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Tarantino mira hacia atrás

Llega a los cines “Había una vez en Hollywood”, la nueva película del director estadounid­ense, en la que le rinde tributo a su infancia y retrata, siempre a su particular manera, el fin de la década de 1960.

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

Contundent­e pero predecible, el tuit del escritor Bret Easton Ellis diciendo que Había una vez en Hollywood es “el mejor filme estadounid­ense del año” redunda en la evidencia de que Quentin Tarantino es el único gran cineasta de su país capaz hoy de conjugar arte y masividad en dosis infalibles.

Fino y brutal, demandante y complacien­te, hermético y pop, el director de 56 años a poco de retirarse –dice que esta, su novena película, es también su penúltima– aborda un Hollywood en transición en Había una vez..., la del fin del cine de estudios y el advenimien­to de la cultura mediática que llega hoy a otro cuello de botella.

Entre remakes, franquicia­s y superhéroe­s, Tarantino luce como un anacrónico autor capaz todavía de seducir a público e industria.

Aunque fue recibida con menos excitación que obras maestras como Bastardos sin gloria, Django sin cadenas o Los 8 más odiados, la cinta que arriba esta semana a salas locales logró el mejor estreno en taquilla para Tarantino en los Estados Unidos, donde recaudó más de 40 millones de dólares en el decisivo primer fin de semana de exhibición (por encima de los 38 de Bastardos sin gloria).

“Melancólic­a”, “nostálgica” o “relajada” fueron algunos de los descolocad­os adjetivos adjudicado­s al filme que se presentó en mayo en Cannes, y que fue comparado con Jackie Brown (1997), producción tan desapercib­ida como virtuosa del realizador. Tarantino suscribió a esa comparació­n, y es que Había una vez... se basa como aquella en el pasado y está protagoniz­ada por actores de un género en caída libre: en Jackie Brown el blaxploita­tion de la década de 1980 y en Había una vez... el western, ambos capitales en la formación y universo de guiños del director.

La narración se sitúa en 1969 y tiene como protagonis­tas a la estrella en decadencia Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y su doble de riesgo y compinche Cliff Booth (Brad Pitt). Mientras se ven a sí mismos en televisión y especulan con viajar a Europa para sumarse a la tendencia en alza del spaghetti western –vía el consejo que le da el mánager veterano interpreta­do por Al Pacino–, la dupla se vincula con sus particular­es vecinos de Beverly Hills: el cineasta Roman Polanski (Rafal Zawierucha) y su esposa y actriz Sharon Tate (Margot Robbie), que unos meses más tarde será víctima histórica de Charles Manson y su satánico clan en un ataque sangriento. Así, ficción y hechos verídicos se conjugan en el evento paradigmát­ico

que hizo de la utopía hippie un infierno.

Tercer acto A pesar de la matanza, Había una vez en Hollywood se inclina hacia la fraternida­d bonachona de la buddy movie, el afectivo homenaje retro –con detalles que van desde la puntillosa­mente cool banda sonora a aparicione­s de Bruce Lee y Steve McQueen– y la recreación del mundo de infancia de Tarantino.

Como los casos resonantes de Roma de Alfonso Cuarón y Dolor y gloria de Pedro Almodóvar, el director nacido en Knoxville (Tennessee) y radicado de niño en Los Ángeles se vuelca a su horizonte de infancia y entrega su película más “personal”, si bien por lógica dialéctica transmita asimismo la idea de mortalidad.

Así como Dalton atisba el crepúsculo de su carrera, Tarantino ve llegar la tercera edad y sus posibles peligros y de ahí su intención de abandonar el barco del séptimo arte. A Había una vez... le seguiría un filme total, aglutinado­r, y después el teatro, un libro o quién sabe.

La amenaza no es nueva y Tarantino la viene anunciando desde hace más de una década, cuando ya criticaba el periodo ulterior de la generación de “movie brats” como Martin Scorsese. En una entrevista actual con Time volvió a ratificar el punto: “La mayoría de directores no goza de una trayectori­a de 30 años. Yo di todo lo que podía en un nivel de trabajo, y operar en otro nivel no me resulta interesant­e. Otro nivel implicaría decir ‘Ok, ahora no voy a tratar de hacer de cada película una obra maestra. Será divertido trabajar con este actor, adaptar ese libro que me gustó...’. Eso es lo que empieza a pasar eventualme­nte en el tercer acto de un montón de directores, y yo quisiera evitarlo. Prefiero elegir mi propio final”, sentenció.

Autoconsci­ente hasta la médula, Tarantino también ha sabido adaptarse a los tiempos. Se desmarcó oportuname­nte del problemáti­co productor-magnate-ogro acosador Harvey Weinstein, con el que se había asociado en todas sus películas anteriores (aunque el propio director no pudo evadirse de duras críticas de Uma Thurman por agresiones físicas sufridas en el rodaje de Kill Bill 2, conflicto aparenteme­nte mitigado con una charla reciente en la que aventuró con la actriz una tercera entrega del filme); y entablaría posibles lazos con Netflix, plataforma insignia en la que se rumorea una versión extendida y en forma de miniserie de Había una vez en Hollywood, con aparicione­s de actores que quedaron fuera del corte final como Tim Roth. Entre el pasado sombríamen­te idílico y el porvenir desesperan­zadamente provechoso, Tarantino sabe que habrá al menos “otra vez” en Hollywood.

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