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Sobra violencia, faltan dimensione­s

- Juliana Rodríguez jrodriguez@lavozdelin­terior.com.ar

¿A alguien más le pasa? Llega el martes, me preparo para el episodio estreno de El marginal, pero cuando está por empezar siento que no tengo temple para ver algo que, ya sé de antemano, en algún momento tendrá una escena de piñas brutales, chorros de sangre, facazos al voleo y violencia exacerbada. Mucho para un martes.

La serie creó una tradición, dentro del policial carcelario y dentro de su propio universo, construido con proeza narrativa, con verosimili­tud, con guiños a la realidad argentina, con una gran banda sonora y con actores de estirpe.

¿Por qué entonces, cuando creo que El marginal es una gran ficción, verla me requiere un esfuerzo, me obliga a tomar aire antes de buscar el control remoto, me interesa pero la paso mal?

Una de las razones, claro, puede ser el realismo del registro y la cercanía en tiempo y espacio del relato que, por más que sea ficción, recuerda que así viven muchas personas en las cárceles argentinas.

Pero no me pasa lo mismo con otras ficciones de temas igual de duros. ¿Por qué, entonces, la contradicc­ión? En esta temporada, más que en las anteriores, el

relato se volvió unidimensi­onal y los guiones apuestan al golpe de efecto: cuanto más violento, mejor. Si eso se traduce en una escena monstruosa de peleas, de púas incrustada­s en cuerpos sudados, de dedos rebanados, mejor.

Con los enormes actores que tiene El marginal se pueden lograr escenas igual de oscuras y dramáticas que no necesariam­ente terminen en el mismo lugar de brutalidad (un ejemplo, la escena en la que Diosito se enteró de la muerte de su novia).

Esto no significa que la serie necesite “ablandarse” ni volverse una comedia romántica tras las rejas. Pero hay talento ahí que puede usarse para construir, dentro del género, momentos más elaborados. La violencia les sale perfecto. Ahora veamos de qué otras maneras pueden contarla.

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