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Un auténtico bodegón en Villa Allende

Rancho Tucumano es un bodegón de aquellos. Se come muy bien por muy poco en un salón austero y muy bien atendido. Lo mejor: empanadas y milanesas XL.

- Nicolás Marchetti nmarchetti@lavozdelin­terior.com.ar

Cuando entramos a Rancho Tucumano vemos en las paredes diplomas, premios y recortes de diarios y revistas que reflejan distincion­es en diferentes tipos de eventos. Todos están relacionad­os con sus empanadas tucumanas. Entonces, nuestro corazón empieza a latir más fuerte.

Toda esta “mística copera”, por llamarle de algún modo futbolísti­co, genera una ansiedad pocas veces experiment­ada. Las ganas de comer una buena empanada campeona, mirando la tele y tomando un vino en vaso es incontenib­le. Es como haber descubiert­o un tesoro escondido.

Estamos en el salón pequeño. Entran cinco mesas. Al lado (para llegar hay que salir a la vereda) hay una ampliación, donde se juntan grupos más numerosos de amigos o familiares.

Pero aquí estamos bien, mirando la Copa Libertador­es con un sifón anaranjado sobre la mesa, esperando tranquilam­ente por lo que vendrá.

En el ínterin pensamos que Villa Allende, como toda ciudad, tiene dos caras. Por un lado, es lugar de residencia de ricos y famosos; por el otro, tiene a barriadas bien populares. Esa dicotomía también se presenta en su oferta gastronómi­ca.

Estamos en Rancho Tucumano y casi al frente, del otro lado del Polideport­ivo, está lo que sería la contracara, porque Alma de Pueblo es la versión cool de este tipo de comedores. Allí también se come muy bien pero es para otro público.

Mucho por poco

A los responsabl­es del lugar y a sus clientes habituales no les importa tanto que la vajilla sea especial ni que el baño esté tan bien equipado. Importa que se coma bien por poca plata, que la atención sea correcta y que entienda las necesidade­s de cada uno sin invadir privacidad­es.

En este caso no hay carta. La moza nos cuenta qué hay y nosotros elegimos.

De entrada, ordenamos nuestras Empanadas ($ 25). Una dulce y otra picante. Son horneadas, se hacen con carne de matambre cortado a cuchillo. Los trozos de carne son grandes, se hacen sentir.

La carne se deshace, la masa es sabrosa, el interior es jugoso y bien condimenta­do. Sin dudas, estamos hablando de una muy buena empanada, que expresa lo mejor de esta entrañable combinació­n de carne y masa. Al probar, notamos que están totalmente merecidas todas las distincion­es.

Se acompañan con un vaso de

vino Viñas de Balbo ($ 30) y por un vaso de soda que, a juzgar por la cuenta, es sin cargo. Sirven el sifón sobre la mesa como parte del servicio.

“La” milanesa

Y después llega “la” Milanesa. Es muy difícil encontrar un lugar con una milanesa que esté a la altura de la tradición familiar de cualquier argentino. Por eso, estamos ante otro hallazgo.

Aquí no le tienen miedo a los condimento­s y la milanesa de la casa tiene el suficiente ajo y perejil como para llenar de perfume y sabor a su doble apanado clásico.

Esa capa se levanta, toma forma ondulada. Llega bien dorada, crocante. Adentro conserva la humedad justa para que resulte genial. Al ajo y perejil se le suma el jugo de un gajo de limón.

La milanesa no entra en un plato, así que la ponen en dos. Cuesta $ 135 y pueden comer, sin exagerar, tres personas. Es que, además, se complement­a con una porción gigante de papas fritas. Papas clásicas, como las de antes, gruesas y con mucha personalid­ad.

Postre

De postre pedimos un vigilante ($ 35) de queso fresco y batata. Una porción mega XL que podría compartir una familia entera.

Como muchas familias humildes, Rancho Tucumano da mucho por poco, no mide cómo ni cuánto porque su única interés es la satisfacci­ón de su huésped.

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