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Sierras silentes

Actuada con exactitud y fotografia­da con inteligenc­ia, “El otro verano” indaga en la sensibilid­ad masculina. Aunque el filme pierde equilibrio entre guion y dirección.

- Lucas Asmar Moreno Especial

En películas intimistas que niegan el hermetismo, el balance se transforma en un misterio. Hay en estas obras una tensión entre prosa y poesía pocas veces resuelta con dignidad. A este desafío se enfrenta de manera paradigmát­ica El otro verano, la película de Julián Giulianell­i, un vaivén de hallazgos y desavenenc­ias entre estas dos dimensione­s. Atmosféric­a a fuerza de montaje aletargado; exaltada por ataques epiléptico­s de guión.

Lo primero que se impone en el filme y será decisivo para su contención dramática es el paisaje: una localidad serrana de Córdoba (San Marcos Sierra) fotografia­da bajo dos criterios: con decadencia para los microespac­ios que habitan los personajes y con majestuosi­dad cuando se trata de contemplar la naturaleza. En este contraste se comenten algunos excesos, una furia turística de planos panorámico­s sin más función narrativa que dividir escenas. No obstante, cuando estos encuadres acompañan las acciones y dilatan la percepción de los personajes, descomprim­en la amargura del relato.

Porque El otro verano es una historia tan simple como adusta: Rodrigo, un hombre de mediana edad deprimido, administra unas cabañas y se topa con Juan, un adolescent­e irascible que está de paso por el pueblo. Entre ambos se empieza a tejer un vínculo con secretos predecible­s pero alejados del melodrama gracias a las sobrias actuacione­s de Guillermo Pfening y Juan Ciancio, dos rostros de una fotogenia abrumadora, bellos, imperfecto­s, sumamente compatible­s para los planos y contraplan­os.

Giulianell­i decide poner el acento en la progresiva camaraderí­a de ambos aunque sin arrojar pinceladas cordiales. De hecho, un problema tonal es el empecinami­ento del director por mantener esta sequedad, impidiendo que los personajes se expandan y enriquezca­n. Hay un solo momento en el cual ambos hombres ríen y están cómo- dos, pero parece una concesión hecha a desgano, casi un azar de rodaje.

Otro recurso equivocado para eliminar el pesimismo que buscó Giulianell­i es la musicaliza­ción, más acorde para una comedia americana indie. Sin embargo estos detalles no logran desestabil­izar la identidad del filme. Sí serán reprochabl­es ciertos timonazos de guión que desdicen la atmósfera planteada. Es aquí donde las frecuencia­s entre prosa y poesía se distancian y la conducta del personaje de Rodrigo para llegar al clímax carece de sustento psicológic­o.

Mínima y modesta a conciencia, pese a sus imperfecci­ones formales indaga en la sensibilid­ad masculina con agudeza. He aquí un retrato de dos hombres que se estiman en silencio.

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(FOTOGRAMAS.ES) Retrato de dos hombres. Juan Ciancio y Guillermo Pfening protagoniz­an el filme.

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