VOS

El bailarín del misterio original

El centenario del natalicio de Santiago Ayala “el Chúcaro” no pasará inadvertid­o en Córdoba. Un repaso por vida y obra del gran artista nacido en San Vicente.

- Alejandro Mareco amareco@lavozdelin­terior.com.ar

Quien haya visto bailar al “Chúcaro”, ha visto el cuerpo y el alma del misterio de la danza. Alto, sólido, pero pura armonía de líneas en su movimiento; pies de botas firmes pero sutiles para asaltar el horizonte de un escenario, aún al momento del zapateo. Su inmensa certeza del ritmo era parte del universo que le fluía sangre adentro.

Su cara áspera de criollo curtido de intemperie­s no alcanzaba para esconder de sus gestos su sensibilid­ad ni los sentimient­os en estado natural, como cuando la humedad de la emoción le regaba esos inmensos ojos negros, redondos, que podían verse hasta desde el campanario de la iglesia frente a la plaza de Cosquín.

Ni la pobreza de la infancia ni la rusticidad de los días acorralaro­n su vuelo creativo, desde aquel incipiente dibujante hasta el consagrado bailarín capaz de imaginar los cuadros más inspirados para contar en la danza el hombre alumbrando la vida en su paisaje, arremangad­o frente a la realidad de su tiempo.

“El Chúcaro” sabía de los senti- res del hombre sencillo porque él tenía uno adentro. “¿Usted cree que un hachero del monte santiagueñ­o puede ir a una academia a aprender danza? Lo que sucede es que tiene una memoria ancestral. Escucha la música, se tonifica con un vasito de vino y sale a bailar una chacarera sin saber que sabe bailarla”, decía.

Y tenía otro que era capaz de sublimar con su genio la abstracta materia prima de la cultura y convertirl­a en un acto artístico revelador, trascenden­te. Y siempre comprometi­do con su historia y la de su gente.

“Desde joven creí que bailar era expresarse, un modo de sacar las cosas de adentro. Bailar opinando, como lo llamo yo”.

“El Chúcaro” ha sido y es una de las más potentes manifestac­iones de la cultura argentina. Su figura brilló en pleno proceso dialéctico de la identidad de nuestro arte folklórico.

Es uno de esos artistas que abrió caminos. Y cada vez que un bailarín lo nombra y lo llama “maestro”, es una manera de sentir que sus inmensos ojos negros aún nos siguen viendo bailar y que nunca dejarán de hacerlo

Nombre y destino

Nació hace 100 años, el 13 de octubre de 1918, y fue en Córdoba. En la esquina de Agustín Garzón y

“EL BALLET FOLKLÓRICO NACIONAL UNE A LOS PUEBLOS. ES UN AUTÉNTICO MENSAJE QUE SE LLEVA”, ASEGURABA NORMA VIOLA.

Solares, entonces, no sólo se terminaba el barrio San Vicente, sino también la ciudad: más allá empezaba el reino de los montes. Cerca de ese confín vivían los Ayala: Segundo Santiago, alambrador, pocero, domador, arriero, enlazador (“Un hombre de siete oficios y 14 necesidade­s”, diría “el Chúcaro”); Clara Matilde y Santiago, el único hijo de ambos. Cuando comenzó a ir a la escuela, al pequeño Santiago no le resultaba sencillo treparse al caballo de su vecino y marchar durante más de dos kilómetros tomado de las crines. Antes de que partiera, su madre ataba a la cola del caballo un tarro con leche. De ida y vuelta, el tarro golpeaba entre los pedregales, los churquis, los pencales. Cuando Santiago volviera a casa, la leche del tarro casi se habría convertido en manteca. Era un barrio pobre, sí: Santiago hasta alguna vez vio a la vecina llamar a su casa para pedir un hueso de pollo para hacer una sopa. “Después vino don Amadeo Sabattini y mejoró la cosa”, nos diría una tarde de enero de 1991 en Cosquín, mientras preparaba a su gente para bailar a la noche. Cuando era niño alguna vez había bailado en la escuela, pero la danza pasó a ser su fascinació­n definitiva cuando llegaron a Córdoba algunos zapateador­es de la excompañía del legendario santiagueñ­o Andrés Chazarreta. No podía despegarse de ellos, que sólo tenían tiempo de enseñarle cuando se sentaban a tomarse unos vinos. A cambio, Santiago corría una y otra vez al almacén a buscar damajuanas (“Se las tomaban a todas”, recordaría). Se fue a Buenos Aires cuando tenía 17 años. No contaba con otro recurso que su habilidad para dibujar, y de bar en bar, se sentó a retratar a los parroquian­os. Pero en sus pies el hormigueo no había cesado y desde el momento en que se decidió a probar suerte, los escenarios no dejarían de llamarlo. Su estampa recia y la levedad de sus pies eran un contraste deslumbran­te. Fue Santiago Ayala hasta que el dueño como del no teatro recordaba Casino, su de nombre, Rosario, escribió la cartelera según su inspiració­n: “Hoy debut – Gran Zapateador – El Chúcaro”. Cuando Santiago vio el cartel, no le hizo mucha gracia. Pero no dijo nada: al fin y al cabo, en ese nombre estaba su destino.

Mudanza en la eternidad

“El que lo bautizó ‘el Chúcaro’ era un adivinador o un psicólogo”, apuntaría aquella tarde Norma Viola, la bailarina que venía de la academia clásica y que uniría su nombre al suyo más allá de los 40 años que compartier­on escenario. Nunca fueron una pareja romántica, acaso porque ya a la hora de bailar eran uno sólo. Juntos atravesaro­n grandes momentos de esplendor desde que se echaron a andar en 1952. Entonces, en las carteleras el nombre del “Chúcaro” tenía más tamaño que el de Los Chalchaler­os o el de Yupanqui. Luego vendría la televisión, la participac­ión en numerosas películas, giras por todo el continente incluido Estados Unidos. También pasaron momentos adversos. “Después del golpe de Estado de 1955, todo se vino abajo. No tuvimos apoyo. Yo veía a este hombre tan talentoso y capaz, con tanto empuje en medio de dificultad­es, y me quedé con él, junto a otras chicas también. Abandoné todo. Nos convertimo­s en cómicos de la legua que con un micro alquilado andábamos por todo el país, actuando siempre con la misma nobleza tanto en pueblos pequeños como en grandes teatros”, contaría Norma Viola en aquel mismo atardecer coscoíno. “Él me enseñó a vislumbrar la necesidad de un ballet folklórico nacional. El arte de la danza es muy caro: mantener bailarines, vestuario, luces, escenograf­ía. Fue una carga que soportamos durante casi 40 años”, diría. Y ese sueño, el más grande del “Chúcaro”, se cumplió. La presentaci­ón del nuevo cuerpo oficial fue el 9 de julio de 1990, y unos meses después, en aquel Cosquín, evocaría su lucha: “Durante 30 años lo he pedido tantas veces”. “El Ballet Folklórico nacional une a los pueblos. Es un auténtico mensaje que se lleva. Nosotros le ponemos mucho amor, pero lo importante es que como las cosas duran más que los hombres, si mañana no estamos, el ballet seguirá adelante”, afirmaría. Murió en Buenos Aires el 13 de septiembre de 1994, a los 75 años. Sus cenizas comparten el escenario definitivo de la muerte junto a Norma Viola y Atahualpa Yupanqui, su gran amigo, en el Cerro Colorado. Algo así como una mudanza quieta en la eternidad del paisaje. “El Chúcaro”, ese al que nombran las zambas, recibió un nombre y con él un destino, como decía Leopoldo Marechal. No se dejó doblegar y alcanzó la única trascenden­cia posible, la de los sueños hechos materia para que los que vienen detrás puedan seguir soñando.

 ?? (LA VOZ / ARCHIVO) ??
(LA VOZ / ARCHIVO)
 ??  ?? Santiago Ayala, en Nueva York,1962. Foto de la colección reunida por Luis Stivala, que será exhibida en el CPC San Vicente.
Santiago Ayala, en Nueva York,1962. Foto de la colección reunida por Luis Stivala, que será exhibida en el CPC San Vicente.
 ?? (LA VOZ / ARCHIVO) ?? Sueño cumplido. Después de varias décadas de lucha, “el Chúcaro” logró crear el Ballet Folklórico Nacional.
(LA VOZ / ARCHIVO) Sueño cumplido. Después de varias décadas de lucha, “el Chúcaro” logró crear el Ballet Folklórico Nacional.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina