Que la Fuerza los acompañe
La guerra de las galaxias (todavía no era ni siquiera conocida como Star Wars en este lado del mundo, hasta que nos acostumbramos a llamar a las cosas por su “name” original) fue una serie fantástica de películas que marcaron nuestra infancia.
Aquel tríptico original con naves voladoras, personajes fantásticos, historias entretenidas, efectos especiales se convirtió en inolvidable. La aparición de la segunda trilogía fue una revolución, aunque en los 2000 ya estábamos acostumbrados a ver rayos láser por todas partes, y monstruos y aliens y robots maravillosos.
Fue un error de George Lucas, porque además no encontró el tono de estos nuevos tiempos. Se le perdonó porque por un tiempo nos devolvió la emoción de volver a sentirnos aquellos niños, reecontrándonos con el pasado.
La tercera trilogía, en cambio, tuvo la gran virtud de ser muchísimo mejor: coqueteaba con el pasado pero sus creadores estaban convencidos de la necesidad de reinventarse, no para enamorar a los viejos sino para conquistar a los jóvenes públicos. Lo hicieron muy bien: agilidad, personajes exóticos, héroes improbables, y guiños inevitables a la madre de todas las guerras de las galaxias.
Esta semana anunciaron la cuarta trilogía, que se suma a todos esos spin off que coparon los cines con suerte dispar: la muy buena Rogue One, la floja aventura de Solo (sobre Han Solo). Los fanáticos están un poco molestos de que mancillen aquel legado original, y lo hacen saber en las redes sociales planetarias.
Los niños que se sumaron más recientemente a este boom moderno de Star Wars acompañaron gracias al empuje original de sus padres, pero nunca se enamoraron ni de las historias ni de los personajes ni de los actores (como sí lo hicieron de Avengers, del universo Marvel y de los protagonistas).
Hace falta una mente brillante que piense las tres piezas como nuevas obras de arte, no una máquina de hacer chorizos intergalácticos. Que la Fuerza esté con ellos.