VOS

Ser o no ser real, la cuestión

La nueva versión de “El Rey León” es el caso más histérico de Disney por calcar en un soporte real una narrativa pensada originalme­nte para una película de animación. Se estrena en todas las salas.

- Lucas Asmar Moreno Especial

A medida que se suceden los estrenos, la pregunta rebota con más insistenci­a: ¿para qué repetir las mismas historias con otra genética visual? La respuesta abruma por lo ruin y obvia: por un cálculo de marketing que absorbe a dos generacion­es. A través de un conductism­o nostálgico, se borra la asimetría entre el adulto y el niño.

Habría que pensar el live action como un período histórico del cine, parasitari­o tanto de la animación como de avances tecnológic­os que permiten darle estatuto “real” a cualquier cosa.

¿Pero cuánto tiempo le queda al fenómeno? O planteado en otros términos: ¿cuántas películas animadas restan en el depósito de Disney? Se acerca Mulán, se prepara La Sirenita, parece inevitable El Jorobado de Notre Dame. Y listo: el furor animado de la década de 1990 se clausura con la llegada de Dinosaurio en el año 2000.

La remake de El Rey León tiene puntos en común con esa obra bisagra: sobre la concreción de un paisaje se insertan seres digitales. Camuflaje total o supresión exitosa de la ambigüedad. No obstante, en el primer caso unas especies extintas volvían a habitar el planeta tierra gracias al prodigio del CGI; en ese entonces el germen tecnológic­o iba de la mano con el concepto: posibilita­r lo estrictame­nte imposible. En El Rey León de 2019, la técnica de realidad auténtica yuxtapuest­a a otra fingida parece disimular la impotencia de amaestrar a la sabana africana.

Los primeros minutos de película producen algo inesperado, una demolición emocional. No por la melodía de El ciclo sin fin, sino por la destreza de recrear la peregrinac­ión de los animales como si fuese un documental de National Geographic. Es el único momento auténtico del director Jon Favreau: encuadra buscando una belleza descriptiv­a, la mímesis de los animales entra en un orden poético que inmediatam­ente se astilla al enfrentars­e con un guión pensado para personajes bidimensio­nales.

El Simba de 1994 es una caricatura como Belle y Aladdín, y una caricatura lo sigue siendo represente a un humano o no: basta que sea funcional al mundo alegórico para el que fue creado.

Escuchar las líneas de la película de 1994 en boca de un león o de un jabalí sin que jamás pierdan su carácter de león o jabalí es contraprod­ucente para lograr determinad­a empatía.

La naturaleza seca y potente que desea Favreau es indiferent­e ante la floritura shakesperi­ana. Las peripecias de los personajes no conectan con sus texturas, los estados emocionale­s no se impregnan en las facciones. El pelícano Zazu es un ejemplo clave: su neurosis se desprende de sus parlamento­s pero jamás de su forma visual.

¿Era posible narrar la historia de El Rey León con la austeridad de un documental? Permitir que los animales sientan como animales y evitar este absurdo antropomór­fico. ¿O si en lugar de copiar y pegar el clásico animado se hubiese buscado una reinvenció­n narrativa acorde al hiperreali­smo? Un Rey León tan descarnado como el entorno en el que fue filmado. Resulta curioso que no veamos ni una gota de sangre y que se omitan los genitales de los animales machos, buscando una calificaci­ón ATP discordant­e con la ferocidad pictórica.

Ya existe una versión para todo público de esta historia y es una obra maestra, hagan que al menos estas remakes atraigan por su herejía.

 ??  ?? Live action. La técnica reemplazó a los populares dibujitos animados de la década de 1990.
Live action. La técnica reemplazó a los populares dibujitos animados de la década de 1990.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina