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Colección de objetos malditos

“Annabelle vuelve a casa” supera a la película anterior de esta saga, aunque el director comete algunos pecados que la deslucen.

- Carlos Schilling cschilling@lavozdelin­terior.com.ar

Hay demasiados ejemplos de sagas que superaron las tres secuelas y que mantuviero­n su nivel de calidad. El Padrino, Rocky, Misión Imposible o Toy Story son ejemplos contundent­es. Sin embargo, siempre existe cierta aprensión justificad­a cuando un producto como Anabelle empieza a multiplica­rse de manera compulsiva.

Pero Anabelle vuelve a casa, debut cinematogr­áfico del guionista Gary Dauberman (It, La Monja, entre otros) exhibe un grado de seriedad artística del que carecía Anabelle 2. Al menos durante la primera hora, no tiene nada que envidiarle­s a las mejores películas de terror de los últimos años.

Si bien no pretende ser original en ningún momento y se somete a todas las reglas comerciale­s del género, consigue algo que siempre va a estar más allá del cálculo lucrativo que rige a esta clase de produccion­es. Sus personajes resultan creíbles y tienen motivacion­es coherentes que los impulsan a actuar como actúan.

Así las infaltable­s a adolescent­es protagonis­tas no se reducen a ser chicas lindas y bien dotadas para el aullido, las perfectas víctimas de su propia ingenuidad, sino que son consciente­s de lo que hacen y de por qué lo hacen. Lo único que las excede, por supuesto, son las consecuenc­ias de sus acciones.

La muñeca maldita esta vez vuelve a la casa del matrimonio Warren (Vera Farmiga y Patrick Wilson), la pareja de psíquicos que trata de mantener a raya a los espíritus del mal y encerrarlo­s bajo llave en esa especie de gabinete de atrocidade­s que tienen en el sótano. En una primera escena tensa y espeluznan­te, que marcará el tono de la narración, se expone la fuerza del mal que Anabelle atrae con su simple presencia.

Pero tras esa primera escena, la película da un giro y nos deja con la hija de los Warren, Judy -heredera de los poderes de su madre-, quien queda al cuidado de una niñera, Mary Ellen (el nombre lo dice todo), una chica estudiosa, rubia y linda, que encarna todos los valores de la normalidad tal como se los vivía en la década de 1960, época en la que se desarrolla la historia. A ellas se suma el personaje más interesant­e: Daniela, una chica inteligent­e, pícara e intrépida, con una historia personal apta para provocar la avidez de los espíritus malignos.

Con todos esos elementos, Dauberman compone una especie de monumento a Anabelle, un homenaje que la saga se hace a sí misma, un museo del terror donde junto a la muñeca los demás objetos del gabinete de atrocidade­s del matrimonio Warren componen una sinfonía del miedo.

Es una lástima que en la secuencia del clímax, el director no haya sabido mantener ese grado de exigencia y su sinfonía se transforme en un bochinche.

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Mala, mala eres. La muñeca despierta otros espíritus y pone en riesgo a todos.

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