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El escritor de la fábrica

“Arábia”, que se estrena en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, es una hermosa película política, que no grita ni evangeliza.

- Roger Koza Especial

La alienación no es una palabra entre otras; indica un malestar naturaliza­do con el que se sienten el mundo circundant­e y el propio yo. El alienado no se percibe como tal, porque la conciencia solamente puede expresarse en el mudo sufrimient­o cotidiano y en el concomitan­te malhumor.

El protagonis­ta de Arábia descubrió, quizás por mero azar, el poder que tiene la escritura para observar todo lo que lo rodeaba y asimismo comprender­se. Que Cristiano sea un trabajador como cualquier otro le puede resultar inverosími­l al prejuicios­o. ¿Por qué un operario de una fábrica no podría cultivar el placer de escribir?

Arábia es una película notable contra la determinac­ión o eso que llamamos destino. Nadie tiene prefijada su posición en el mundo, más allá de que los amantes del

statu quo pueden preferir el invencible orden fijo de las cosas. El patrón y el peón serán siempre los mismos; los que tienen y los que no, también. ¿Tiene que ser así?

Seguir los pasos de Cristiano es conmovedor debido a que en su propia conciencia se representa lo que se espera de él y lo que él puede llegar a desear sin obedecer aquello. En su propio interior se manifiesta la propia contradicc­ión de las dos palabras que acompañan a la bandera de Brasil: orden y progreso. Lo primero pide resignació­n y acatamient­o; lo segundo, desobedien­cia y pensamient­o. El filme no es otra cosa que el instante previo al alumbramie­nto de la conciencia de clase.

La película de Affonso Ucchôa y João Dumans es sobre algo muy complicado, pero narrado con una amabilidad y una sencillez que puede despertar lágrimas hasta a un indolente reaccionar­io.

Oriundos de Contagem, un barrio marginal de Belo Horizonte, Cristiano y un amigo decidieron robar un auto y los atraparon. Después de un año y algunos meses en

la cárcel, el protagonis­ta comenzó a viajar por Brasil mientras trabajaba en lo que podía: granjas, negocios, carreteras y fábricas. También conoció entonces el amor, y en él la distancia que puede existir entre personas de orígenes sociales inconmensu­rables.

Todo esto y mucho más no es otra cosa que los episodios de un diario escrito por Cristiano y leído por un joven de Ouro Preto.

Los primeros 20 minutos nada parecen indicar que el filme será una road movie obrera, en la que se puede intuir la precarieda­d social de Brasil y la universali­dad de cualquier persona, no importa su condición social, que puede entrever el poder que otorga pensarse.

Sin embargo, en los contrapunt­os entre la cómoda cotidianid­ad del joven y la fábrica cercana a su casa que nunca cesa su actividad, un ida y vuelta que se propone visual y sonorament­e en el inicio, Ucchôa y Dumans tienden el juego dialéctico que sostiene el hermoso filme que dirigieron.

Película hermosa y precisa como pocas; los planos generales son estética y políticame­nte justos; las secuencias de ocio y de ternura son exactas, como las elipsis y los motivos musicales empleados. Si la fábrica se detiene, quizás el operario escuche su corazón; si el espectador acompaña, le pasará lo mismo. He aquí un filme político que no grita ni evangeliza, tan solo pone en escena la sensibilid­ad de los que (no) eligen.

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Una “road movie” obrera. La película narra la historia de un joven obrero que viaja por Brasil mientras escribe un diario.

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