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El constructo­r de emociones

Hasta el domingo se presenta “El gran truco” en Ciudad de las Artes. Su director, Martín Romanelli, nos habla de la belleza.

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

Después del estreno de El gran truco en la sala mayor de Ciudad de las Artes, dialogamos con Martín Romanelli, director y fundador de la compañía Romanelli en sus diferentes etapas. Después de desmontar a la velocidad del rayo, porque la sala ofrece otra obra con su propia complejida­d técnica, Martín se refirió a su trabajo desde hace más de 20 años.

“Lagrimear porque ves algo bonito”, dice Martín, a propósito de las enseñanzas que recibe de su hijo Simón, de 4 años. Cuenta que el niño entra al taller y opina, una práctica que recuerda al mismo Martín merodeando a su abuelo materno, Romanelli, un hombre que disfrutaba inventando cosas. Martín se crió entre la zafra del viñedo en Las Violetas, a 50 kilómetros al norte de Montevideo, y ese otro lugar donde todos soltaban la imaginació­n.

En medio del bullicio del hall de Ciudad de las Artes, comenta la filosofía de vida que lleva al escenario. Su compañía ha recorrido con El gran truco 15 países en 15 años. Ha caminado mucho. Anduvieron por Irán, Chile, Hong Kong, Río de Janeiro, ciudades de Argentina, Malasia, Singapur, ciudades de España, Korea del Sur y Uruguay, entre otros destinos, con una técnica que no es tan común. “Se usa más como un truco dentro de un espectácul­o”, señala.

El director suele decir que su trabajo va del dibujo al show. Sobre los desafíos actuales en la técnica, la historia y el público señala: “Este espectácul­o es el buque insignia. Como decía Chaplin, cuando un espectácul­o funciona lo único que hay que hacer es cambiar de lugar. Desde hace un tiempo he empezado a contar historias, más que a entretener. El espectácul­o del año pasado, Bajo el árbol, tenía un cuento. Pusimos un cañoncito de video en la cabeza del protagonis­ta para proyectar sus pensamient­os, hay peces que vuelan radiocontr­olados, además acompañamo­s la obra con una campaña contra la violencia en la crianza de los niños”.

“Muchas veces, sin darnos cuenta usamos en casa un lenguaje agresivo –continúa–. Los niños nos hacen replantear cosas. Simón me ha empezado a enseñar, me ha hecho ver dónde está lo importante, cómo contar historias, cómo hacer que la gente se emocione frente a ellas. Por lo general asociamos la emoción a la melancolía, a un ser desvalido, pero no asociamos la emoción a la belleza. Es lo más humano del mundo”

Olej es un canto a la perseveran­cia del más pequeño, que termina subiendo a escena. Para Martín, El gran truco alude a cuestiones tan antiguas como el bueno y el malo, los personajes de Chaplin, el gordo, el flaco, el alto. “Conservamo­s esa inocencia”, dice.

La línea del dibujo de los objetos es notable. La inspiració­n viene del cómic que a Romanelli siempre le encantó. “Y sobre todo, el manga japonés. Olej son cuatro esferas y nada más: nariz, cabeza, cuerpo y un penacho. Si miramos algunos diseños del manga de la década de 1970, está esa cosa mínima pero muy expresiva. Al no definir su rostro, uno imagina qué mira, qué ríe. Es darle un empujoncit­o a la imaginació­n del público para que construya contigo la gestualida­d”, dice el director que promete volver pronto y, adelanta, que está preparando un Pinocho diferente con el cordobés Luciano Delprato.

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Los personajes. La obra plantea un juego para todo público.

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