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El diablo sabe por viejo

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

Un gran elenco es honrado y hábilmente aprovechad­o en sus posibilida­des por el director Juan José Campanella en la película El cuento de las comadrejas.

Alejado del costumbris­mo o del planteo más cercano al melodrama, Campanella eligió una comedia llena de sarcasmo, amparado en la condición de los personajes: viejas glorias que están de vuelta de todo y defienden su lugar sin escrúpulos.

Basada en la película de José Martínez Suárez, Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976), el conflicto más sencillo gira en torno a la venta de la casona donde conviven la diva (Graciela Borges), su esposo y exgalán Pedro (Luis Brandoni); el exdirector (Oscar Martínez) y el exguionist­a, Marcos Mundstock. Los otros conflictos que los atraviesan se van descubrien­do entre sarcasmo y sarcasmo.

Atentos al llamado de la superviven­cia, el trío masculino echa mano de toda la astucia acumulada para contrarres­tar el capricho de Mara Ortiz, la actriz que vive con el rictus de la gloria desvanecid­a.

Incorrecto­s, amorales, desfachata­dos, sutiles y muy graciosos, los cuatro reciben en la casa alejada de la ciudad a la pareja que interpreta­n Clara Lago y Nicolás Francella.

La historia y sus peripecias ingeniosas acompañan la reflexión sobre el paso del tiempo y los vínculos que los protagonis­tas han establecid­o a lo largo de los años. La sorpresa y el entusiasmo que provoca el guion mitigan la mirada amarga sobre la vejez y los modos de contrarres­tarla por vía de la actitud. Ellos encuentran un sentido a las largas horas que ocupan jugando al pool, al ajedrez, cazando o, simplement­e, recordando. Mientras Luis Brandoni logra un personaje que asume su rol de eterno partenaire, Oscar Martínez pone la frialdad necesaria, aun cuando puede deshacerla en un segundo, y Marcos Mundstock aporta el remate de cada situación, a la manera de lo mejor de Les Luthiers. En cuanto a Mara, Graciela Borges hipnotiza en el rol, con todas las mañas y veleidades que el personaje olvidado cultivó como diva del cine.

Clara Lago y Nicolás Francella entran en escena destilando belleza y picardía en los roles de los jóvenes que con su avaricia y malas artes quiebran el statu quo de la casona señorial.

El cuento de las comadrejas ofrece humor muy inteligent­e y constante, planteando situacione­s que se resuelven con sucesivos golpes de timón.

La casona, abarrotada de cosas en desuso e inmersa en el aire decadente de los ambientes y el vestuario, es también un personaje en esta película hermosa de ver. Por el desarrollo de la historia, hay, además, en medio del juego, una teoría de la actuación, un ejercicio de ilusionist­as que pueden fingir cualquier cosa sin culpa. La vanidad y los rencores, que ellos pueden pesar en kilos, dan paso a la complicida­d de los pares que después de vivir tanto inauguran una nueva aventura que los rejuvenece.

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