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Tute habla de “Diario de un hijo”.

En “Diario de un hijo”, dibuja y cuenta la relación entrañable que tenía con Caloi, su padre, fallecido en 2012. Dice que hacer el libro fue una forma de revivir momentos con él.

- Demian Orosz dorosz@lavozdelin­terior.com.ar

Se iba haciendo de noche mientras Tute anotaba y dibujaba en servilleta­s de bar las ideas y las emociones que cruzan Diario de un hijo.

La novela gráfica de Juan Matías Loiseau, un duelo a libro abierto por la muerte de su padre, pone en escena una ternura que derrite y un humor delicado. En 2012, Tute se metió en un café de Santiago de Chile. Se puso a dibujar y anotó los posibles títulos de los episodios. Pasaron las horas. Se hizo de noche.

De regreso en Buenos Aires, las servilleta­s quedaron sobre el tablero de dibujo del humorista gráfico. Pasaron cinco años. En el verano de 2018, de un tirón, Diario de un hijo estaba terminado.

El alma del libro es la relación de Tute con su padre, Caloi (Carlos Loiseau), inventor de Clemente, dibujante e historieti­sta, un creador trascenden­tal en el campo del humor gráfico a nivel mundial, quien murió a los 63 años el 8 de mayo de 2012. Pocas semanas más tarde Tute empezaba a garabatear Diario de un hijo en un bar de Santiago.

“Recién a principios de 2018 pude meterme con el libro. Tuvo que pasar mucho análisis y una distancia prudencial hasta que pude encararlo”, cuenta el creador del personaje Batu, autor del cuadro de humor Tutelandia que se publica en La Nación y de la página dominical que aparece en la revista del diario porteño.

“Diario de un hijo narra la relación con mi papá desde mi nacimiento hasta su muerte –cuenta–. Me llevó tiempo encontrar lo que los escritores llaman el tono. Lo primero que me propuse fue dibujar un estado anímico. Cómo estaba yo cuando murió mi viejo. Empecé con una historieta en primera persona. Es un dibujo que se va deshaciend­o, le empiezan a desaparece­r líneas, y termina convirtién­dose en un punto flotando en la nada. Y desde ahí empezar de nuevo, a dibujarse, a armarse. Así arranca”.

Luego irrumpe el inconscien­te, como una suerte de personaje secundario o coprotagon­ista. “Un alter ego que me funcionó como tutor durante todo el libro, para llevarme por ese viaje a través de la memoria”, precisa el dibujante, cuya atracción por las situacione­s vinculadas al psicoanáli­sis se recogen en su libro Tuterapia (2012).

Diario de un hijo es puro Tute en su tinta: sensibilid­ad extrema, encrucijad­as vitales de las que se sale por la vía poética, ironía. Y un

sentido del humor que conmueve y potencia situacione­s dramáticas.

El duelo y la sonrisa

–¿En terapia hablabas del libro, de tu necesidad de hacerlo?

–Sí. El libro tiene para mí tres registros. Uno es el inconscien­te y yo. Un segundo registro es algo inédito en mi producción, que fue dibujarme a mí mismo, a mi papá, a mi familia, con rasgos reconocibl­es, a color. Y el tercer registro es el libro en relación a mi terapia psicoanalí­tica, cómo yo iba pasando por diferentes estados frente a la idea de hacerlo. Momentos en los que estaba muy deseoso, momentos de dificultad, si lo hacía descarnado o más apacible.

–¿Dar el salto hacia lo autobiográ­fico fue difícil? ¿O el tiempo que pasó entre las servilleta­s y el libro terminado tenía más que ver con el duelo?

–Más que nada el duelo era lo que me demoraba, aunque me producía vértigo también el registro autobiográ­fico, la exposición que eso podía implicar. La verdad es que me producía atracción y vértigo, las dos cosas. Como cuando uno está en un precipicio. Atracción por el vacío, y miedo, un reflejo de alejamient­o. Me pasa lo mismo con

MI PRODUCCIÓN TIENE SU CUOTA HUMORÍSTIC­A Y TAMBIÉN TIENE SU CUOTA SENSIBLE. TRATO DE MANTENER UN EQUILIBRIO.

MÁS QUE NADA, EL DUELO ERA LO QUE ME DEMORABA, AUNQUE ME PRODUCÍA VÉRTIGO TAMBIÉN EL REGISTRO AUTOBIOGRÁ­FICO.

PARA MÍ CLEMENTE ERA MI VIEJO. EXPRESABA MUCHOS DE LOS INTERESES DE MI VIEJO, LO IDEOLÓGICO, LO POLÍTICO.

LO HACÍA A MI PAPÁ, ME DIBUJABA A MÍ, Y ERA COMO SI NOS REUNIÉRAMO­S DE NUEVO. LO SENTÍA FÍSICAMENT­E.

autobiogra­fías ajenas. Me llama la atención el nivel de exposición que hay en algunos casos.

–¿Cómo manejaste el tema del humor? ¿Te preocupaba no pasarte de la raya? Hay momentos de dolor, de confusión, pero al mismo tiempo el libro es muy divertido…

–Creo que mi producción tiene su cuota humorístic­a y también tiene su cuota sensible, poética. Trato de mantener un equilibrio y que las cuerdas que se tañen sean esas. Lo que fundamenta­lmente sabía era lo que no quería. No quería un libro solemne, con golpes bajos. Quería un libro honesto. Creo que Diario de un hijo no pierde nunca el pulso del humor, que es una de las cosas que nos unió a mí y a mi papá.

–¿Cuánto duele un duelo?, pregunta tu personaje. ¿Es algo que ahora podés responder, lo experiment­aste en parte haciendo este trabajo?

–Lo experiment­é en carne propia a partir de la pérdida de mi viejo. Ahí creo que el inconscien­te podría responder diciendo: “No seas pelandrún, no hay un tiempo determinad­o”. Cada duelo duele lo que tenga que doler y dura lo que tenga que durar. Lo que entendí es que el duelo no se termina nunca del todo. Lo que aparece es una conciencia de que hay que aprender a convivir con ese agujero.

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–¿Qué sentías mientras dibujabas y escribías la historia?

–Tuve una experienci­a que no había tenido con otros proyectos. Sentí que me reencontra­ba con mi viejo en esas noches solitarias, a altas horas, solo, dibujando. Lo hacía a mi papá, me dibujaba a mí, y era como si nos reuniéramo­s de nuevo. Lo sentía físicament­e, no es una licencia poética. Galeano dice que recordar es volver a pasar por el corazón. Bueno, esa era la sensación. Todo el tiempo estaban volviendo a pasar por mi corazón cosas que me hicieron feliz y que me entristeci­eron. Fue muy loco. Yo nunca lo había dibujado a mi viejo y mi viejo nunca me había dibujado a mí. Y de pronto sentir cierta animación, cierta ánima, en esos dibujitos, fue un flash.

–¿De qué manera fuiste capturando los fragmentos de memoria? ¿Te ibas acordando de situacione­s, hablaste con alguien para chequear anécdotas?

–Mi vieja se tomó un trabajo alucinante. Recopiló todas las cosas que decíamos mis hermanos y yo desde que empezamos a hablar hasta la adolescenc­ia. A eso le sumó cartas, imágenes, dibujos, y armó un libro. Está encuaderna­do con papel escocés y tiene cinco ejemplares. Uno para ella, uno para mi viejo y uno para cada hermano. Ese libro siempre ha sido una fuente de consulta. Por otro lado, era consciente de que el recuerdo es tanto memoria como olvido. Así que jugué también con eso, amigado desde el principio con la idea de que podía no ser ciento por ciento veraz. Hay un libro de Paul Auster que se llama La invención de la soledad.

Me acuerdo del impacto que me causó leer sus recuerdos con su padre, y lo borrosos que son esos recuerdos. Así funcionan los recuerdos, con esa inexactitu­d.

–Más allá de esas licencias, ¿es verdad que dibujabas Clementes a los 3 años?

–Desde antes, incluso. En ese libro de mi vieja hay un Clemente mío que hice cuando tenía menos de un año y medio. Dos puntitos, un círculo y varias rayas.

–En el colegio cambiabas Clementes por figuritas y bolitas, falsificab­as la firma de tu papá…

–Lo que pasa es que me los pedían todos los días. Mi viejo no llegaba a producir la demanda que tenía, y muchas veces los llevaba dibujados por mí.

–¿Qué era Clemente para vos? ¿Era como un hermano?

–Muchas veces me han hecho esta pregunta. Y cuando era chico, me llamaba la atención. Yo pensaba: gente grande e inteligent­e haciendo esta pregunta, Clemente es un dibujo, es obvio. Pero lo cierto es para mí Clemente era mi viejo. Expresaba muchos de los intereses de mi viejo, lo ideológico, lo político. Mucho de lo que decía el dibujo era lo que mi viejo pensaba. Clemente cruzaba la patita, bajaba a media asta un párpado y era como que guiñaba un ojo, y eso era mi viejo, eran gestos de él.

–Contás en el libro que tu “mansa rebelión” fue dedicarte al humor gráfico. ¿Tuviste que desplazar la influencia de tu papá?

–Cuando terminé la secundaria mi viejo me dijo que me veía para diseño gráfico. Yo sentía que me había preparado toda la vida para el humor gráfico, me sentía dibujante desde siempre, además. En ese momento no pude decirle nada, y obedientem­ente me anoté en diseño gráfico. Mi mansa rebelión fue que, en todas las entregas de la carrera de diseño, dibujaba, hacía chistecito­s, apelaba al humor y a cosas caricature­scas. Finalmente me inscribí en la escuela de Carlos Garaycoche­a y rápidament­e empecé a trabajar. Mi sensación es que siempre estuve demasiado de acuerdo con mi viejo como para ser el rebelde que pretendía. Mi rebelión fue mansa y me llevó tiempo, a su vez, poder despegarme de mi viejo.

–¿Cambió la relación con tu papá después de que vos fuiste padre?

–Durante un tiempo me costó mucho hacerme a la idea de ser yo el papá. Porque me sentía muy hijo. Creo que es algo bastante habitual. Yo quería seguir siendo el hijo, y que el papá fuera siempre él. Reconocert­e como padre implica un estado de maduración importante. Eso fue un proceso largo, convertirs­e en un hombre, un padre, más allá de tu propio padre.

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(NICOLÁS BRAVO)
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Arriba. Una de las ilustracio­nes incluidas en “Diario de un hijo”. A la derecha. El inconscien­te, según el ilustrador.
A la izquierda. Clementes dibujados por Tute. Arriba. Una de las ilustracio­nes incluidas en “Diario de un hijo”. A la derecha. El inconscien­te, según el ilustrador.

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