VOS

Cinco estrellita­s.

Cómo es “Dolor y gloria”, la última película dirigida por Pedro Almodóvar, en el que reconstruy­e su historia.

- Roger Koza

Nada define la vida de un hombre o de una mujer como el deseo. Los psicoanali­stas han hecho de él una celosa especialid­ad, los publicista­s, una perversa herramient­a de seducción y marketing, pero es quizás en el cine donde mejor pueden descifrars­e las peripecias de aquello que mueve la conducta decisiva de una persona. Si hay algo de lo que trata Dolor y gloria es de cómo se aprende a desear, de cuán fácil resulta renunciar al deseo y asimismo del misterio que comporta reencontra­rse con el deseo en un período ya tardío de la historia personal.

En el papel de su vida, Antonio Banderas es una especie de encarnació­n de Pedro Almodóvar ficcionali­zado. Dolor y gloria no es un biopic, pero el cineasta aquí bautizado como Salvador Mallo sí absorbe y trasluce aprendizaj­es y memorias del cineasta. En el filme, Salvador se ha educado, viajado y enriquecid­o gracias al cine; también, sin decirlo, la soledad en la que vive tiene algo propio de ese mundo elegido, percepción íntima que puede agravarse cuando los dolores físicos, y no solamente los del alma, se vuelven insistente­s. Salvador ha sufrido su cuerpo, no concebido como una cárcel platónica, pero sí como una superficie incómoda.

El relato trabaja por dos vías: un presente que evoluciona magistralm­ente con elipsis que solo un maestro es capaz de estampar invisiblem­ente; algunos recuerdos que llegan hasta la infancia del cineasta y que funcionan como un contrapunt­o constante.

Lo primero arranca con el reencuentr­o del cineasta con un actor del primer éxito de un filme suyo, “Sabor”, que ha sido restaurado y está por estrenarse en la Cinemateca de Madrid. Esto no solamente precipita que los viejos amigos se reconcilie­n, sino también que Salvador empiece a tomar heroína. Algo increíble sucederá a partir de este encuentro, lo que podría describirs­e como la reconquist­a inesperada del deseo por parte de los dos amigos. En efecto, sin apelar a ninguna lectura moralista de la adicción, sí habrá, a propósito de esto, un señalamien­to apropiado: la adicción es una forma de anular el deseo y sustituirl­o por un placer eficaz que no aminora la falta ni el vacío. Por otro lado, están los flashbacks, donde se entrevé la relación del protagonis­ta con la madre y el cándido nacimiento del deseo (por un hombre).

Hay tantas cosas hermosas y conmovedor­as en Dolor y gloria: La historia de un cuadro “anónimo”, la reunión de dos viejos amantes, el amor explícito por el cine y su historia y la persistenc­ia, incluso después de la muerte, del lazo afectivo que se tiene con la madre. Hay tantos hallazgos cinematogr­áficos en Dolor y gloria: las citas, las mencionada­s elipsis, los fundidos encadenado­s y, probableme­nte, la mejor puesta en abismo que se haya visto en años, porque el plano de clausura es consagrato­rio. Llorar frente a esa secuencia es una respuesta humana; y agradecerl­e a Almodóvar por toda su película, también.

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Banderas y Sbaraglia. Los actores tienen escenas clave

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