Empacho creativo mata guion
El primer borrador de la serie Maniac debe haber estado buenísimo. Lástima que decidieron tunearlo como si lo fueran a exhibir en una feria. Cary Fukunaga –que ya nos había volado la peluca en la primera temporada de True Detective– dirige los 10 y únicos capítulos (es una miniserie) protagonizados por un ultradelgado Jonah Hill y una multi-colorida Emma Stone. Maniac está basada en una serie noruega con el mismo nombre, aunque varias licencias la separan de aquel producto original. Por empezar, que se plantea como escenario un universo ¿retrofuturista?, una realidad paralela en la que la estética predominante es la de los ‘80, con una robótica servil y digna de una parodia. Los protagonistas se someten voluntariamente a un experimento con una droga nueva que les va a curar los traumas. Los dos vienen con varios detalles de pintura en la azotea, pero será justamente ese rasgo distintivo el que los hará acompañarse. Los episodios indagarán en las motivaciones de cada personaje sometido al estudio (los traumas que esta droga nueva puede hacerles superar), y así hasta el final, en el que claramente habrá algún tipo de sabor a perdices (un poquito de previsibilidad en el spoiler). Salvan un poco el producto las actuaciones, pero la textura general resulta demasiado pretenciosa y abigarrada. La percepción de la realidad como tema puede funcionar, pero hay que darle una vuelta de tuerca. Un guion con grandes potenciales parece naufragar en una cátedra de planos y colorimetría, condimentado a la bartola. A pesar de los grandes secundarios (Justin Theroux, Gabriel Byrne y Jemima Kirke, por nombrar algunos), la historia naufraga en su propio regodeo creativo y deja solitos a los espectadores preguntándose si valdrá la pena dedicarle tanto tiempo a un experimento estético predecible habiendo tantas cosas interesantes a un par de clics de distancia.