Matt Groening va de mayor a menor
No haber sido nunca un fanático de Matt Groening tiene una gran ventaja: nada decepciona en (Des)encanto, la nueva serie que estrenó en Netflix. Los Simpson son buenos, pero no geniales; Futurama no es siquiera buena, pero encontró un nicho interesante y un público extremadamente fiel, tanto que evitó el final prematuro a pesar del rating esquivo. (Des)encanto tiene una lógica diferente a la de sus predecesoras, pero un sello Groening imborrable, desde lo estético hasta el humor. El primer episodio de la serie, que presenta a esta princesa Bean, incómoda con los roles a los que le obliga la corona, apenas si hace reír. Y aunque es cierto que la pretensión es ser menos una sitcom animada como la de la familia amarilla, con gags cronometrados, también es verdad que es una comedia... y que no es brillante. Casi al borde de la obviedad, la historia se centra en una princesa que prefiere emborracharse en una taberna de mala muerte antes que comer perdices con un príncipe bobo. Pero no se queda en esos clásicos tópicos que desde hace muchísimo tiempo se reversionan (ya en los tiempos modernos, lo hizo mejor la primera Shrek), sino que aprovecha para hacer sus guiños a Juego de tronos o a sagas épicas fantásticas como El señor de los anillos. Aunque en (Des)encanto haya inevitables marcas de otras producciones suyas, lo nuevo de Matt Groening es valorable por el riesgo de probar algo nuevo, cuando podría quedarse sentado en la comodidad del sillón de los Simpson en la incómoda Springfield.