Más allá de las palabras
¿Hay algo más extraño a la lógica del negocio cinematográfico que concebir una película sobre la elaboración de un diccionario, recaudar los fondos para producirla, y que el resultado sea digno? Todo eso consigue Entre la locura y la razón, gracias a un guion que no le teme a los dilemas éticos y metafísicos y gracias a dos actores que sostienen el peso dramático de la historia sobre sus espaldas.
Los actores son Mel Gibson y Sean Penn, capaces de superar el tope de la megalomanía y salir airosos del otro lado. El primero interpreta a James Murray, el filólogo autodidacta que en 1879 fue contratado por la Universidad de Oxford para editar su famoso diccionario. El segundo encarna a William Minor, un médico militar norteamericano trastornado que es recluido en un manicomio inglés.
Los destinos de esos dos hombres, tan dispares en apariencia, se cruzan cuando Minor empieza a colaborar en la confección del diccionario. Sufre alucinaciones, mató a un hombre que confundió con un fantasma que lo perseguía, pero es un lector compulsivo, y desde su biblioteca personal en el manicomio establece un profundo vínculo intelectual y sentimental con Murray.
Son dos las tramas que se entrelazan en Entre la locura y la razón. Una es el proyecto editorial y sus obstáculos materiales, familiares e ideológicos, la mayoría de los cuales debe afrontar Murray. La otra es la relación de Minor con la esposa del hombre que ha asesinado por error, un acto que pesa en la conciencia del victimario y que no sabe cómo redimir.
Es en esta segunda trama donde la película encuentra su dimensión reflexiva. La locura y la razón del título en español (la traducción correcta del original sería “El profesor y el loco”) se transforman en un duelo íntimo, en un conflicto interior –aunque con consecuencias públicas– que resuena en cada personaje de un modo diferente.
En vez de ser expuestos como contrarios, el conocimiento y el trastorno mental son vistos como complementarios. El límite entre uno y otro parece ser permeable a la amistad y al amor. Y esa posibilidad de redención es lo que eleva el argumento a la categoría de drama metafísico, tan caro a la fe de Mel Gibson y a su sentido de la ausencia y de la presencia de Dios en los actos humanos.
Más allá de ciertas confusiones temporales en la narración y con las reservas que merece semejante perspectiva extrema de las cosas, hay que decir que Entre la locura y la razón se sostiene en su desmesura y que sus dos protagonistas son los mejores vasos comunicantes posibles de ese exceso de energía.