“Cargar la suerte” es un homenaje a sí mismo
Andrés Calamaro vuelve al ruedo y trae bajo el brazo Cargar la suerte, nuevo trabajo de 12 canciones que remiten a un universo archiconocido en la constelación de su discografía. La sorpresa no cumple un rol protagónico en esta apuesta, en la que el compositor –que supo alimentar la mística del encierro previo al parto creativo deslumbrante– dialoga con su propia tradición de comodidad, desaprovechando una excelente oportunidad para reinventarse como ha sido capaz de hacer tantas veces. Salvo por algunas contadísimas excepciones (Las rimas podría ser una) no hay estallidos, ni estridencias: se trata de un disco que coquetea con el rock de manera correcta (casi funcional al género, sin interpelarlo) y que acaba siendo una clase magistral del correcto uso del estudio de grabación, dejando el espíritu de frescura en segundo plano. Indudablemente es un disco a la medida de su firma, y en este sentido están presentes (a veces con demasiada frecuencia) los versos previsibles de métrica cantada, montados en su mayor parte sobre melodías que pueden hasta sonar repetitivas. Calamaro dialoga de alguna manera con su propio personaje (que se muestra como un argentino de exportación que necesita del mate en tierras lejanas, que no necesita enemigos teniendo tantos hermanos, como reza Diego Armando Canciones ), y ese guiño hoy ya no reporta los mismos beneficios para quienes buscan algo de profundidad en las letras. Cargar la suerte transita la banquina del riesgo para quienes esperan un disco cargado de novedades: en síntesis, es un trabajo en el que no parecen haber decantado aprendizajes propios de un tercio de la vida, ideal para asumir riesgos creativos que refrescan. Un disco para agregar a la colección color salmón, pero que seguramente no se ubicará en el anaquel de los imprescindibles.