VOS

Con su propio nombre

Eva Bianco interpreta­rá a Evita en la obra de teatro “Mi nombre es Eva Duarte”. Retrato de una de las grandes actrices de la escena cordobesa.

- José Playo jplayo@lavozdelin­terior.com.ar

Apesar de que es una de las actrices cordobesas mas reconocida­s, no pacta la cita en un camarín o en un set de filmación: prefiere la oficina donde trabaja a diario, un ambiente alejado de las tablas y cercano a las consultas telefónica­s para denunciar un siniestro.

Durante poco más de una hora la actriz cordobesa premiada en el Festival de Cannes va a contar (mientras despacha a los clientes) que no le tiene miedo a “la grieta” política, y acabará por reconocer – con genuina sinceridad– que no siente que lo suyo sea una carrera artística, sino pura gula, un apetito

voraz por encarar desafíos.

Además va a decir que su verdadero apellido es Duarte, y que la obra que está por estrenar (Mi nombre es Eva Duarte, con texto y dirección de Belén Pistone) es una bomba que le puede explotar en la mano, un doble juego en el que su historia se mezcla con la de esa Eva en el período posterior a la muerte y al embalsamam­iento, cuando la mujer se convirtió en un emblema profanado.

Como tantas veces a lo largo de los 54 años que lleva trotando el mundo, Eva asume un riesgo que la entusiasma y le llena la voz de emoción, pero se sale de ese registro apenas suena el teléfono y un cliente le avisa que acaba de chocar un auto.

Doble vida

El caso de Eva es curioso, porque es una de las pocas actrices que se recibió antes de empezar a estudiar la carrera: fue cuando en séptimo grado del colegio le tocó hacer de Mirtha Legrand para una actividad extracurri­cular y descubrió lo maravillos­o de ejercer su libertad.

Igual durante un tiempo probó suerte con el periodismo antes que con el teatro, ahí supo que el nombre en su documento le podía jugar una mala pasada: “Empecé a hacer prácticas periodísti­cas en la Legislatur­a y cuando decía que me llamaba Eva Duarte, el bloque peronista me abría la puerta mientras los radicales me la cerraban en la cara”, recuerda entre risas.

Entonces retomó esa pasión de la niñez, empezó a usar el apellido materno y junto a personas desconocid­as transitó una aventura que la llevó de las tablas a la pantalla.

“Las películas me han llevado a lugares extraños: para mí actuar es un gran oficio, una artesanía, por eso digo que la profesión o la carrera son conceptos que no entiendo mucho y con los que no me siento ligada”, dice antes de atender a un señor que golpea la puerta de la oficina para renovar una póliza.

–Te vi en una película en la tele, che, muy buena “actora” –saluda el cliente cuando entra.

Ella se ríe y comenta por lo bajo que parece una escena armada para el momento. Pero es una de las tantas pruebas del reconocimi­ento de sus pares y del público.

En el circuito teatral su nombre se evoca con cariño y respeto, y en cine su trabajo es sinónimo de calidad, cosa que refrendó la premiación en el Festival de Cannes por la película Los labios, de Santiago Loza.

Bandera plantada

La oficinista que es actriz o viceversa dice que cuando actúa planta una bandera ideológica, específica­mente en lo referente al rédito económico: “El dinero es un mecanismo que restringe, si tu superviven­cia depende de él, hay algo que no vas a hacer con total libertad, es una realidad limitante del ser humano, por eso trato de que los espacios de creativida­d de teatro no estén sujetos al dinero”, explica.

Eso no quiere decir que Eva trabaje gratis, quiere decir que su motivación primordial no es llenar el bolsillo actuando, porque para eso tiene esta otra vida.

Así que, reconoce, se suma a un proyecto por gula, para probar el sabor del desafío. Y ese convite puede venir de encumbrado­s directores tanto como de estudiante­s rasos de cine que están haciendo un trabajo final.

A punto de estrenar la película Magalí (de Juan Pablo Di Bitonto) explica que la pasión de los que filman le parece preciosa. El proyecto de Magalí la llevó a una zona muy alta en Jujuy, donde pasó 20 días rodando. De la misma manera el cine la llevará con otro proyecto en octubre hasta Varsovia.

“Todos esos recorridos siguen estando dentro de un juego de mucha libertad que me junta con gente con la que hago viajes y apuesta por la aventura –cuenta–, las personas que nos sentimos un poco desprotegi­das o fuera del sistema, en la intemperie, sin amparo del estado, nos compensamo­s entre nosotros; si encaramos nuestras propias gestiones, al final algo siempre se abre y eso es plantar bandera ideológica, mi militancia pasa por ahí”, resume antes de atender otra llamada.

Vocación de servicio

Eva entra y sale de mundos imaginario­s que la conectan con personas de diferentes ámbitos. Y explica que ahora mismo, detrás de su escritorio, está prestando un servicio a gente en situacione­s conflictiv­as, algo que no es muy distinto de lo que hace en el teatro “porque ahí también doy un servicio de amor relacionad­o con la expresión de las emociones”.

En definitiva todo se resume a estar en contacto con la gente, de manejarse con otros seres humanos y sus problemas.

“Me gusta ir a esa grieta, ese lugar en el que sabemos que no nos vamos a entender porque es una operación que hacemos cotidianam­ente”.

Nacida en barrio Ameghino Sur, es la mayor de 12 hermanos y se crió en una casa repleta de gente (“En mi habitación dormíamos siete mujeres, parecía una fiesta de 15”), tal vez de ahí le quedó una cicatriz que la lleva a venerar los espacios reservados.

Por eso su casa es su pequeño paraíso, el lugar que la equilibra y en donde ni siquiera se molestó en instalar un timbre: “Me ha costado mucho conquistar­lo, porque a pesar de que trabajo todo el día con gente, soy una persona muy solitaria, a veces no salgo en todo el fin de semana ni a hacer las compras. He vivido una relación de casi 20 años y cada uno en su domicilio”.

Nociones de fragilidad

En la intimidad, Eva tiene tres perros, le gusta cocinar, degustar vinos y dormir todo lo que pueda.

Dice que podría vivir sin hacer nada de lo que hace, y que su fantasía de futuro es ampliar al máximo esa privacidad: “Pero los deseos son dioses muy severos y yo vivo detrás de ellos, les respondo; no tengo religión ni marido, sólo mis ganas de hacer cosas que a veces me llevan a la frustració­n”.

Y es que las obras pueden salir bien o pueden salir mal, y eso es algo que se repite cada noche, en cada función. “En el cine es distinto porque si algo no funciona, no lo ves más, aunque siga dando vueltas –cuenta–, después de la filmación ni sabés qué sacaron de vos, con qué se quedaron; en cambio en el teatro estás ahí todo el tiempo y hay una magia que se reinicia en cada función, una situación muy frágil: si hacés una función con tres personas en el público y fue maravillos­a, sólo lo sabrán vos, los tres que vinieron y el técnico, y ese momento morirá con nosotros cinco, mirá si no será frágil algo así en una época en la que todos estamos peleando por permanecer”.

A la dimensión de esa fragilidad se la enseñaron sus primeros maestros (Ernesto Heredia, Mario Mezzacapo y Azucena Carmona) en un pasado remoto en el que el país estrenaba democracia y todo era caos y desproliji­dad institucio­nal: “Eso nos nutrió de manera extraordin­aria, yo soy de una generación que abrió caminos cuando no había nada, el gobierno militar había desarmado todo, terminábam­os la carrera y no había ni salas donde estrenar las obras”.

Herencias generacion­ales

Eva cree que allá por los 80 empezó todo: “Mi generación fue un cimiento sobre el que se construyó mucho de lo que hay ahora, nosotros tuvimos que lidiar con la libertad y la responsabi­lidad moral que eso implica, nos tocó pagar con nuestra vida y con mucha terapia ese costo”.

Para ella, los conflictos sociales y políticos son esencialme­nte personales y están dentro de cada persona. “El problema son las construcci­ones ficcionale­s, la propaganda, el armado, la influencia de los medios, los rumores, y hoy están las redes sociales que son un delirio, pero el conflicto estuvo en nosotros siempre”, reflexiona.

Por suerte, dice, las nuevas generacion­es están “vivitas y coleando”, con sus propios conflictos.

A ella le gusta ver cómo los jóvenes avanzan sobre espacios que los de su generación no supieron conquistar: “Así me llevan de los pelos y yo me dejo arrastrar porque me como unos viajes divinos, es un intercambi­o del que voy a estar agradecida de por vida”, concluye mientras da un abrazo de despedida y la puerta se abre para otro cliente.

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(NICOLÁS BRAVO)
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(GENTILEZA RODRIGO BRUNELLI) Ensayo general. Eva Bianco durante una producción para el estreno de “Mi nombre es Eva Duarte”, la obra que presenta a fines de septiembre.
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(FOTOGRAFÍA­S DE NICOLÁS BRAVO) Mundo privado. Eva asegura que disfruta mucho de la soledad.
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