VOS

Rosa González invita a bordar.

La artista Rosa González invita a bordar de manera colectiva y suma la participac­ión de artistas, teatreros y escritores.

- Demian Orosz dorosz@lavozdelin­terior.com.ar

Hace años, Rosa González le pidió a su mamá que la ayudara a trabajar en un lienzo muy grande. Ella había empezado a coser en la tela imágenes de bichos, plantas, pájaros y personajes bordados previament­e.

Una o dos tardes por semana, Rosa y Olga activaban un ritual de acercamien­to. De uno y otro lado del bastidor, separadas por la tela, hacían circular la aguja y palabras que se iban por las ramas o se volvían íntimas.

“Yo le pasaba la aguja, ella me la devolvía, mientras cuchicheáb­amos, nos contábamos recuerdos, planes, algún secreto. Entre charla y charla la aguja iba y venía, con algún vinito de por medio, un té o un café. Entre hilos, bichos y tijera armamos una obra según lo que yo en ese momento sentía”, cuenta la artista cordobesa.

Fiel a su devoción por los juegos de palabras, la obra fue llamada Corte y confesión, un hallazgo lingüístic­o que además hace honor al humor chispeante que titila en buena parte de su trabajo y que caracteriz­a a la artista. “Recién un tiempo después advertí que ese título estaba haciendo referencia directa a la conversaci­ón entre mamá y yo”, dice Rosa.

“Esto recién empieza”

Corte y confesión es el antecedent­e inspirador de Tomala vos, dámela a mí, un nuevo dispositiv­o de encuentro diseñado junto a la curadora Dolores Corcoba para la muestra “Esto recién empieza”, que se presenta en el Museo Genaro Pérez.

“Decidimos invitar a algunos conocidos a bordar. La idea era que la lista de invitados fuera heterogéne­a: artistas visuales, músicos, escritores, algún vecino, mis hermanas, amigos y amigos de amigos para volver generar mientras bordamos aquel diálogo, romper el silencio, hablar”, cuenta.

Desde que inauguró la muestra, los viernes a la tardecita, ha pasado de todo en torno al bastidor de Rosa. “Es inesperado lo que se genera en estos encuentros mientras la aguja va y viene –cuenta la artista–. Generalmen­te somos seis bordadores, tres de cada lado con el bastidor como un muro que nos separa y la palabra que nos une. Cuando se armó el proyecto no suponía tanto entusiasmo de parte de mis invitados y la gente que viene a ver”.

Por los viernes de Tomala vos, dámela a mí ya pasaron, sacudiendo el silencio de la sala, artistas, músicos, actores y actrices. Hubo relatos, cuentos y poemas a viva voz, y hasta un elenco de teatro de sombras.

La muestra incluye otras dos piezas, el bordado El camino es culebrero, y un acordeón de postales intervenid­o por la artista titulado ¿Dónde estamos parados?

“Este antiguo acordeón de postales de Venecia, como tantos objetos, daba vueltas por mi taller desde hace mucho tiempo –relata sobre ese trabajo–. Lo desplegué sobre una base de tres metros y comencé a ‘caminarlo’. Me armé de tijeras, algunas revistas y allá fui. Esta obra no tiene secuencia y su tiempo es incierto, la recorrí ahuecando, agregando imágenes, abriendo ventanas, derribando murallas mientras me preguntaba: ¿Dónde estamos parados?”.

Perder el control

¿“Tomala vos, dámela a mí” supone entregar la obra a un hacer colectivo y, en cierto modo, perder el “control” del resultado final admitiendo un grado de azar o elementos imprevisto­s?

–Soy solitaria para trabajar mi obra. Esta propuesta me sorpren- de, a veces cuando estamos trabajando dejo la aguja a otra persona y miro desde otro lugar lo que sucede con “mi obra”…Es muy raro, como dejar la puerta de tu casa abierta y que los demás cambien los muebles de lugar. Siempre hay un momento cuando estoy trabajando en el que pierdo el “control”, es un poquito angustiant­e, una pulseada, también una buena señal. Siento que todavía está previsible, pero que comienza a descontrol­arse. Estoy segura que en poco tiempo se me va a “desbordar”, es lo que estoy esperando, me gustan los desafíos. He desbordado tantas veces. Algunos de los bordadores reaccionan de un modo cauteloso, otros ni preguntan, agarran la aguja y allá van... El tiempo se hace raro, dos horas de bordado parecen cinco minutos, como que te deja con hambre.

–¿De qué manera se vincula tu mundo cotidiano con el arte que hacés?

–Va todo en la misma bolsa, como una caja de Pandora. No separo mi obra de mi vida cotidiana, tengo el taller en casa, siempre fue así. Hay días en que lo doméstico se posterga (un poquito), porque la demanda de mi obra es más fuerte. Si estamos cenando digo: Ya vengo, voy al taller y como que converso con mi obra, agrego o quito algún ingredient­e, pego algún papelito y vuelvo a la mesa. Me pasa a menudo, ya me conocen.

El principio

–¿Cómo arranca una obra? ¿Hay un material que te “llama”? ¿Primero hay una idea?

–No sé cómo arranca una obra. Una cosa trae la otra, siempre, siempre aparece algo a continuaci­ón. Mientras preparaba, hace unos meses, el acordeón, se me ocurrió ponerle plantas, flores, espinas, me dije voy a hacer una historieta. Así que aquí estoy enredada con las viñetas y sonidos onomatopéy­icos, todo relacionad­o con herbarios medicinale­s, plantas aromáticas, jardines medievales, pócimas y brebajes.

–Un segmento importante de tu trabajo se ha desarrolla­do en un vínculo muy estrecho con la literatura, a través de la ilustració­n. También es frecuente que en tu obra lo visual se articule con escrituras, con palabras que pueden funcionar como guiños, como miguitas de pan para remontar el sentido o perderse en el bosque. ¿Qué te atrae de las palabras?

–La palabra siempre está presente, es imprescind­ible en mi obra. A veces como un guiño, a veces para distraer, despistar, engañar, cambiar el sentido del mensaje. Me encanta leer, tengo cuadernos, bitácoras, donde guardo frases que escucho por ahí. También recortes de noticias que me sirven a la hora de bautizar una obra. “La palabra empañada” es un futuro título, todavía no nació la obra que llevará ese nombre. En estos días hice una serie de dibujos con lápices de colores sobre hojas de libros de contabilid­ad muy antiguos. Son dibujos de personajes muy raritos y les puse nombres de poemas de García Lorca que me gustaron: “Q’el torito le ha matao”, “Antoñito”, “Moreno y alto el mozuelo”.

La infancia

–Se señala con frecuencia en tu trabajo una línea que tiene que ver con la infancia, con cierto desparpajo de la mirada de los niños, y con una refrescant­e ausencia de seriedad. ¿El “regreso” a la infancia es deliberado o te encontrás buscando eso como sin querer queriendo?

–He jugado mucho en mi infancia, somos cinco hermanos, muy seguiditos, mucho patio, tierra, chozas, y lo mejor de todo era que nos dejaban pintar, dibujar las paredes, puertas, armarios... todo lo que se nos cruzaba. Eso sí, nunca un juguete comprado. ¿Vendrá de ahí?

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(LA VOZ) En la trama. Rosa González, cuarta desde la izquierda, invita cada viernes a diferentes artistas a bordar con ella.

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