Claire busca aliadas para la Casa Blanca
Desde que Claire Underwood (Robin Wright) cerró la puerta dejando atrás el matrimonio con Frank (Kevin Spacey) y dijo ‘es mi turno’, el escenario cambió de manera inesperada y radical. Para los seguidores de House of Cards, una de las series más cuidadas de la plataforma Netflix, la temporada siguiente plantearía el duelo a muerte entre Frank y Claire por el poder. Pero el giro que tomaron los acontecimientos ajenos a la serie, cuando el actor Kevin Spacey fue denunciado por abuso y despedido de su trabajo, sin duda modificaron las posibilidades del guion.
En la sexta temporada ya se sabe que él murió y ella debe ganar el poder por sí misma. Por primera vez, la mujer que ha sido comparada con Lady Macbeth siente que puede ser vulnerable. La serie mantiene el tono grave e irónico, con personajes que suman complejidad al entramado del poder.
La magnífica Robin Wright, que años atrás denunció la inequidad en el pago de los salarios de las actrices en la industria audiovisual, encuentra en su personaje un resarcimiento por partida doble. Su figura esbelta, enfundada en trajes de corte perfecto, con los stilettos y el pelo impecable, domina la escena. Ella es el centro alrededor del cual orbitan las alianzas y traiciones, suspicacias que en tiempos de Frank nadie se atrevía a mantener bajo la mirada ultrajante del presidente. El alejamiento de Spacey también exige a la actriz un protagónico pleno. No decepciona en absoluto.
“No más dolor”, dice Claire antes de enfrentar una guerra sucia puertas adentro de la Casa Blanca. La presidenta en más de un sentido debe cargar con los muertos del pasado. A 100 días de su mandato, no puede eludir un juego peligroso con los hermanos Bill y Annette Sheperd, interpretados por los estupendos Greg Kinnear y Diane Lane. Las nuevas incorporaciones funcionan como la sombra de Frank que, ni después de muerto deja de estorbar. Kinnear y Lane son la herencia de las alianzas tortuosas que Claire conoce mejor que nadie.
La temporada encuentra a la audiencia atravesada por otros signos políticos. Ya no está Barack Obama en el Salón Oval para enviar guiños al personaje de ficción y la política ha sido devaluada a escala global. Inalterable, House of Cards mantiene el refinamiento para contar miserias y crueldades, con una mujer en el poder que atrae odios y lealtades de sus pares. El formato no ha cambiado el diseño clásico y desarrolla la agenda de la presidenta: dentro de Estados Unidos, la lucha con los intereses económicos y el Pentágono; por fuera, Siria es el gran tema que la administración evalúa con el cinismo que la caracteriza.
Con respecto al recurso novedoso del aparte escénico, también Claire Hale mira la cámara como Frank Underwood y habla al espectador. “¿Están conmigo?”, pregunta. Su personaje ofrece la ambigüedad de las malvadas bellas. Claire sigue corriendo sola en la noche y su destino vuelve a plantear el tema de la mujer en el poder, si es que el poder reconoce alguna identidad sexual.
SIN KEVIN SPACEY, LA SERIE MANTIENE EL TONO GRAVE E IRÓNICO, CON PERSONAJES QUE SUMAN COMPLEJIDAD AL INESTABLE ENTRAMADO DEL PODER.