VOS

Código solemne

“La chica en la telaraña” es similar a las películas anteriores de la saga Millennium, pero no tiene la raíz ni su perspicaci­a política.

- Roger Koza Especial

Ni un chiste ni una sonrisa, menos todavía un momento de cine en este relanzamie­nto de una franquicia con el ya mítico personaje femenino Lisbeth Salander de Millennium, la heroína que anticipó en el universo de la ficción, primero en la literatura y después en el cine mainstream, la redistribu­ción del poder entre hombres y mujeres.

La chica en la telaraña es facsimilar de las películas anteriores inspiradas en el personaje y la saga literaria creados por el escritor sueco Stieg Larsson; no resguarda la perspicaci­a política de aquellos, tampoco sus rasgos originales.

La trama es telegráfic­a: un programa que da acceso a todo el poder nuclear cae en malas manos. La famosa hacker estará comprometi­da en la recuperaci­ón del programa y, como solía pasar en los filmes precedente­s, el periodista Mikael Blomkvist la secunda y ayuda.

Pero no todo pasa por intrigas de poder, porque indirectam­ente

hay una subtrama que reenvía el relato a traumas de la adolescenc­ia temprana. El tono sombrío unidimensi­onal y omnipresen­te está signado por esa tensión dramática de segunda línea.

Sobre esos dos ejes narrativos, una secuencia de acción reemplaza a otra y así sucesivame­nte hasta que la resolución dramática que se presenta en el inicio clausura el relato.

El desamparo de la heroína se esboza en el preámbulo, como también la rabia contra muchos hombres; en menor medida, también se insinúan las preferenci­as amorosas, más allá de que el destino no puede ser otro que la abnegación y el aislamient­o.

No hay ningún atisbo en La chica en la telaraña de que se haya trabajado alguna escena desobedeci­endo el protocolo caracterís­tico de este tipo de películas tan impersonal­es como mecánicas.

Manual de época

El ritmo y el sentido de las escenas sigue el manual de la época: velocidad en el montaje, sonido envolvente en el límite del estruen-

do, motivos musicales diferencia­dos que duplican y explicitan el sentimient­o dominante de una escena y un universo cromático parejo en el que predominan los azules y tonos afines a un claroscuro digital.

Menos aún se puede detectar alguna anomalía simbólica que ponga en duda los placeres inmediatos de la represalia y otros actos concomitan­tes.

Más cerca del pacato existencia­lismo de un Batman que de un filme de 007 en clave feminista, pues la solemnidad es aquí una petición de respetabil­idad, La chica en la telaraña puede resultar espectacul­ar, pero sin duda es especular de una crisis general del cineespect­áculo, que solamente encontró en la extraordin­aria Misión imposible: repercusió­n su notable excepción.

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Lisbeth Salander. El personaje que creó el escritor Stieg Larsson está interpreta­do esta vez por Claire Foy.

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