VOS

El triste destino de River y de los VHS

- José Playo Aventuras textuales jplayo@lavozdelin­terior.com.ar

El vino estaba agrio y los sanguchito­s de miga tenían los bordes rígidos. Algunos eventos culturales son tan predecible­s como el truco de un mago de cumpleaños.

Me fui a fumar a la vereda porque llegué temprano y me encontré con una vieja amiga de la infancia que está loca de remate. Es artista pero no ejerce. Dice que prefiere trabajar en un call center y que el arte la sorprenda en lo cotidiano.

Es una lástima porque pinta cuadros hermosos.

–Gué güeno gue hayas venido – dice con todos los dientes violetas mientras me da un abrazo torpe.

Está contenta, me explica, porque a pesar de la crisis, todavía hay energía positiva en los creadores.

Desinhibid­a por el tinto rasposo, me habla del valor del arte mientras me palmea sonorament­e el hombro haciéndome tambalear.

Puedo notar una huella de taninos secos delineándo­le los labios y su mirada vidriosa intentando mantener el contacto.

–Lo que no falla nunca son los vinos de las presentaci­ones – observo mientras hago un fondo blanco con mi vaso de plástico lleno de gaseosa tibia.

–¿Vas a hacerle una entrevista? – quiere saber.

–¿Al artista? No, ni en pedo; no lo conozco y de arte no entiendo un sorete, vine porque mi compañera es amiga de la novia, si no a esta hora estaría en casa jugando al Candycrush.

–Desde que te conozco sos igual –dice–, ¿te acordás cómo nos conocimos?

–Sí, vos atendías el videoclub de tus viejos y yo me tiré un lance, difícil olvidar el voleo en el orto que me diste, muy gratifican­te.

Mi amiga se ríe con la boca como una remolacha.

–Ibas de las películas en blanco y negro al porno sin escalas –dice con una carcajada–, por eso no quise aceptar salir con vos, no sabía si eras un degenerado o un aburrido.

–Las dos cosas, nena, siempre fui las dos cosas.

Tiempos de video

A comienzos de los ‘90 ya era socio de casi todos los videoclube­s que había en el centro y zonas de influencia. En esa época ni siquiera se conocía el formato DVD, entonces uno tenía que ir a esos locales que eran como un Netflix analógico y elegir la caja de algún estante para cambiarla después en el mostrador por el casete VHS.

Gracias a que odiaba salir los fines de semana me pude adentrar en el complejo universo de íconos como Kurosawa, Orson Welles, Fellini y Jenna Jameson.

El video de mi amiga tenía 15 copias de Duro de matar ,20de Robocop y30de Terminator .Ysi lo visitaba seguido era porque me hacía ilusión que ella me diera bola.

Pero en realidad me gustaban más esos locales frecuentad­os por gente grande con pulover al hombro, que estaban llenos de cine no convencion­al.

Había uno en la Chacabuco que era como un pasillo; otro de la calle Tucumán que parecía un boliche, y también estaba el de la Colón cerca de La Cañada, que hasta tenía películas asiáticas.

–El mejor era el mío –se ufana mi amiga–, o ya te olvidás que yo te recomendé las películas de River Phoenix.

Me quedo pensando unos segundos. Efectivame­nte, ella me recomendó la película Cuenta conmigo cuando le conté que me gustaba Stephen King. Se trataba de una adaptación de un relato suyo, una aventura juvenil en la que un grupo de preadolesc­entes emprenden un viaje al campo para ver un cadáver que, se rumoreaba, había quedado a un costado de las vías del tren.

La película me impactó, no sólo porque cazó la esencia de los personajes a la perfección (Kieffer Shuterland en villano está tan genial como Corey Feldman en niño trastornad­o), sino porque me fascinó la labor de un ignoto actor llamado River Phoenix.

–Me terminé de fanatizar con River cuando lo vi en Mi mundo privado, junto a Keanu Reeves –le digo–: en esa historia Phoenix hace de un taxiboy que padece narcolepsi­a.

–Esa película es la que arranca con una escena sexual que era una patada en las cejas –dice mi amiga con la boca seca.

–Es cierto, y también esa película fue el primer paso hacia su muerte.

La última vez que tuvimos noticias de River fue en octubre de 1993, cuando los titulares dieron cuenta de que en la puerta del bar que tenía Johnny Depp el joven había quedado tendido boca arriba en la vereda, muerto de una sobredosis.

Pasaron cosas

River Phoenix nació el 23 de agosto de 1970 y era hermano de Joaquin, el malo de Gladiador. Sus padres eran devotos del culto “Los niños de dios”, una secta que había destinado a la familia a una misión en Venezuela.

–En los primeros años de la infancia, River tuvo que ganarse la vida cantando en la calle con su guitarra mientras la hermana más chica pasaba la gorra –le cuento a mi amiga.

–¿Esa secta no era la que abusaba de los niños?

–Se rumoreaba eso, sí, tal vez por esa razón la familia decidió regresar a los Estados Unidos, donde River empezó a hacer sus primeras armas poderosas en Hollywood; era apenas un pendejo y ya mantenía a más de 30 personas con su laburo.

–¡Y qué lindo era! –aporta mi amiga.

–Y talentoso, aunque lo suyo era la música, se hizo amigo del bajista de los Red Hot Chilli Peppers e intentó con todas las fuerzas hacer una carrera en la música.

–¿Por qué decís que la película le cagó la vida?

–Porque se tomaba el trabajo tan en serio que para componer al personaje se pasó meses conviviend­o con taxiboys drogadicto­s, y ahí se le pegó el vicio.

–Pobre River, me da tristeza, ¿estaba con los drogadicto­s cuando se murió?

–No, estaba por tocar por primera vez en público con Flea, el de los Red Hot, en el barcito que tenía Johnny Depp.

Mala cara

Era la noche del 31 de octubre de 1993, Phoenix venía de pasar varios meses sobrio y había tenido una semana de mierda filmando una película con gente que lo trató muy mal.

Esa noche el joven había decidido cambiar el humor y darse el gusto en el escenario.

–¿Llegó a tocar? –quiere saber mi amiga.

–Nop, había muchos músicos esa noche y se le cagaron de risa cuando quiso subir al escenario; el pobre River había llevado su guitarra y todo.

En esa velada se sumaron al rechazo de los músicos, el bajón de estar sobrio tanto tiempo y la mufa de una mala racha laboral.

Mi amiga prende el cuarto cigarro desde que estamos en la puerta. Está atenta a pesar de su borrachera porque le gustan las historias con finales tristes.

–La cosa es que River no quiso volver a la mesa donde estaban sus hermanos y su novia, y para que no lo vieran amargado se fue derecho al baño, donde alguien le ofreció una combinació­n de heroína y cocaína para aspirar.

–Se la tomó toda –diagnostic­ó mi amiga.

–Como una aspiradora, y era una dosis muy alta y muy pura, así que al toque empezó a vomitar y a tambalears­e; se había envenenado y en 15 minutos se moriría, pero tuvo tiempo de volver a la mesa, sentarse y caretearla un rato frente a los suyos, hasta que ya no dio más.

–Mi vida River –dice mi amiga con emoción que no sé si atribuirle a su sensibilid­ad artística o al pedo con estómago vacío que carga.

–Entre los hermanos lo sacaron a la vereda para que tomara aire, no sabían qué le pasaba y cuando se desmayó, tampoco supieron qué hacer; lo más loco es que la gente se juntaba alrededor y no se animaban a hacer nada porque, imaginate, era River Phoenix.

–¿No llamaron a una ambulancia?

–Sí, como 10 minutos después; en internet está esa llamada con el audio original, se escucha al propio Joaquin Phoenix a los gritos pidiendo que manden a alguien, muy tenebroso.

Mi amiga se ha llevado las manos a las mejillas y tiene la boca abierta como el cuadro de Edvard Munch.

–Pensé que había sido menos traumático.

–No –le digo–, fue un bardo, y al respecto jamás hablaron ni Flea, ni Depp, ni la novia, ni Joaquin; es uno de los grandes mitos de Hollywood que permanecen semioculto­s y sobre los que la gente dice boludeces.

Mi amiga ahora se tambalea un poco hasta que consigue sacar del bolsillo su teléfono celular.

Se hace un silencio repentino y los dos nos ponemos a mirar su aparatito.

–Mirá –dice cuando encuentra una foto en la que se ve una habitación llena de cajas–; mi viejo nunca se deshizo de las películas, ya no tiene ni videocaset­era, pero a los VHS del videoclub dice que no los puede tirar. Nos quedamos un rato mirando la imagen. Los dos estamos pensando lo mismo.

Siento su respiració­n pesada por el vino, el perfume de su desodorant­e mezclado con el humo del tabaco me produce algo parecido a la ternura.

–Vamos a picar algo –invito–, algún sanguchito seco debe quedar.

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(ILUSTRACIÓ­N DE FAVIO CANDELLERO)
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