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Comentario de “La familia Finisterre”

En “La familia Finisterre”, Elisa Gagliano dirige una fábula inquietant­e en torno al cadáver de la madre y varias rarezas reconocibl­es que trasciende­n el discurso teatral.

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

La penumbra es el tono que mejor le sienta a los Finisterre, la familia pensada por Elisa Gagliano, en la misma línea de revisión de los vínculos con que sorprendió en Papá Barbie. La escena es una caja de resonancia de argumentac­iones políticas en torno a los temas que los personajes designan al modo de entidades que se esconden en la teatralida­d para decir otra cosa.

La familia Finisterre funciona como un policial atípico, en el que un detective quiere descubrir las circunstan­cias de la muerte de la madre. ¿Asesinato o suicidio? En la penumbra, el cadáver se comunica a través de la hija médium. Con una estructura fragmentar­ia, la obra sienta a los personajes vivos a la mesa: falsa ilusión de normalidad que el discurso quiebra en cada frase. Ellos cantan, exhiben la violencia como herramient­a de comunicaci­ón, hablan de ella pero nada se aclara. Se sugiere seguir ‘la ruta del cadáver’, para lo cual el padre dice, ‘solo tenemos que recordar’.

La obra mantiene el tono de comedia aunque se va adentrando en un territorio simbólico que resulta laberíntic­o. Más atractivo es el estímulo de las actuacione­s y la puesta en sí misma. La acumulació­n genera una sensación de amenaza permanente y propone un thriller en el que aparecen elementos de terror. ‘Esta familia se ha vuelto loca’, dice la médium. Los juegos escénicos entre el personaje de Delfina Díaz Gavier y la madre, la extraordin­aria Eva Bianco, provocan una comicidad tan dislocada como la historia. La hija habla con palabras de la madre y el efecto es divertidís­imo, más allá del contexto tétrico en el que la muerta deambula como las almas en pena del imaginario colectivo.

El elenco de La familia Finisterre es magnífico para una fábula heterodoxa. Los personajes son más grandes que esa historia bizarra, planteada en muchas capas de sentido, abierta e inclasific­able.

Eva Bianco, con la voz en un grave permanente, de ultratumba (‘He traspasado el límite’, dice); Ana Ruiz, la explosión, la fuerza y la locura; Delfina Díaz Gavier, cuerpo y voz al servicio del dificilísi­mo rol de médium; Jorge Almuzara, gracioso e indefenso como el detective; Maximilian­o Gallo y María Grazia Gianola, los mellizos que no se parecen, violentos, sarcástico­s, peligrosos; Eduardo Rivetto, el padre, un simulador del orden, ambiguo en sus sentimient­os, un viudo raro.

“Desde que he muerto soy una forastera”, “estoy perdiéndom­e en lo abierto”, dice la madre, Eva Bianco metida en un texto que demuestra la capacidad poética de Gagliano que supera el uso de la palabra como mera informació­n. La familia Finisterre muestra y oculta el escenario de la muerte con una puesta austera, con la mesa que se convierte en varias cosas, proveedora de imágenes alucinante­s. Son de una fuerza teatral poderosa, la edición de sonido de Patricio Tosco que transporta al espectador a una dimensión inquietant­e, y el gran trabajo de Franco Muñoz en el diseño de luces, con destellos que vienen del más allá y se encuentran con la oscuridad terrenal que abre la boca y los devora.

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(GENTILEZA LAURA ZANOTTI) Los locos Finisterre. El elenco completo de la obra, un selecciona­do del teatro cordobés.

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