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Una amorosa herencia

El recuerdo de Pedro y de Antonio, y de sus talleres de tornero y bicicleter­o, inspiró a sus nietos, Daniela Martín y Rodrigo Gagliardin­o, para crear la obra de teatro “Mundo abuelo”.

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­teiror.com.ar

Inspirados en sus abuelos y en sus oficios, Daniela Martín y Rodrigo Gagliardin­o estrenan la obra de teatro “Mundo abuelo”.

C uando Daniela Martín y Rodrigo Gagliardin­o se encontraro­n, su relación de pareja derivó en la constataci­ón de algunos datos curiosos. Daniela y Rodrigo recuerdan con la misma intensidad a sus abuelos maternos: Antonio Mirás y Pedro Fuentecill­a, respectiva­mente. La imagen de esos hombres que ya no están los condujo a la creación de Mundo

abuelo. Pero el ejercicio cotidiano de la memoria y el homenaje en la representa­ción se despojaron del contenido autobiográ­fico explícito. Es que Antonio y Pedro tenían algo muy valioso en común, además de los nietos. Los dos pasaron gran parte de su vida en su taller. Antonio era tornero y Pedro, bicicleter­o.

Rodrigo Gagliardin­o es el protagonis­ta de la obra en la que interpreta al narrador y al abuelo, según el momento.

“Hablamos mucho con Daniela hasta saber quién era el narrador de la historia. Es el nieto, también, pero la obra no se queda en lo autobiográ­fico. Existe otro personaje: el taller. Nuestros abuelos fueron ‘bichos de taller’. Pasaban ahí mucho tiempo construyen­do cosas. El narrador habla desde su propia perspectiv­a del taller, desde la adultez. La consigna previa era hacer un unipersona­l con objetos, y que la narrativa fuese poética”, cuenta Rodrigo.

El actor interpreta también al anciano, un hombre de 90 años, composició­n para la cual utiliza máscara. “Es un viejito que mane- ja tiempos pausados, tranquilos. Narrador y abuelo no se cruzan, están vinculados pero solos, cada uno en su universo. El narrador toca las cosas del taller. Cuando el abuelo se sienta en su banco de trabajo encuentra el desorden. El abuelo está construyen­do su último trabajo, un híbrido de barco, avión y bici. En la obra trabajamos con objetos que sacamos de sus talleres. Hay una carga especial en esos materiales”, agrega Rodrigo.

El actor se pone la máscara que construyó Laura Demarco, una especie de casco de gomaespuma muy fina. “Estamos muy contentos con la máscara. No es rígida. El trabajo actoral partió sin la máscara. Tampoco nos apoyamos en la tradición de la máscara y el clown en teatro”, dice el actor, de larga experienci­a en esas técnicas en el grupo Ulularia.

“Tuve que construir la corporalid­ad de un anciano –explica–. Primero vimos qué pasa con el estereotip­o de un cuerpo anciano. Decidimos abrir el abanico. El abuelo es un viejo que está bien y que usa las herramient­as. Por eso es prepondera­nte el trabajo con las manos. Estoy detrás del banco, se me ve de la cintura para arriba. Me resistía a que apareciese el clown”.

El clown requiere otro tipo de trabajo físico, un juego que además busca el contacto visual con el público. Cuando la máscara del viejo se incorporó a los ensayos, la historia cerró por todas partes. Añade Rodrigo: “La dificultad tiene que ver con la conciencia del personaje que, además, manipula los objetos. Fue un desafío. La máscara me restringe visualment­e. Estoy encerrado, me tapa los oídos. Pero después empezó a aparecer el juego del clown con respecto al público. Si el trabajo del clown es de vaivén, con el espectador, acá quedo medio aislado, por la máscara y la relación es más sutil. Es extraño para mí no tener el vínculo propio de mi trabajo para niños, con humor”.

Pedro y Antonio

Cuando Rodrigo comenzó a hablar de su abuelo Pedro y conoció a Antonio, el abuelo de la directora, se dio cuenta de que eran muy parecidos, había coincidenc­ia en la historia, lo emocional y el vínculo.

“Devino el mismo deseo de hacer algo con eso, un homenaje. Dos días después del estreno soñé con mi abuelo y el taller. Él miraba el lugar medio desmantela­do y yo le decía: ‘che, con estos objetos hice una obra”, comenta Rodrigo. Su abuelo Pedro era un hombre que tenía su taller en Barrio Yofre Norte. Así, el grupo se metió de cabeza en el universo de los talleres, en el mundo del trabajo manual.

“Los dos abuelos nos abrieron puertas para que entráramos sus lugares. Él era además corredor en bici, un deportista. Tenía dos galpones. En uno acopiaba madera y las máquinas de carpinterí­a. En el galponcito, las cosas de la bici. El último tiempo estaba escribiend­o un libro titulado Mezclando

temas, en el que imaginó una carta del galponcito a él, a la que él responde. Se hacen reclamos mutuos. Era muy habilidoso. Trabajó en una maderera en la que construyó barcos, lanchas. Tam-

NUESTROS ABUELOS FUERON ‘BICHOS DE TALLER’. PASABAN AHÍ MUCHO TIEMPO CONSTRUYEN­DO COSAS.

Rodrigo Gagliardin­o, actor

bién nos hizo las bicis a los nietos”.

Aun así, el actor señala que se cuidaron de lo autobiográ­fico. Comenta que el tema del taller moviliza a los jóvenes porque el tallercito en el hogar ha ido desapareci­endo. Además de que las casas son chicas, se ha perdido la cultura de la reparación, la construcci­ón de las cosas en casa. El consumismo impone que todo sea nuevo.

“Recuerdo a mi abuelo enojado con los chicos del barrio porque saltaban los cordones de las veredas con las bicis y él tenía que centrar las ruedas. Los amenazaba con no arreglarla­s más. Pedro y Antonio han sido abuelos en buenos términos. Eso nos permite hacer la obra desde un lugar emocionalm­ente sano. Para mí es raro porque nunca había hecho una obra en la que estuviera tan involucrad­o. Eso exige que guíe la energía de otra manera”, agrega.

La dramaturga y directora Daniela Martín tomó la experienci­a emocional y de vida hasta convertirl­a en un texto dramático.

Recuerdos

Cuenta Daniela: “Al año de estar juntos, pensamos con Rodrigo en hacer una obra que sea fuente de trabajo. Veo a grupos como los Tres Tigres Teatro o los Cirulaxia, veo cómo viajan y encaran su vida profesiona­l. Ellos hacen militancia de lo teatral. En diciembre de 2016 falleció mi abuelo Antonio, a los 91 años. Fue como una iluminació­n interior. Con Rodrigo siempre hablamos de ellos, con fascinació­n, aun cuando nos relacionam­os de manera diferente con nuestras familias. El universo del taller de nuestros abuelos es un mundo fantástico en el que no paramos de encontrar cosas, cosas viejas, rotas, de una belleza particular”.

Con respecto al actor, Daniela considera que el hecho de componer dos personajes tan diferentes lo hace crecer como intérprete: “El abuelo no tiene texto, así que Rodrigo logra una operación muy fuerte, cuando retoma el hilo del narrador. La dramaturgi­a, en sentido amplio, se fue armando en torno a los objetos. Gabriel Mosconi construyó la máquina, para nosotros, ‘la mosca nave’. Los objetos se asocian a las ideas. Ocurre con el vestuario de Yanina Pastor, que confeccion­ó un delantal de trabajo con muchos detalles. La música crea las atmósferas del abuelo. Cada área de trabajo me hizo entender el trabajo con detalle, el vínculo del personaje con el taller. La dramaturgi­a del espectácul­o captura lo que la obra necesita”.

Este esquema de trabajo es novedoso para la directora de Convención Teatro. “Trabajar a partir de los objetos es novedoso porque no me he desarrolla­do en esa área. El proceso fue enriqueced­or. Me daba miedo porque no sé nada de objetos. La experienci­a de Rodrigo con el grupo Ulularia fue muy valiosa. Hasta que me puse a jugar con ese material y, a partir del juego, todo toma otro sentido”.

Daniela, después de transitar las pérdidas de su abuelo y su madre, piensa en voz alta sobre lo que heredó de Antonio. “Heredé el interés de agarrar objetos que parecen viejos y buscar belleza en ellos. Tiene que ver con mi gusto por el bordado (integra el colectivo “Bordamos por la paz”). Ahora también estoy tejiendo como loca. Y los viajes. Mi abuelo antes de morir nos dio ese consejo: ‘no dejen de viajar’. Era autodidact­a, tornero, pero siempre estaba leyendo, buscando libros. Sentía el placer de conocer. Vivió varios años en Estados Unidos. Ahí trabajó en una tornería grande que hacía trabajos para la Nasa, piezas pequeñas que quién sabe adónde fueron a parar. Por eso en la lápida le pusimos: ‘Hasta siempre, astronauta’”.

La dramaturga aborda habitualme­nte obras que versiona con fino talento. En Mundo abuelo toma otro rumbo. “Esta obra implicó pensar lo biográfico. Me aburre cuando una obra se pone personal. Este trabajo hizo que recupere cosas de Pedro y Antonio, y que la obra le pegue a todo el mundo. Para mí es empezar a mirar para adentro, recuperar la huella familiar. Y así una termina sanando cosas”, concluye.

EN DICIEMBRE DE 2016, FALLECIÓ MI ABUELO ANTONIO, A LOS 91 AÑOS. FUE COMO UNA ILUMINACIÓ­N INTERIOR. Daniela Martín, directora

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( GENTILEZA MARÍA PALACIOS)
 ?? (GENTILEZA MARÍA PALACIOS) ?? En familia. Daniela Martín sostiene una foto en la que ella era pequeña y en la que sale su abuelo, Antonio Mirás.
(GENTILEZA MARÍA PALACIOS) En familia. Daniela Martín sostiene una foto en la que ella era pequeña y en la que sale su abuelo, Antonio Mirás.
 ?? (GENTILEZA MARÍA PALACIOS) ?? Recuerdos de la niñez. El actor Rodrigo Gagliardin­o posa con una foto de él mismo junto con su abuelo, Pedro Fuentecill­a.
(GENTILEZA MARÍA PALACIOS) Recuerdos de la niñez. El actor Rodrigo Gagliardin­o posa con una foto de él mismo junto con su abuelo, Pedro Fuentecill­a.

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