Cinco estrellitas.
Cómo es “Dolor y gloria”, la última película dirigida por Pedro Almodóvar, en el que reconstruye su historia.
Nada define la vida de un hombre o de una mujer como el deseo. Los psicoanalistas han hecho de él una celosa especialidad, los publicistas, una perversa herramienta de seducción y marketing, pero es quizás en el cine donde mejor pueden descifrarse las peripecias de aquello que mueve la conducta decisiva de una persona. Si hay algo de lo que trata Dolor y gloria es de cómo se aprende a desear, de cuán fácil resulta renunciar al deseo y asimismo del misterio que comporta reencontrarse con el deseo en un período ya tardío de la historia personal.
En el papel de su vida, Antonio Banderas es una especie de encarnación de Pedro Almodóvar ficcionalizado. Dolor y gloria no es un biopic, pero el cineasta aquí bautizado como Salvador Mallo sí absorbe y trasluce aprendizajes y memorias del cineasta. En el filme, Salvador se ha educado, viajado y enriquecido gracias al cine; también, sin decirlo, la soledad en la que vive tiene algo propio de ese mundo elegido, percepción íntima que puede agravarse cuando los dolores físicos, y no solamente los del alma, se vuelven insistentes. Salvador ha sufrido su cuerpo, no concebido como una cárcel platónica, pero sí como una superficie incómoda.
El relato trabaja por dos vías: un presente que evoluciona magistralmente con elipsis que solo un maestro es capaz de estampar invisiblemente; algunos recuerdos que llegan hasta la infancia del cineasta y que funcionan como un contrapunto constante.
Lo primero arranca con el reencuentro del cineasta con un actor del primer éxito de un filme suyo, “Sabor”, que ha sido restaurado y está por estrenarse en la Cinemateca de Madrid. Esto no solamente precipita que los viejos amigos se reconcilien, sino también que Salvador empiece a tomar heroína. Algo increíble sucederá a partir de este encuentro, lo que podría describirse como la reconquista inesperada del deseo por parte de los dos amigos. En efecto, sin apelar a ninguna lectura moralista de la adicción, sí habrá, a propósito de esto, un señalamiento apropiado: la adicción es una forma de anular el deseo y sustituirlo por un placer eficaz que no aminora la falta ni el vacío. Por otro lado, están los flashbacks, donde se entrevé la relación del protagonista con la madre y el cándido nacimiento del deseo (por un hombre).
Hay tantas cosas hermosas y conmovedoras en Dolor y gloria: La historia de un cuadro “anónimo”, la reunión de dos viejos amantes, el amor explícito por el cine y su historia y la persistencia, incluso después de la muerte, del lazo afectivo que se tiene con la madre. Hay tantos hallazgos cinematográficos en Dolor y gloria: las citas, las mencionadas elipsis, los fundidos encadenados y, probablemente, la mejor puesta en abismo que se haya visto en años, porque el plano de clausura es consagratorio. Llorar frente a esa secuencia es una respuesta humana; y agradecerle a Almodóvar por toda su película, también.