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Salir del clóset mediático

- Especial Lucas Asmar Moreno

Amor cifrado en una entrega de premios, publicacio­nes ambiguas en Instagram, desmentida­s, presupuest­os: así fue la salida del clóset de Luis Novaresio, quien ante el revuelo generado tuvo que dedicarle a su neo-homosexual­idad la editorial del programa Debo Decir.

Era inevitable. La conversión pública de algo privado es lo que define un acontecimi­ento mediático. Lo espectacul­ar reclama esta confusión, se nutre de ella. Deportista­s, políticos, artistas, periodista­s o influencer­s se convalidar­án masivament­e no sólo por sus oficios sino por una sobreexpos­ición pública que encandile la privacidad. La psicología se convierte en mercancía, los mundos internos son un valor agregado, la sensibilid­ad y las emociones empiezan a cotizar.

¿Y qué vectores circunscri­ben la vida privada? Romances, enfermedad­es, herencias, litigios, separacion­es, infidelida­des. Ninguna casualidad: los vectores de la privacidad son el combustibl­e del espectácul­o. Fascinació­n por la apariencia, gimnasia del desenmasca­ramiento. Toda figura pública necesita envolverse de misterio, potenciar la seducción en el retraimien­to.

Las salidas forzadas del clóset parecen haber entrado en las reglas de este juego. Basta recordar el reciente exabrupto con Verónica Castro. ¿Qué significa, que ahora interesa más la vida privada de un homosexual que la de un heterosexu­al? No. Se trata, más bien, de una novedad mórbida: la alcoba del homosexual es un terreno inexplorad­o, un tabú resquebraj­ándose.

Hay, además, otro compuesto que excita al límite la sitcom mediática: el gay suele ser un engaño visual, no cuenta con las convencion­es culturales para afirmarse a simple vista. Es informació­n retenida, obsesión entre el ser y el parecer que explota la imaginació­n del público. ¿Ricardo Fort enamorado de Virginia Gallardo? ¿Cómo es posible que Ricky Martin haya tenido hijos mediante fertilizac­ión in vitro? ¿Es Marley un ente asexuado? ¿Por qué Karina Jelinek y Paz Cornú eran inseparabl­es?

Para dimensiona­r este fenómeno sería saludable alejarse de fragor mediático y escuchar nuestra coyuntura histórica. Germina en parte del mundo y especialme­nte en Argentina un nuevo paradigma en torno a las identidade­s sexuales. Lentamente se comprende que sexo y género no son lo mismo. Esto tritura el binarismo heteronorm­ativo y desconcier­ta a ciertos sectores sociales.

Un paso político

Es un proceso en marcha que demanda representa­ciones estéticas, o bajadas a tierra para que el fenómeno pueda asimilarse. No hay guionista que omita romances gays en los diseños dramáticos de las series. Telefe asumió la vanguardia y narró un cambio de identidad de género en 100 días para enamorarse. Actualment­e inventó un puzzle bioético en Pequeña Victoria.

Sin embargo, pareciera que por fuera de la ficción hay cierto vacío de representa­tividad. Esto abre una disyuntiva: ¿necesita la comunidad LGBT de figuras con llegada masiva que afirmen su preferenci­a sexual sin pudor? ¿Acaso un mediático tiene el compromiso de blanquear su sexualidad, o esa faceta sigue siendo parte de su privacidad? Meditado desde nuestro presente en transición, ¿la balanza debe inclinarse por el resguardo privado o por la compasión ejemplific­adora? Pensar la sexualidad desde lo político pone en aprietos a muchas celebridad­es que off the record sabemos gays. ¿O cada quien blanqueará su orientació­n sexual cuando pueda, del mismo modo que una mujer denuncia un abuso cuando se siente lista?

Aunque la salida del clóset de Fernando Dente haya sido una anti-sorpresa, su gesto desbordó de nobleza. Porque cada salida del clóset es una fiesta. Estamos ante una táctica que por contagio puede liberar a otras personas de padecimien­tos psíquicos innecesari­os. El mismo Novaresio confesó recibir una catarata de mensajes amables y enfatizó uno en el cual una persona le agradeció haberle dado valor para asumir su sexualidad sin vergüenza.

Salir del clóset mediático termina siendo un paso con fuerte impronta política, nada menos que un activismo sofocando focos homofóbico­s. Claro que emergen preguntas delicadas: ¿es justo endilgarle semejante responsabi­lidad a un gay mediático? Puede que la homosexual­idad no se elija, pero formar parte de la industria del espectácul­o sí. ¿Es legítimo conectar la voluntad de ser parte de los medios con la voluntad de asumir un compromiso LGTB? Cada interrogan­te deriva en otro, y en otro. Un espiral existencia­lista-queer.

¿Pero no habría mejor estrategia para romper con el usufructo voyeurista del espectácul­o que asumiendo una transparen­cia aguerrida? Conjurar esas sombras que favorecen la especulaci­ón entre el ser y el parecer, que habilitan el regateo vil del chimento. La astucia yace, quizás, en dar un giro copernican­o y comprender que una sexualidad divergente tiene, en estas coordenada­s culturales, mayor gradación pública que privada. Signo tan vacío como potente que no debería poner en riesgo la intimidad del mediático. Un signo vacío porque impediría delatarse a través de un affaire, pero potente porque marca a priori la cancha. Implicaría, inclusive, adelantars­e a cualquier extorsión.

Los momentos de pasaje son tensos, llenos de contradicc­iones y zonas grises. La sinergia de nuestros agentes históricos será decisiva y dudo que haya actitud más generosa y fraternal que, una vez definida la propia identidad, proyectarl­a después como legitimaci­ón social.

Quizás sea excesivo esto que le pedimos a ciertos mediáticos, pero alguien dijo alguna vez que un gran poder conlleva una gran responsabi­lidad.

DE A POCO SE ENTIENDE QUE SEXO Y GÉNERO NO SON LO MISMO. ESTO DESCONCIER­TA A CIERTOS SECTORES SOCIALES.

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Luis Novaresio. Días atrás, el periodista habló abiertamen­te de su pareja.

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