Dos miradas a la serie “Morir de amor”.
Sería muy fácil caer en los recursos conocidos de la televisión para contar una historia, más si es sombría, enredada, incómoda. Sería tan sencillo como: no llamar a Anahí Berneri para dirigir, o elegir a una actriz dramática para el protagónico en lugar de la encantadora Griselda Siciliani. Pero Morir de amor tiene riesgo. El mayor de todos es el de narrar una trama con escenas tan trágicas como bellas, no sucumbir ante la presión efectista del tiempo televisivo, con momentos cronometrados para impactar en el espectador. La serie tiene la marca de Berneri (directora en cine de Alanís), se entretiene en el trabajo de la imagen, sin golpes bajos a pesar de jugársela entre la violencia y el erotismo, y tampoco sin pecar de exceso de esteticismo. La historia se sostiene, va creciendo con los capítulos. Siciliani también, mientras vive en paralelo su enfermedad terminal y se va convirtiendo en detective. algunas explícitas, historias varias para puertas mantener pistas, paralelas; Morir otras de a menos; veces de modo al deja amor televidente más inteligente, desarrolla abiertas ofrece con cuesta En ganas los acostumbrarse primeros de más. dos capítulos al ritmo, especialmente cercano a la medianoche, en un horario pero tan el cuento, trágico, va encontrando sus propios modos. Berneri viene del cine, pero entendió rápidamente cómo trabajar los géneros y los formatos en otra pantalla. Su mirada no es la que se encuentra habitualmente en la televisión abierta, acostumbrada a un consumo de fast look que acá ni siquiera parece haberse buscado.