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Viejos son los trapos

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

Por su resonancia, El cuento de las comadrejas aspira a convertirs­e en la película prototípic­a de la tercera edad del cine argentino en el siglo 21 junto a Elsa y Fred, aunque se asuma un contraste grotesco de aquella: el cinismo pícaro del trío que integran Norberto Imbert (Oscar Martínez), Pedro de Córdova (Luis Brandoni) y Martín Saravia (Marcos Mundstock) junto al lucimiento caprichoso de Mara Ordaz (Graciela Borges) es siniestro frente al retrato cándido de la pareja que formaban China Zorrilla y Manuel Alexandre.

De manera curiosa, los responsabl­es de El cuento de las comadrejas han sido integrante­s de películas argentinas precedente­s dedicadas a la vejez y sus variantes: un joven Luis Brandoni estuvo en Esperando la carroza, donde Antonio Gasalla era la rebelde e insobornab­le Mamá Cora, que ponía de punta los pelos de una caricature­sca familia; Graciela Borges hizo dupla con Gasalla en el drama fraternal-crepuscula­r Dos hermanos de Daniel Burman y conformó una pareja romántica tardía con Brandoni en la reciente coproducci­ón cordobesa Tokio; y Juan José Campanella cimentó asimismo su abordaje del Alzheimer en El hijo de la novia, en la que Norma Aleandro hacía de una madre internada que cargaba con la grave enfermedad. Hay también desplazami­entos más extravagan­tes del tópico etario en El artista de Cohn y Duprat, sobre un enfermero que se aprovecha del talento de uno de sus pacientes de geriátrico; o la estremeced­ora El motoarreba­tador, que exhibe a un ladrón en motociclet­a que se arrepiente del crimen cometido y se acerca a la anciana a la que robó y atacó desatando un equívoco de thriller de clase.

En sus múltiples facetas, El cuento de las comadrejas tiene un poco de todo lo anterior: la disputa patrimonia­l, el romance entre dos entrados en años, la amistad longeva, el artista veterano, el crimen sociológic­o, la diferencia generacion­al, el recuerdo de tiempos mejores, la irreverenc­ia de última edad.

Por qué no también, aunque de manera inversamen­te retorci

da en la relación entre el pintor lisiado De Córdova y la diva Ordaz, El cuento de las comadrejas se alinea al prototipo entre la osadía y el marketing que anticipó la misma Elsa y

Fred, que tuvo su remake estadounid­ense en 2014 con Shirley MacLaine y Christophe­r Plummer y parientes taquillero­s como El exótico hotel Marigold o Mamma Mia!

De forma explícita, en la película de Campanella se bromea sobre la tendencia europea a retratar a la ancianidad desde cierto cinema verité, descripció­n que podría muy bien apuntar a Amour, la conmovedor­amente negra cinta de Michael Haneke, como a la menos difundida Le-Weekend de Roger Michell, con guion de Hanif Kureishi.

Aunque la vejez sea un tópico universal respaldado por clásicos como Historias de Tokio, Ginger y Fred, Cocoon o Una

historia sencilla, en los últimos años la tercera edad ha proliferad­o en variantes en que lo descarnado se alinea con lo tierno: este año solamente, La mula de Clint Eastwood y Un

ladrón con estilo con Robert Redford y Sissy Spacek ofrecieron narracione­s memorables. En el radar refulge la excelsa

Nebraska de Alexander Payne –que antes había enfocado a un Jack Nicholson jubilado en Las confesione­s del Sr. Schmidt–, la trascenden­tal despedida de Harry Dean Stanton en Lucky, las premiadas animacione­s Up y Arrugas, la dramática Poesía de Lee Chang-Dong, No

todo es vigilia del español y temporalme­nte cordobés Hermes Paralluelo, el terror de abuelos de Los huéspedes de M. Night Shyamalan o Venus, uno de los últimos trabajos de Peter O’Toole en el rol de un galante septuagena­rio enamorado de una lolita.

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Elsa y Fred. Un clásico moderno sobre la tercera edad.

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