VOS

Contemplar la cáscara

- Lucas Asmar Moreno Especial

Estamos ante una laxa y permisiva adaptación del célebre ballet de Tchaikovsk­y, El Cascanuece­s, que a su vez fue la adaptación de un cuento de E.T.A. Hoffman reescrito por Alejandro Dumas. La cadena de interpreta­ciones ya es extensa, aunque poco importa el respeto por un original; las mejores obras son las que se aventuran a la subversión. Podría decirse que Disney se animó a traicionar la estructura pero no para explotar esa fantasía latente sino para crear un burdo relato con pretension­es de saga teenager.

Las reminiscen­cias a Narnia y Harry Potter son más inmediatas que las de Alicia en el País de las Maravillas y El mago de Oz: una huérfana con habilidade­s secretas y sangre dinástica cruza un portal que la lleva a una tierra nevada y mágica dividida por una guerra civil. La huérfana debe asumir su realeza y resolver el conflicto bélico.

Todo lo que en el ballet es ligereza aquí adquiere el peso solemne de las épicas infanto-juveniles: el Hada de Azúcar (una chillona Keira Knightley) y el Rey de los Ratones (ahora es una Reina interpreta­da por una deprimida Helen Mirren) son los personajes que digitan esta guerra con las vueltas de tuerca de un guion desesperad­o. Nada adquiere verosimili­tud, no hay intentos de alegoría ni desenfados narrativos, es un mundo creado para una aventura esquemátic­a de autodescub­rimiento, linkeada con Los Juegos del Hambre en versión repostera.

Donde puede apreciarse algo distintivo es en la licencia para insertar números de ballet filmados con una ampulosida­d demente. Estos desconcier­tos, suerte de live action de Fantasía (1940), no respetan ningún hilo argumental y de seguro responden a los constantes cambios de dirección que sufrió el rodaje. Son viñetas que tarde o temprano podrán apreciarse en YouTube sin necesidad de soportar el todo.

Y por supuesto aparece la partitura de Tchaikovsk­y, arrojada con una pala tantas veces sea posible. La perfección de la música, sin embargo, genera un incómodo contraste con la inutilidad de la imagen. Otro arrebato millonario de Disney insultando una de las piezas musicales más icónicas de Occidente.

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