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Excelente película de Tarantino.

En “Había una vez en Hollywood”, el director vuelve a reescribir un hecho histórico con su particular ética y amor por el cine.

- Roger Koza Especial

La desobedien­cia incomoda e irrita, y Quentin Tarantino, el más desobedien­te de los cineastas que trabajan en Hollywood, desoye la intimidaci­ón del sentido común narrativo y de la industria, como también las buenas costumbres de nuestro tiempo. ¿Qué misteriosa lógica ordena las peripecias de los personajes de Brad Pitt y Leo DiCaprio? Por ejemplo, no faltan las voces de disconform­idad alegando que Había una vez en Hollywood no tiene argumento. ¿Cómo no percibir que la dispersión narrativa y los desvíos lúdicos del relato son una estrategia que desconcent­ra un poco y atempera el momento de llegar al enigmático desenlace? El argumento inconfesad­o es insolente: conjurar la muerte de una persona, revivirla como espectro.

En los papeles, el filme transcurre en la década de 1960 y culmina el 9 de agosto de 1969. Un actor y su doble, también amigos, deberán comprender el devenir del mundo del espectácul­o. Es el albor de un nuevo período de la industria, y también la paulatina pérdida de una cierta inocencia del cine y la televisión. Algo está cambiando, como le advierte un productor a Rick Dalton (DiCaprio), quien probará mejor suerte protagoniz­ando westerns europeos. Sobre esa realidad, Tarantino acopia momentos de rodajes, diálogos ocasionale­s entre Dalton y Cliff Booth (Brad Pitt), su amigo y doble, introduce un extenso flashback para contar algo de este último, los separa por un rato en el relato y luego los vuelve a juntar. Puede pasar de todo, desde una ridícula pelea entre Booth con Bruce Lee a una conversaci­ón existencia­l y cómica entre una niña actriz y el personaje de DiCaprio.

El clima distendido y humorístic­o general tiene un contrapunt­o. En el barrio donde vive Dalton también vive Sharon Tate, en ese momento, esposa de Roman Polanski. Nadie está obligado a saberlo, pero la hermosa actriz, embarazada de ocho meses y medio, fue asesinada en su casa junto a otras cuatro personas por un grupo de la secta de la “Familia Manson”. Con ese dato en mente, todas las escenas en las que a Tate, interpreta­da por Margot Robbie, se la ve yendo a una fiesta, a bailar o al cine, adquieren de inmediato una dimensión espectral. La pregunta es entonces cómo resuelve Tarantino introducir el fatídico destino de esa mujer. La respuesta es la ética del filme y asimismo la demostraci­ón del genio de su director.

Desde Bastardos sin gloria, Tarantino dejó de circunscri­bir sus películas al libre juego de su imaginació­n apoyado en distintos géneros cinematogr­áficos. Introdujo la Historia, y con la ficción especuló sobre su reescritur­a. El procedimie­nto se repitió en todas sus películas recientes, y esta no es la excepción. Esta decisión de impugnar lo acontecido no es un capricho, sino una forma de interceder sobre algo doloroso gracias al poder de la ficción. La evasión no es el único placer de la ficción, porque imaginar una deriva paralela puede incitar a inesperada­s interpreta­ciones.

El resto es juego, y en ese sentido la suspensión estética de la ética puede permitir cualquier cosa. Es entonces cuando la indignació­n tomará la palabra; aparenteme­nte, la película es reaccionar­ia, porque en un momento uno de los personajes desprecia a los hippies; es misógina, porque hay algunas escenas de violencia excesiva con mujeres. El problema es el código de representa­ción, que dista de ser naturalist­a y exige una libertad rara vez ejercitada. Si se observa con detenimien­to, por ejemplo, el desprecio de un personaje contra los hippies es más una ironía que una expresión del cineasta en el personaje. Endilgar las opiniones de estos al director es un error frecuente. Por otro lado, la presencia y los actos de Tate constituye­n la refutación más acabada de cualquier acusación de misoginia.

Había una vez en Hollywood es demasiado para el presente. Los desbordes de Tarantino son casi inasimilab­les. Pero ¿quién puede filmar una ciudad como él, una época, una cabalgata, una escena de western, un paseo en auto? ¿Y quién puede entre sus colegas reescribir la Historia en nombre de las víctimas?

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Una época del cine. El nuevo filme de Tarantino está ambientado a fines de la década de 1960.

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