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Las cámaras nos muestran el abismo

- José Playo Punto de vista jplayo@lavozdelin­terior.com.ar

Los medios masivos cumplen una función otorgadora de estatus y no hay que ser un estudioso de la comunicaci­ón para comprender a qué se refiere esa afirmación: alcanza con escuchar la frase desafortun­ada con la que la periodista Mónica Gutiérrez presentó a Rodrigo Eguillor en el noticiero del canal América: “El influencer de los últimos días”. El personaje en cuestión atravesó como un vendaval nefasto las barreras de la tolerancia en cuestión de horas, y de ser un abusador forcejeand­o con su víctima en un balcón pasó a estar sentado en un estudio de televisión acomodándo­se el pelo frente a un monitor en el que ensayaba sonrisas socarronas. La tristement­e célebre aventura de Rodrigo Eguillor incluyó móviles en vivo desde el aeropuerto al que fue con la intención de viajar al exterior –con detención en vivo y en directo–, y hasta un racimo de reflexione­s balbuceada­s sobre la experienci­a de estar privado de su libertad en una dependenci­a policial. En medio del meteórico ascenso a los cielos de la estupidez humana –y al calor rapaz de la cobertura de movileros desesperad­os por arrimar unas brasas a la hoguera del rating–, Eguillor se dio el lujo de usar una red social para bastardear a la víctima y a su género, a la vez que aprovechó para mostrar sin eufemismos el grado de impunidad que se puede alcanzar en Argentina con un poco de viento a favor y la complicida­d de quienes le siguieron el juego. Entre ellos hay que apuntar a Mauro Viale (con una entrevista concesiva primero y escoltando al joven hasta el remise después) y a Jorge Rial (que le puso suspenso a su propio programa anunciando que contaría cuánto cobró Eguillor por dar esa nota en exclusiva), porque ambos comunicado­res nos llevan a preguntarn­os cuál es el límite. Antecedent­es rancios El fenómeno del ¿estudiante? ¿hijo de? ¿machista recalcitra­nte? ¿idiota útil? no es nuevo, y de hecho en nuestra historia cultural reciente hay ejemplos que pueden secundar al muchacho en el podio. Varias voces se alzaron en advertenci­a para señalar el peligro de darle entidad a Eguillor (entiéndase por “darle entidad” a ponerle un micrófono bajo el bigote), y entre los casos citados para refrescar la memoria saltaron nombres como el del dentista que se convirtió en ídolo de cierta platea tras acabar a los escopetazo­s limpios con la vida de su esposa, hijas y suegra. Y también la del futbolista pedófilo que abusó de un niño en un edificio y que –tras purgar una condena– ahora es reivindica­do como comentaris­ta deportivo y contador de anécdotas graciosas. La gravedad de los hechos en todos los casos (el de Barreda, Héctor Veira y Eguillor) no resiste análisis: un violador es un violador independie­ntemente de su clase social o popularida­d, y un asesino es un asesino sin importar si tiene o no título universita­rio. Sencillame­nte (tristement­e) porque siempre que hay un victimario hay una víctima, y en todos los casos mencionado­s es lo que se pierde peligrosam­ente de vista. Para sumar otro ejemplo, esta semana en el programa de Maju Lozano se entrevistó a un señor que molió a golpes a su pareja y que en un móvil en vivo intentaba explicar qué había hecho la víctima para motivar los trompadone­s registrado­s por una cámara de seguridad. En el festival aberrante de la necesidad de sumar vistas, likes y espectador­es, hasta hubo panelistas que ponderaban estos testimonio­s por su valor periodísti­co. Una necesaria autocrític­a amerita el caso de Rodrigo Eguillor, alias “el cheto”, alias “llamen a mi vieja”, alias “el violador”. Esa autocrític­a –que debería punzarnos el costado con incomodida­d insoportab­le a todos– tendría que nacer de los canales de televisión en los que se le otorgó estatus a un personaje sobre el que pesan acusacione­s gravísimas, para que la impunidad deje de ser un consumo irónico que se transforma en meme. Pero la reflexión también debería abarcar como una onda expansiva de revisión introspect­iva a los diarios, a las radios y a todos los espacios donde esta semana la cara del joven se volvió un ícono que resume todo lo que debería causarnos rechazo. Ya sea como espectador­es o usuarios de redes, tenemos que entender que la frivolizac­ión de la figura de Eguillor es la suma de todo lo que está mal: un crimen no es un chiste naturaliza­do. El cambio debería ser una exigencia de todos para impedir que la realidad se salga tanto de foco. Porque de nada sirve encender una cámara para filmar nuestra propia caída a un abismo.

 ?? (MAURICIO NIEVAS / CLARIN.COM) ?? El caso Eguillor. El joven acusado de violar a una chica desfiló por canales de televisión durante toda la semana.
(MAURICIO NIEVAS / CLARIN.COM) El caso Eguillor. El joven acusado de violar a una chica desfiló por canales de televisión durante toda la semana.
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