¿Qué se come en el Mercado Norte?
La oferta gastronómica es amplia y dinámica. Conviven desde un restaurante especializado en mariscos con un diseño de interiores de última moda, a humildes chiringuitos con deliciosos platos bolivianos.
El Mercado Norte de la ciudad de Córdoba no sólo es el motor de la gastronomía local, en donde se abastecen miles de negocios cordobeses diariamente. También es un lugar con bares y restaurantes que despachan comidas y bebidas a un ritmo intenso durante todo el día.
Tanto adentro como afuera del Mercado, la oferta gastronómica para comer sentado o al paso es bien amplia y dinámica. Conviven en la misma atmósfera desde un restaurante especializado en mariscos, con diseño de interiores a la moda, hasta un humilde chiringuito boliviano que sirve la clásica (y deliciosa) sopa de maní, para comer sentados en la barra o bien para llevar.
Es un paseo ideal para foodies, aquellos curiosos y amantes de la gastronomía que disfrutan eso de descubrir perlas escondidas en la ciudad.
Las diferencias entre el “adentro”, el “afuera” y los “alrededores” son notables. Adentro y afuera, desde la remodelación del intendente Kammerath (1999-2003) a esta parte, todo brilla y se destaca por el buen servicio (incluso los quiosquitos que dan a la calle peatonal).
En los alrededores, en las calles adyacentes, todo sigue más o menos parecido a 1928, año en el que se inauguró este gran centro de abastecimiento cordobés. Hay barcitos en cada cuadra. Algunos iluminados, otros oscuros. Todos bien económicos.
Cada uno genera su propio microclima, cada uno es un viaje particular. Hay también variedad y para todos los gustos. Desde un amable bar de chocolate con churros a uno que mejor no entrar si no tenemos algún conocido en el lugar.
Todo esto se descubre cuando abrimos bien los ojos, cuando entramos a ver de qué se trata, cuando hablamos con las personas que están detrás de cada una de esas enigmáticas fachadas.
Adentro, la historia es más conocida. A la izquierda (si entramos por calle Oncativo 50, la “dirección oficial” del Mercado) tenemos bares y restaurantes más tradicionales, frecuentados por gente de clases más pudientes. Y a la derecha, puestos al paso que disfrutan las clases más populares.
Algunos clásicos
En el primer grupo tenemos a La Cocina de Fazzio, una de las marisquerías más famosas de la ciudad, cuyo promedio de cubierto ronda los $ 500. También al gran Diran (comidas árabes artesanales), el restó vintage Estación Norte (cafés, churrros, almuerzos, picadas); el Bar Café 1928, especialista en cafetería y almuerzos, y a Pretto, la última apertura en este sentido, con pastas y minutas en un espacio bien iluminado y moderno.
En el segundo grupo, entre las ofertas más propulares, están “La Pizzería del Mercado”, la pizzería “Tío Benito” y la pizzería “Arroyo”, que venden pizzas al corte. Luego tenemos el puesto “La Familia”, con choripanes, hamburguesas, panchos, lomitos y menús diarios; también “Empana
das Meli” y el nuevo “Nuestro Bar”, que acaba de inaugurar donde estuvo Black Pan unos meses. Sirve picadas, ensaladas, tartas y sándwiches fríos y calientes. En el hall de ingreso también está “Chony Café”.
Pizza de mercado
Sergio Díaz, de Pizza Tío Benito, muestra un queso fresco untable que utiliza para pintar su pizza, que llama mucho la atención por esa y varias cuestiones. Es además bien alta, tal vez la más alta de la ciudad. Arriba del queso dispone la salsa de tomate y allí recién los morrones y la cebolla, que previamente son cocinados en sus propios jugos en una olla gigante.
Como sus colegas del Mercado, sigue la vieja fórmula de venderla “al corte”; es decir, por porciones, y la sirve sobre una tablita de madera con cuchillo y tenedor. Cuesta $ 50 la porción y $ 80 la que lleva además dos filetes de anchoas. La gente las come en la barra, o bien en las mesas altas que tiene alrededor, sentada en banquetas.
Todo esto entremezclado con lo que la gente va a buscar al mercado: carnes, carnes, carnes y algo de verduras, especias, cereales, bebidas, delicatessen (el puesto de Aldo Ferrero es bien conocido), bazar y descartables. Como todo mercado de ciudad, es una gran muestra de lo que una metrópolis tiene para dar.
Por eso siempre hay turistas dando vueltas en busca del tan mentado “color local”, ese que de alguna forma es una muestra de la idiosincrasia gastronómica local, o la forma en que nos alimentamos los cordobeses.
San Martín y Cantacara
En los alrededores del Mercado, el ritmo es igual de colorido que adentro. Hay lugares con comidas criollas, pero también algunos que muestran la influencia de las inmigraciones recientes.
Por un lado, tenemos quiosquitos sobre la explanada del Mercado que venden comidas rápidas o cafés al paso, siempre a precios bien populares. El de calle San Martín, vende pancho con gaseosa a $ 89, sándwich de milanesa con papas, $ 139; pizza con Pritty de litro a $ 249. El olor a papa frita se hace sentir metros antes de llegar.
Al frente, en San Martín y Cantacara, Abu Bar ofrece reparo para la siesta a un perro callejero en su pórtico de esquina, adonde el sol se hace sentir. También exhibe carteles de almuerzos a $ 150 con postre (carnes, pastas). Si alguien necesita pasar al baño, un cartelito en la puerta anuncia que sí se puede: el servicio cuesta $ 20.
Sobre la misma Cantacara (calle peatonal) hay tres quioscos más, administrados por el Mercado. Algunos tienen impronta nacional, como el Puesto 7 y 8, que sirve sándwiches y minutas. Tiene un toldo de plástico que le da reparo del viento sur.
Y hay otros puestos que, a milanesas y costeletas, le suma platos de Bolivia a la oferta, como los dos puestos de “Punto Norte”. Los carteles anuncian sopa de maní, ají de lengua, pollo broaster o el típico “salchipapas”. El menú diario puede ser también un buen locro (se veía grandioso), merluza frita o anticuchos de corazón, marinados con ají y comino, con ensalada mixta y papas fritas. Todo cuesta $ 150 y se puede pedir para llevar.
La familia que administra estos dos puestos en la explanada es la que maneja el restaurante que lleva el mismo nombre (Punto Norte) sobre San Martín 610, a metros del Mercado, pero a la vuelta. Tiene una carta más amplia que los chiringuitos, y se especializa en sopas ($ 110) y otros platos típicos ($ 200) “norteños”, como ellos les llaman a sus coterráneos bolivianos.
En la carta se destacan el salchipollo o el “pique a lo macho”. Adentro suena cumbia boliviana, hay guirnaldas coloridas, y la recarga del celular se ofrece a $ 20.
Cortada de Israel
En la calle Cortada de Israel tenemos un “Bar Comedor” sin nombre ni cartel. Luce como una pulpería de antaño. Seguimos derecho a toda marcha y vemos dos churrerías, una al lado de la otra. Ninguna tiene nombre pero sí cartelería con los precios. Entramos a una y la señora que está a cargo no quiere hablar “porque el dueño no está”.
Entramos a la segunda (con azulejos celestes) y la energía es otra, menos tensa, más relajada y cálida. Hasta podemos ver el proceso de elaboración de los churros, al fondo del local.
“El churrero” dispara con la churrera y arma un espiral de dos metros en el disco que casi rebalsa de aceite hirviendo. Con una herramienta (de hierro) le termina de dar forma al chorizo en el mismo aceite, para que no se pegue. “Me llevó varios meses agarrarle la mano”, confiesa.
La máquina de café “tiene por lo menos 60 años”, cuenta Daniel Culleré, el dueño del local, quien bajó del primer piso (donde vive) para saludar. El propietario detalla que el negocio original albergaba a las dos propiedades (esta y la del lado), que era de su bisabuelo y que fue fundado el mismo año que el Mercado, en 1928.
Además, agrega data fundamental: su nombre original era “La Colonial” y, cuando murió su abuelo, lo dividieron en dos. “Uno quedó para mí tío y otro para mi papá”, explica. “Desde que el mercado era una plaza, acá se vendieron churros con chocolate caliente. Hoy cuesta $ 100 el chocolate con cuatro churros, y $ 90 acompañado con café con leche”, cierra.
Uno de sus empleados, con la camiseta de Belgrano bien puesta, corta los churros con tijeras (“a ojo”) y sirve la porción, para la parte práctica –y más divertida– de esta visita. Los churros recién hechos son fantásticos. La señora que limpia la vidriera la deja reluciente.
Volver a la calle
Cuando salimos, sentimos que volvimos a Córdoba, porque realmente estuvimos por un rato en otro espacio tiempo. Afuera la oferta gastronómica se completa con una escenografía “norteña”, con señoras peruanas y bolivianas vendiendo ajíes picantes, cilantro, limones, ajo, y perejil.
Otras venden panes de queso, rellenos o tortillas. También hay vendedores ambulantes con medias u otra cosa. Los autos pasan y ven el colorido, pero es difícil que puedan detenerse a contemplar la profundidad del campo.
Todo este encuentro de culturas genera muchas cosas. Entre ellas, un gran paseo gastronómico para recorrer como turistas. Foodies curiosos en nuestra propia ciudad.