cámara repara en ellas.
Pero más allá de que el desplazamiento no constituye un mérito en sí mismo, tampoco resulta muy vindicatorio el desdén narrativo con el que se ha planteado la proeza de que chicas astutas (y bellas) se roben una fortuna de una gala benéfica realizada en el Met de Nueva York.
Si es que quiso romper con una tradición cinematográfica machista, la que sugiere que los hombres tienen un don para el sigilo que las mujeres apenas pueden acompañar, Gary Ross, el director, podría haber construido personajes más complejos y elaborado una trama más sobresaltada. No este anodino producto en el que los carismas y talentos de Sandra Bullock, Anne Hathaway y Cate Blanchett no llegan a naufragar sólo porque se trata de actrices súper poderosas.
Para colmo, Ross fue inevitablemente comparado con Steven Soderbergh, quien en La gran
estafa realizó un meticuloso trabajo a la hora de congeniar perfiles psicológicos con las habilidades extraordinarias para que el atraco tenga un final feliz.
Por otra parte, Ross evita el feminismo panfletario, aunque se preserva una mínima agitación en contra de la supremacía del macho. Sucede cuando completan el equipo de “estafadoras” y Lou (Blanchett) le consulta a Debbie (Bullock) si están dadas las condiciones para sumar un agente masculino. “La cosa es así: a un ‘él’ lo ven mientras que a un ‘ella’ la ignora. Y por una vez, queremos ser ignoradas”, le contesta Debbie.
Si bien no pasará a la historia ni quedará asociada al movimiento #MeToo, la escena es el único gesto redentor en una película que no le hace honor a su elenco ni por asomo.