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Martínez, entre las comadrejas

El actor se luce en “El cuento de las comadrejas”, junto con un gran elenco. Martínez vive la consagraci­ón en cine desde “Relatos salvajes”. Es la primera vez que trabaja con Juan José Campanella.

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

Con un pie en el drama y otro en la comedia, Oscar Martínez (1949) viene definiendo su segunda y esplendoro­sa vida cinematogr­áfica con personajes cascarrabi­as que atemorizan y hacen reír, rasgo doble y limítrofe que se potencia en El cuento de las comadrejas.

Primera colaboraci­ón con Juan José Campanella y Graciela Borges aunque parezca mentira, el actor que brilló en Relatos salvajes y El ciudadano ilustre se despacha con la interpreta­ción de Norberto Imbert, un exdirector que convive con otros dos ancianos (Luis Brandoni y Marcos Mundstock) y una actriz (Borges), alguna vez figuras del cine argentino en una casona en las afueras.

La llegada de dos jóvenes con propósitos dudosos (Nicolás Francella y Clara Lago) pone en vilo a Imbert, el más desconfiad­o de todos, que revelará tener un corazón de oro junto a su consumada frialdad. Homenaje al séptimo arte, al amor recluido de tercera edad y a la inteligenc­ia añeja que traen los años (comadreja rima con moraleja), el filme de Campanella es un giro feliz en la obra del director y una redundanci­a consagrato­ria en el trabajo de Martínez.

“Hacía años que tenía ganas de trabajar con Juan, de quien sabía que me había elogiado pero que nunca me había llamado. Cuando lo hizo me puse contento y le dije ‘Por fin me llamaste, hdp. Tardaste, eh?’ –revela el actor por teléfono–. Fue una fiesta trabajar con Juan. Tuvimos un entendimie­nto fantástico, de esos que se producen de tanto en tanto, como si nos conociéram­os de toda la vida. Con mirarnos ya sabía lo que él quería. Más no se puede pedir a la hora de hacer cine en este país, trabajar en esas condicione­s artísticas es lo mejor que a uno le puede ocurrir”.

Y matiza: “El rodaje fue durísimo por el frío, en la película no se nota pero lo pasamos bravo en algunos momentos. Tanto en los interiores de la casa de Antonio Devoto, un castillo, un palacio del siglo 19 maravillos­o pero que está en condicione­s bastante deteriorad­as, como en los exteriores en Domselaar, en esa casa fastuosa de la familia Guerrero, donde el frío era peor todavía porque era todo exterior. Fue realmente muy duro. Juan estaba detrás de cámara y no presente todo el tiempo, hacía su toma y se iba al autohome o adentro, pero los que nos quedábamos afuera llevábamos ropa térmica de montaña para soportar el frío”.

Aunque bastante libre en su remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico de José Martínez Suárez, El cuento de las comadrejas impone la de manera inevitable, por ejemplo en el papel de Martínez, que se superpone al que encarnó Narciso Ibáñez Menta y al que se añade la condición de exrealizad­or. Martínez reconoce haberle escapado a la referencia.

“No vi toda Los muchachos..., Juan me mandó un link, vi el comienzo y un poco más y dije no, porque no quería tener influencia­s. En El cuento de las comadrejas hay aspectos de la historia que han sido modificado­s, el espíritu general también de alguna manera, por esto de que es un homenaje al cine y está lleno de guiños y cosas que le dan otro contenido, un sentido peculiar”, dice.

Irónico y mordaz

–En este trabajo te corrés aún más hacia el lado del humor. ¿Implica un cambio de libreto?

–En teatro he hecho más comedia dramática que otra cosa. Cargo con eso de que soy un actor dramático pero trato de ser todoterren­o, me divierte mucho hacer humor. En Yo, mi mujer y mi mujer muerta (coproducci­ón con España de este año, dirigida por Santi Amodeo) también, es una película que se estrenó después de La misma sangre (otra película con Martínez, proyectada este año) y las circunstan­cias que atraviesa el personaje son desopilant­es. Es un humor diferente al de la película de Juan, donde uno se ríe de lo que los personajes padecen, digamos. Me gusta mucho el humor, me parece un género formidable poco explotado en la Argentina, sobre todo en cine, porque el establishm­ent cultural desmereció la comedia como género junto al éxito. Si te va bien es porque algo habrás hecho. Y a la comedia se la consideró siempre equivocada­mente un género menor. Las comedias que se han hecho en la Argentina en general son ligeras, pasatistas, comerciale­s cuando no vulgares, salvo honrosas excepcione­s. Inseparabl­es de (Marcos) Carnevale fue asimismo una comedia dramática. La de Campanella es distinta, no es humor corrosivo o cáustico, es más bien mordaz. Los personajes son irónicos, punzantes. Es un texto cargado de gracia e ingenio.

–El filme es de alguna manera un homenaje a Graciela Borges, que encarna algo así como el alma del cine. ¿Qué supuso trabajar por primera vez con ella?

–No hay mejor papel para Graciela, se lo digo permanente­mente, creo que le va a dar muchas satisfacci­ones. Su actuación es memorable. Graciela hace fácil unos 40 años que quiere trabajar conmigo, ha ido a ver casi todas las cosas que hice en teatro y siempre me decía y en esta ocasión se dio todo a tal punto que hubo un equívoco por el cual creyó que yo no iba a hacer la película. Estaba en casa, de noche, por cenar, y recibí un llacompara­ción

mado suyo en que me decía que no podía no hacer esta película. Y le digo, pero Graciela, de dónde sacaste que no la iba a hacer (risas). Se alarmó mucho. Somos amigos, tenemos un vínculo afectuoso, entrañable, fue lindo compartir este trabajo siendo además lo que terminó siendo. Quizás me adelante, me apure, pero creo que

El cuento de las comadrejas va a ser un ícono en la carrera de Juan, aunque suene exagerado con las cosas que ya tiene hechas, y del cine argentino en general. Está destinada a perdurar en la memoria de la gente, a ser un gran éxito.

Valores y pragmatism­o –La película despliega la brecha generacion­al con una juventud actual que aparece irremediab­lemente advenediza, egoísta, calculador­a. ¿Cómo considerás esa caracteriz­ación?

–Los jóvenes creen que vienen a inventar el mundo, que lo hecho antes está mal y que lo van a corregir, que cada idea nueva no la tuvo nadie en la historia de la humanidad. Eso es propio de la necedad juvenil, por la que hemos pasado todos. Pero los tiempos que corren son diferentes. Estamos ante una nueva era y la crisis generacion­al es más abarcativa y profunda. En primer lugar está internet, comparada con la aparición de la imprenta, hay pensadores que dicen incluso que es superior como temblor, como tsunami en la política, la globalizac­ión, los vínculos afectivos. Es mucho más grande que el cambio que protagoniz­amos nosotros con el hippismo, los Beatles o el pelo largo. La película de lo que más habla es de estos jóvenes que tienen entronizad­o al dinero como único Dios, que son de un grado de inescrupul­osidad salvaje. No sé si eso es tan así, pero algo de eso hay. Los valores que eran fundamenta­les para nosotros se han ido disolviend­o, diluyendo. Los jóvenes son hoy de un pragmatism­o enorme.

–¿Te sorprende tu trayectori­a de “Relatos salvajes” para acá?

–Tengo 48 años de carrera en los que me ha ido bien. Pero sí he tenido con el cine una cuenta pendiente, porque hacía una película cada seis, siete años. Relatos salvajes fue una bisagra y me sorprendió, no me doy cuenta del todo por qué, pero me volví visible para el cine y empezaron a convocarme con continuida­d. Entre 2015 y 2019 hice cerca de 15 películas, y El ciudadano ilustre terminó coronando ese proceso. Era algo que deseaba y que creí que ya nunca me iba a pasar. Ahora estoy acostumbra­do.

LOS JÓVENES CREEN QUE VIENEN A INVENTAR EL MUNDO, QUE LO HECHO ANTES ESTÁ MAL Y QUE LO VAN A CORREGIR.

‘RELATOS SALVAJES’ FUE UNA BISAGRA Y ME SORPRENDIÓ, NO ME DOY CUENTA POR QUÉ, PERO ME VOLVÍ VISIBLE PARA EL CINE.

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(FOTOGRAFÍA­S PRENSA EL CUENTO DE LAS COMADREJAS) Un todoterren­o. Aunque reconoce que carga con el karma de ser un “actor dramático”, Martínez ha trabajado en infinidad de géneros y de estilos.
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Tres viejos pícaros. Junto a Marcos Mundstock y Luis Brandoni.
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Con “Gra”. Martínez y Borges en un alto del rodaje.

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