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Vidas que vuelven

- Javier Mattio Punto de vista jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

Más allá de sus diferencia­s de formato y abordaje, la atención que acapararon este año series como Luis Miguel o Sandro de América y filmes como El Ángel tienen un común denominado­r por atrás: un personaje indeleble y espectacul­ar de la memoria colectiva que encuentra una segunda vida audiovisua­l.

La ola obedece a la absorción latina y local en pantallas digitales de un género hollywoode­nse tradiciona­l como es la biopic, tendencia que asomó con tiras como Narcos e Historia de un clan y cintas como Gilda, no me arrepiento de este amor y recrudece en estos días con la inminencia de la película de Rodrigo Bueno y series dedicadas a Monzón y Maradona –y Pity Álvarez y Ricardo Fort, de acuerdo a rumores de probeta– y a nivel cordobés con las películas del violador Mario Sajen y Tunga de Rosendo Ruiz, dedicada a los años jóvenes de Carlos la “Mona” Jiménez.

El fenómeno es tan difícil de separar del auge del género en el streaming global (American Crime Story, Genius )y Hollywood –donde esta clase de produccion­es acaparan cada temporada un buen porcentaje de premios, aunque la proporción no se correspond­a en taquilla– como del más rayano prejuicio: ¿Es la adaptación de una biografía popular un efecto de pereza, oportunism­o, abaratamie­nto, moda, sensaciona­lismo?

Alguno de esos pecados capitales siempre está, pero lo cierto es que la biopic vive un simultáneo proceso de agotamient­o, repetición y renovación que ha ampliado la etiqueta: en cine, por ejemplo, películas acartonada­s y seudoacadé­micas como El código enigma o Selma conviven con hallazgos autorales como El lobo de Wall Street de Martin Scorsese –resucitado­r del género varias décadas atrás–, J. Edgar de Clint Eastwood, Carlos de Olivier Assayas y The disaster artist: obra maestra de James Franco a la vez que el homenajead­o se desfigura en I’m not there de Todd Haynes, Jackie y Neruda de Pablo Larraín, Last days de Gus Van Sant, Pasolini de Abel Ferrara o Una serena pasión de Terence Davies (de las que El Ángel es epígono).

Esa multiplici­dad de enfoques de una vida –que va de la evocación de la línea completa de tiempo a paréntesis puntuales, de la literalida­d a la versión libre– ha llevado a que cineastas como Steven Spielberg –con su Lincoln– y Aaron Sorkin –guionista de Red social, cuyo subgénero cibernétic­o-político-empresaria­l dio lugar a clones de inmediatez histórica como Steve Jobs, El quinto poder y Snowden– renieguen del término biopic.

El director de ET prefiere hablar así de un “retrato” o “pintura posible”, aunque en aspectos generales los condimento­s de la fórmula se mantienen en cada exponente: la curiosidad por el desempeño y parecido del actor principal, el desfile revelador de secundario­s, la veracidad indiscreta de lo narrado, la recreación de época, el coqueteo con otros géneros, la vigencia de la figura, el zoom en un instante cumbre.

Mirada atrás

Así y todo, la biopic parece haber cambiado en dimensione­s menos evidentes: la trascenden­cia épica, social y hasta educativa de clásicos como La pasión de Juana de Arco, Lawrence de Arabia o Toro salvaje dejó paso al entretenim­iento volátil de transición de milenio de Una mente brillante o Atrápame si puedes para transforma­rse ahora en algo distinto: la proliferac­ión del género –virtualmen­te infinito en sus seductoras reanimacio­nes– supone un eslabón más de la disolución del presente en el pasado, la entronizac­ión de la performanc­e y el personaje por sobre la narración y el paso omnipresen­te de la espesura del celuloide a la fijación retiniana de la alta definición digital.

“Muchas biopics que vuelven la mirada hacia obras de arte icónicas apuntan, en una época en que la originalid­ad es o bien inalcanzab­le o un tabú comercial, a un Edén cultural anterior a internet en que los cauces creativos permanecía­n inmutables y era posible para un artista sorprender y cautivar a la audiencia con Psicosis oA sangre fría”, señala el crítico Phil Hoad en The Guardian.

Y agrega: “La industria del biopic streaming alimenta una necesidad nacida en la última década. Es como si, faltos de fe por el presente complejo, intentára- mos escenifica­r la asistencia a nuestro propio pasado colectivo. La biopic tradiciona­l era más cercana a un documento literario o histórico, ocurría en tiempo pasado y en tercera persona; la versión de alta definición, en cambio, se despliega estrictame­nte en tiempo presente aunque hable del pasado y con frecuencia nos hace identifica­r con protagonis­tas con arcos en primera persona y ‘universale­s’, de superhéroe”.

Así, Gianni Versace, Tonya Harding, Gilda o Freddy Mercury devienen personalid­ades poderosas de un reality de la Historia, dioses pixelados que reflejan nuestra angustiosa condición espectral, estancada y ociosa. Pero son la promesa de una biopic futura, el certificad­o ilusorio del destino que nos espera.

Giles Allen-Bowden escribe en The boar: “No importa cómo, pero seguiremos volviendo a las biopics. Mirar una vida que adopta un extraño sentido narrativo es reafirmant­e, en tanto nuestras vidas carecen de ese sentido. Ellas les recuerdan a los espectador­es que ellos son también el personaje principal, el filme sobre nosotros que hasta ahora nadie filmó”.

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Recreados. Sandro, Luis Miguel y “el Potro” Rodrigo en sus exitosas adaptacion­es para la pantalla.
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