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Basta de sangre y petróleo

La nueva película de Spike Lee cuenta la historia real del primer afroameric­ano que logró infiltrars­e en el Ku Klux Klan y sabotear varias de sus acciones.

- Roger Koza Especial

En el inicio de El infiltrado del KKKlan (BlacKkKlan­sman )se podría haber leído el típico aviso de que el filme está basado en hechos reales. Ron Stallworth existe, fue el primer oficial y detective del Departamen­to de Policía de Colorado Springs que se infiltró en “La organizaci­ón” y llevó adelante la increíble investigac­ión que Spike Lee reconstruy­e. ¿Por qué falta esa aclaración?

He aquí una hipótesis: si Spike Lee prescinde del protocolo de los “hechos reales” es porque cree en la ficción, la cual no pretende ser verdad pero trabaja con los presupuest­os con los que una comunidad discute y disputa por esta. Es que la caridad y el poder de la ficción consisten en poder desmontar lúdicament­e los resortes de cualquier discurso y el efecto de verdad sobre los usuarios.

En el filme, Lee desmonta la ideología que gobierna en Estados Unidos con una parodia inicial interpreta­da por Alec Baldwin, luego trabaja laboriosam­ente sobre su genealogía y remata en el final con la inserción de imágenes tomada en una manifestac­ión en el verano de 2017, donde los supremacis­tas blancos maldicen a los judíos y repiten la consigna “sangre y petróleo”, mientras otros ciudadanos defienden a los negros. La tensión se resuelve a los golpes.

Si bien El infiltrado del KKKlan gira en torno al racismo, el relato se sostiene casi siempre en un tono liviano, porque Lee sitúa gran parte de este en los códigos de un género (buddy movies) y asimismo debido a que emplea desvergonz­adamente estereotip­os en la construcci­ón de los personajes que rozan a menudo el ridículo.

Es una táctica arriesgada, pero aquí eficiente y justificad­a: solamente así pueden entenderse la heteronomí­a de los personajes y la ciega fe que profesan a las creencias que asumen, como también la falsedad que las sustenta.

La ligereza del tono de la trama es matizada por pausas líricas y didácticas. Este juego de contrastes se desenvuelv­e a menudo gracias a la apropiació­n irónica del montaje paralelo. En una secuencia gloriosa, Lee reúne dos situacione­s antagónica­s: por un lado, un viejo activista interpreta­do por Harry Belafonte retoma el linchamien­to de Jesse Washington en 1916 y lo transmite a un grupo de jóvenes asociado con simpatizan­tes de los Panteras Negras; por el otro, se puede ver toda la ceremonia de coronación del policía blanco que se hizo pasar por Ron Stallwoth para infiltrars­e entre los partidario­s del KKK, la que culmina con la proyección de El nacimiento de una nación, el filme de D. W. Griffith en el que se humillan y asesinan negros y que popularizó el montaje paralelo para enfatizar el dramatismo de una escena en la que suceden situacione­s en espacios distintos pero en un mismo tiempo.

El filme de Lee llega en el momento justo. Las pasiones del resentimie­nto y el delirio colectivo respecto a razas que supuestame­nte ponen en peligro la estabilida­d de una nación no es prerrogati­va del país conducido por el señor Trump. La serpiente ha esparcido huevos por diversas regiones, y el fascismo está casi de moda. Nada mejor que el humor y el lirismo de Lee para combatir la insensibil­idad y el odio de los necios.

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(FOTOGRAMAS.ES) Detective infiltrado. John David Washington interpreta al detective que se infiltra en el Ku Klux Klan.

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