VOS

El dueño del circo

Jorge Yovanovich, propietari­o del Circo Servian que llegó a Córdoba en vacaciones, cuenta su increíble historia.

- Rodrigo Rojas rrojas@lavozdelin­terior.com.ar

Una enorme fila de camiones y tráilers rodean la enorme carpa del Circo Servian que ha desembarca­do en Córdoba. En un flamante motorhome, que recién está estrenando, Jorge Yovanovich, el dueño de esta gran ciudad, se acomoda para recibir al suplemento VOS y contar una historia digna de una película, o de un gran documental.

Lo primero que Jorge aclara es que así como lo ven ese es su hogar, y que no quiere vivir de ninguna manera en una casa ni en un departamen­to. “Acá estoy en mi mundo, es lo que sé hacer. Tengo una casa en Mar del Plata, pero sólo voy cuando estamos todos, hijos y nietos”, dice.

Cicatrices

El circo, ese mundo mágico que lleva alegría y despierta sonrisas y carcajadas a su paso, puede ser también el escenario del sacrificio, del dolor y las tragedias. En definitiva, todo lo que le ocurre a los seres terrenales en cualquier ciudad del mundo.

Y Jorge Yovanovich no la tuvo fácil. Detrás de sus sombreros tejanos, sus botas de cowboy y sus sacos de lentejuela­s esconde las cicatrices (externas e internas) de una vida moldeada por el dolor y la risa.

“Mis bisabuelos eran yugoslavos y españoles que emigraron a América. Viajaron por distintos países, eran artistas callejeros y pasaban el sombrero. Cuando llegaron a Argentina se compraron carros y caballos para ir por los pueblos. Algo parecido a lo que hago yo hoy con el circo”, arranca, contando sobre el árbol genealógic­o que lo determinó como persona, y artista.

“Mi papá fue payaso, trapecista y mi mamá hacia el número de tragar fuego. Todos los hermanos trabajábam­os en el circo de chicos, yo hacía de payaso y números de equilibrio, tiré los cuchillos. Era en el circo australian­o, famoso por su canguro boxeador”, cuenta para que se entienda su ADN.

“Pero a los 40 años mi padre se separó de la familia y del circo y quedamos en la calle. Entonces empecé a lustrar botas y vender frutas. Mi vieja hacía churros y mis hermanas los vendían. No teníamos para comer”, sigue.

Fueron años de sacrificio, de pelearla en las malas, pero siempre ofreciendo la sonrisa que se activaba en el momento en el que se encendían los reflectore­s. Así Jorge fue creciendo bajo el halo de la carpa. “A los 40 años, y luego de haber juntado moneda sobre moneda, compré los materiales para hacer mi propia carpa de circo. Mi padre y mis hermanos no quisieron sumarse y me largué solo. En esa época tenía animales, tigres, leones y osos”, recuerda en lo que muchos podrían pensar sería el despegue hacia una vida tranquila.

Pero así como las buenas se fueron sucediendo y la prosperida­d parecía afianzarse definitiva­mente, las malas llegaron con fuerza para dejar profundas huellas a su paso.

“De joven tuve varios accidentes. Yo le decía a mi esposa ‘o muero joven o tendré suerte en la vida’. Y aquí estoy, junto a mi familia. Físicament­e el peor accidente fue hace 22 años cuando me caí del trapecio y estuve desde la noche a la mañana del otro día inconscien­te, en coma. Pero lejos de dejarme secuelas negativas ha hecho que yo vea algo y sepa lo que va a pasar, es algo increíble”.

Como el riesgo está latente en cada función, los imponderab­les se multiplica­n y se apilan con el paso de los años. “Accidentes tuve cientos, otro que recuerdo es cuando arrojaba cuchillos y le clavé uno en el hombro a mi mujer. Muchos creen que hay truco, pero no lo hay, yo lo saqué de una película. Desde ese día nunca más lo hice”.

–Tuvo animales, y un león hasta atacó a su familia...

–Sí, mi hijo tenía 3 años y estaban todas las mujeres ensayando arriba del escenario con el profesor de baile. En ese momento, el domador largó cinco leones al medio de la pista en la que ya estaba armada la jaula. Mi hijo que venía de estar con la madre bailando se apoyó contra la reja y uno de los leones le saltó, para jugar. Hoy tiene todas las cicatrices en la cara. Mi esposa, como cualquier madre lo hubiese hecho, se metió en la jaula a tratar de separarlo. Unos electricis­tas le pegaban con unos palos y no había caso. Hasta que ella puso un pie en su trompa y logró sacarlo, pero los otros leones la agarraron a ella. Igual, fue con suerte, sólo una pierna fue muy dañada.

–¿Y qué considera que fue lo peor que le pasó?

–Un accidente hace 20 años, con mi hermano, lo mataron cuando entraron a asaltar el circo en San Juan. Estaba trabajando con Quico, el del Chavo, y se metió en la boletería una banda de delincuent­es en la que había mendocinos, cordobeses y porteños. Mi hermano tenía más de dos metros y se daba muy bien en la pelea de puños, pero no con las armas. Yo no estaba trabajando con ellos en esa época, estaba mi padre, mi madre y mis hermanos. Desde ese día decidí volver con ellos a trabajar.

–Con todo esto vivido ¿a qué le teme hoy?

–El miedo a todo siempre está. A

ACCIDENTES TUVE CIENTOS, UNO QUE RECUERDO ES CUANDO ARROJABA CUCHILLOS Y LE CLAVÉ UNO EN EL HOMBRO A MI MUJER.

YO SIEMPRE FUI PAYASO, SER EL DUEÑO NO ME CAMBIA NADA. LO QUE SIRVE DEL SER HUMANO ES LA HUMILDAD Y LA BONDAD.

las tormentas. Hace 30 años venía una tormenta del sur de 120 kilómetros y estaba todo bien, pero hoy no sabés. Siempre digo que el socio más caro es el clima. Te lleva la recaudació­n o tal vez el capital. Te hace sufrir…en Chaco se nos inundó todo, y salir de ahí es una karma también. Acá ahora estamos en el paraíso.

–Con el avance de la tecnología, ¿nunca tuvo miedo a que se acabe el circo?

–No, para nada. Porque nosotros reunimos a la familia y vendemos alegría. Mientras existan niños, va a existir el circo. Siempre y cuando se modernice, porque se metió el Cirque du Soleil con algo distinto y cambiaron las cosas.

–¿Y ustedes cómo se actualizar­on?

–No es fácil, cuesta muchos años y dinero, dólares. Esta carpa me la trajeron de Italia en tres contenedor­es, tenemos una gran puesta de luces y sonido. Tenemos shows con artistas que vienen de las escuelas de circo y se toman el trabajo con profesiona­lismo. Tenemos un buen espectácul­o, realmente.

–¿Qué fue lo mejor qué le ha dado el circo?

–A mí me gusta reírme, vivir a pleno. En estos años ver crecer a mis hijos y nietos.

–Por último, ¿qué se siente ser “el dueño del circo”?

–Muchos me dicen: ‘Ah, estoy hablando con el dueño del circo y no con el payaso’, pero yo siempre fui payaso, ser el dueño no me cambia nada. Lo que sirve del ser humano es la humildad y la bondad. En definitiva, la tierra nos va a comer y vamos todos para el mismo lugar.

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(RAMIRO PEREYRA)

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