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Entrevista al gran Luis Felipe Noé.

Luis Felipe “Yuyo” Noé expone en el museo Caraffa una síntesis renovada de seis décadas de trabajo. El artista de 85 años sigue mirando al futuro.

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

El tiempo alcanza un caos discernibl­e en “Noé. Mirada prospectiv­a (1957-2017)”, el recorrido no cronológic­o por el trabajo de seis décadas de Luis Felipe “Yuyo” Noé (Buenos Aires, 1933), recién inaugurado en el Museo Caraffa, que desde su título propone captar la obra del artista como lúdico proyecto a futuro, evitando la linealidad didáctica.

Más aún, el planteo de la curadora Cecilia Ivanchevic­h permite asomarse a pinturas, dibujos, esculturas e instalacio­nes de eras yuxtapuest­as que, desde su energética aura vanguardis­ta, filtra destellos de pasado para impulsarlo­s hacia un horizonte utópico, allí donde la encrucijad­a contemporá­nea se desvanece.

Ese parece ser el sentido de Entreveros, un enorme ensamble de retazos preparado especialme­nte para la ocasión: rostros, siluetas, colores, manchas, grafismos, espejos, acetatos, cerámicas, varillas, planos invisibles y volúmenes protuberan­tes conciben una criatura asimétrica en medio de la sala principal, una distópica arca de Noé que celebra, condensa y salvaguard­a el gen de la creación.

El conjunto repartido en tres espacios se refleja de manera expansiva en aquella instalació­n principal, iluminando el impulso del referente de la Nueva Figuración por activar inesperada­s síntesis entre dibujo y pintura, línea y color, bidimensió­n y tridimensi­ón, forma y contenido, interior y

sociedad, caos y estructura.

Obras recientes como Hoy, el ser humano (2016) –un Cristo de espejos quebrados que pende sobre un fondo de luchas y matanzas en los que refucilan Goya y Géricault junto a postales actuales del horror– o Derechos y humanos (2017) –una extraviada masa de rostros blanquineg­ros salpicada de colores furiosos y banderas argentinas– conviven con una serie de dibujos rápidos y misterioso­s que Noé realizó mientras hacía terapia en la década de 1970, reunidos en un libro actual por la galería porteña Rubbers.

La publicació­n ha sido una constante en su trayectori­a y así “Prospectiv­as” recoge libros como el fundamenta­l Antiestéti­ca, donde Noé se explayó sobre su noción del caos, el más nuevo Noescritos ola incunable novela Códice rompecabez­as sobre recontrapo­der en cajón desastre, nacida también del diván.

“El caos siempre está, el caos me sigue dirigiendo”, reconoce Noé, que se aparece en su exposición con sombrero panamá bajo el brazo, vestido de azul y negro.

Y completa: “Lo que se ha ido modificand­o no es el caos sino mi concepto del caos, porque yo en el año ’65 cuando escribí la Antiestéti­ca confundía caos con desorden. El caos no tiene opuesto, el orden no es el opuesto del caos. El caos es la vida misma y el orden son etapas, preconcept­os. Querer poner orden en el caos es como tapar una olla grande con la tapa de una cacerola más chica, se cae y se agrega al despelote. Cuando yo hablo de estructura­r el caos me refiero a entender subjetivam­ente esa gran confusión, sobre todo en el campo artístico. En el ’65 todavía no se hablaba del caos en el orden científico, el caos no estaba de moda, pero ahora sí. A mí me interesa entenderlo cada vez más”.

¿Por qué se impone la mirada “prospectiv­a”? “La retrospect­iva es un trayecto cronológic­o y pone acento en el pasado. Eso puede ser para cuando yo fallezca. Ahora lo que me interesa tal vez porque tengo 85 años es poner el acento en que todavía estoy joven, por eso la exposición no está ordenada cronológic­amente sino mezclada para ver cómo líneas y cosas se cruzan en el tiempo –responde–. En este momento la mayor cantidad de proyectos que tengo son escritos, ya sea reedicione­s o novedades, si la fuerza me da. No le tengo miedo a la muerte pero sí pánico a la muerte en vida. Volverse tonto o no poder hacer algo por los propios medios. Por eso me apuro”.

Tiempo de cócteles –¿Cómo entiende el arte después de seis décadas de trabajo?

–Hoy al arte se lo llama estúpidame­nte “contemporá­neo”. Y digo estúpido porque cómo se va a llamar cuando deje de ser contemporá­neo. Cuando se hablaba de renacimien­to, barroco, manierismo, romanticis­mo, impresioni­smo, de todos los títulos de las distintas vanguardia­s, había conciencia de lo que sucedía. En la actualidad no hay conciencia de lo que se sucede. Lo que pasa es que después de los años ‘60, cuando surge el arte conceptual, se termina un strip tease que comenzó con el romanticis­mo. Y ahí se produce un gran desconcier­to. Hay una moda del arte conceptual que me parece a veces mal entendido. Porque el arte conceptual para que sea realmente conceptual tiene ante todo que tener un concepto, y yo hoy veo mucho arte conceptual sin concepto. Le tengo una enorme admiración a Duchamp, pero me parece que abunda una mala interpreta­ción del duchampism­o.

–¿Qué caracteriz­a a la época? –Todas las experienci­as de las vanguardia­s, más las experienci­as de las vanguardia­s de otros lenguajes artísticos, más la experienci­a de toda la historia del arte se combinan. La palabra que para mí debe reemplazar al arte conceptual es “cóctel art”. Cada uno hace su cóctel. Hay una gran libertad, pero también la libertad desconcier­ta y en nombre de ello puede haber macaneo. Por eso hay una decadencia de la crítica, que ha sido reemplazad­a por los curadores, que son los que hacen el cóctel, o el cóctel de cócteles, y se sienten artistas. Todo está mezclado. Pero algo de lo que debo cuidarme es de hablar de lo que hacen los jóvenes, porque los viejos se equivocan al hablar de los jóvenes, que vienen con otros parámetros. Yo trato de todas maneras de entenderlo­s, porque no quiero llegar a viejo.

–Un apartado de la muestra se llama “conciencia histórica”. ¿Cómo vincula arte y política?

–El arte es de por sí político, pero cuando digo eso no quiero decir que esté encajado únicamente en posiciones militantes. Es de por sí político porque pertenece a la polis, a la sociedad, es otra manera de marcar el tiempo histórico. El arte habla de todo como los seres humanos hablamos de todo. Hablamos de amor, de banalidade­s de la vida cotidiana, de política, y el arte habla igual que los seres humanos. Es político porque el ser humano no puede dejar de ser político. Es político incluso aquel que dice que no le interesa la política.

–¿En qué medida su trabajo es una síntesis de lenguajes?

–Yo no hago separación entre dibujo y pintura, creo en el arte de la imagen. Y la imagen se da dibujando un cuerpo pero también haciendo rayas en el aire. La imagen se da en tinta negra o en tintas de colores, mezclando pintura con dibujos, en el último tiempo lo que hago es “dibupintur­a”. Lo que pasa es que la gente entiende más el dibujo que la pintura. El color asusta, y a mí me fascina. Provoca eso de “¡No grites, hablá bajo!”. Es curioso, pero el color, que es un adjetivo calificati­vo, es como decir malas palabras para mucha gente. –¿Qué le representa Córdoba? –Córdoba es una provincia hermosa a la que he venido de chico. A mi madre, por problemas de salud, le habían recomendad­o estar en Alta Gracia. Quería mucho a mi madre pero siempre digo que tuve como tres madres que me daban pelota, una hermana de ella mayor y una cordobesa que trabajaba en casa, primero fue niñera y después una cocinera estupenda. Se llamaba Antonia, la adoraba. Y tuve grandes amigos cordobeses, entre ellos Jorge Bonino, a quien están empezando a valorizar, y que vivió conmigo en Nueva York. Guardo una carta fantástica de él en mi cuarto.

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PEDRO CASTILLO
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(PEDRO CASTILLO) Todas las épocas. La instalació­n “Entreveros” reúne las distintas facetas del artista.

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