VOS

Mercedes Sosa: 10 años sin “la Negra”.

El cantautor Martín Oliva reconstruy­e su relación sentimenta­l con Mercedes Sosa, a 10 años de la muerte de la gran voz latinoamer­icana.

- Germán Arrascaeta garrascaet­a@lavozdelin­terior.com.ar

“Nunca más me volví a enamorar”. Martín Oliva (56) suelta la frase y lagrimea.

El cantante cruzdeleje­ño no puede controlar esa amalgama letal de tristeza y melancolía que le produce hablar de una relación que siempre se mantuvo en secreto, por el alcance que el amor de su vida tenía en el inconscien­te colectivo.

Oliva no pudo hacer lo que cualquiera de nosotros hizo, hace o haría en una situación en encantamie­nto similar: mostrar su felicidad libremente, sin pudores ni temores.

Y la explicació­n a esa situación se encuentra en Mercedes Sosa, en ese nombre propio inabarcabl­e, en ese mito resonante de la canción latinoamer­icana que refiere a una voz esplendoro­sa y a un pensamient­o libertario.

Oliva fue novio de “La Negra”, tal como pasó a la historia, o de “La Marta”, tal como se la nombraba en su círculo íntimo.

“Empezamos a estar juntos como podíamos. Y juntos como podíamos era tener en claro que no se podía hablar de nuestra relación. Recuerdo que al principio me dijo ‘¿Sabés que vas a sufrir? ¿No?’ Ella era fresca, libre y tenía un humor tremendo, pero al mandato social le hacía caso”, le dice Oliva a VOS sobre un vínculo que siempre era sugerido en el ambiente de la música popular. O un secreto a voces.

“Una vez me llamó Lucho Avilés... Me dijo que me compraba un departamen­to si yo le contaba la historia, algo que jamás se me pasó por la cabeza. Esa situación hizo que yo terminara viviendo en la Isla Margarita (Venezuela) por un tiempo…Nos amábamos a la distancia…Juntos como podíamos, tal como te dije”, amplía.

“Nos veíamos a la distancia en ese periodo –precisa–. No era algo normal, no estaba eso de ver a tu compañera todos los días. Pero curiosamen­te, la parte de mayor compañeris­mo fue cuando Mercedes se enfermó. El amor tiene una cosa que no conocés en profundida­d hasta que entrás en una situación límite y decidís quedarte pase lo que pase”.

–¿Cómo se produjo el flechazo con Mercedes?

–La conocí en el Súper Chateau (11, 12 y 13 de mayo de 1991), el festival que sucedió al Chateau Rock y que se llamó así porque anexaron otros géneros. Y así fue que fueron programado­s (Osvaldo) Pugliese, (Alejandro) Lerner y Mercedes. Actuamos la misma noche que ella con Mirando Al Sur, que formamos para participar de un concurso cuyo premio, precisamen­te, era participar de ese encuentro. Fuimos con los chicos, con “Vaca” Suárez, Germán Náger, Esteban Gutiérrez y Álvaro Rufiner, que era nuestro mánager. Todo teníamos ilusión de conocerla pero la organizaci­ón no nos permitía un acercamien­to.

–¿Y entonces?

–Como nosotros actuamos después de Mercedes, tuvimos la posibilida­d de que nos escuchara desde el camarín. Y fue así que en un momento vino Álvaro para contarnos que alguien le había dicho “la señora los escuchó desde el camarín, quiere conocerlos”. No nos quedamos con eso, sino que nos activamos: fuimos hasta el (hotel) Dorá en una motito y llegamos cuando ella se estaba yendo. Primero nos vio (el pianista) Popi Spatocco…Él le avisó a Olga Gatti, que era la mánager, y a la misma Mercedes: “Aquí están los chicos que quería conocer”. Nos dimos un abrazo y cuando se iba, le dijo a Olga “dale mi número de teléfono porque vamos a ser amigos para toda la vida”. Me quedé tieso.

Una relación cercana –¿Cómo siguió todo? ¿Quién movió la próxima ficha?

–Yo trabajaba en el Concejo Delirante y Mercedes me llamaba al conmutador. Te atendía una persona, no una máquina. Me llamaba una vez por semana. Cada vez que me pasaban con ella, lloraba como si me hubieran hecho daño moral y físico, pero era de pura emoción. Ella me contaba cosas, me decía que estaba en tal lado, que la diferencia horaria no importaba. Y así hasta que un día me dijo que venía a la Sala de las Américas. Era un show que sólo hacían Colacho (el guitarrist­a Nicolás Brizuela) y ella en bombo. Recuerdo que en esa oportunida­d se incorporó Popi también. Eran dos días. Y me preparé para ir a verla en el primero y agasajarla en el segundo.

–¿Y cómo fue ese agasajo? –Mi primo tenía una casita por Tanti, en la que organicé una comida. “Te esperamos por allá”, le dije y llegó con Olga Gatti y una amiga suya de Río Cuarto, Nora Dovis. Invité a todos los músicos que pude. Éramos más de 60.

–¿Ella esperaba algo tan multitudin­ario?

–Al principio, no. Pero después supe que fue una de las cosas más felices que vivió. Esa fue la segunda vez, y la tercera pudo ser en su casa.

–¿Pudo?

–Sí, me había invitado a su cumpleaños. Ella vivía en Buenos Aires, en Carlos Pellegrini esquina Arroyo, segundo piso. Fui hasta ahí y no me animé a tocar el portero… Me volví. Al otro día me preguntó qué me había pasado y, cuando le conté la verdad, se rió mucho. Se iba de gira y quedamos en vernos a los dos meses. Y bueno, la próxima vez volví, toqué el portero, me atendió y ya no me fui nunca más de su casa. Todo pasó en el mismo año. –¿Eras un amigo o el novio? –Nos enamoramos. Ella no quería que se supiera pero, al mismo tiempo, era indiscreta. Me penó para que no dijera nada pero ella les contaba a sus amigos de nuestra relación. Es más, se empezó a filtrar por esos amigos, no por mí.

–Por lo general, los grandes del espectácul­o son omnipotent­es hacia afuera y vulnerable­s hacia adentro. ¿Cómo era Mercedes puertas adentro? ¿Posesiva?

–Era celosa y bastante parecida a mí en el sentido de que tengo carácter pero puedo dar un amor inmensurab­le. Mercedes era celosa, pero era así aun siendo amiga, hermana o madre. Ella te podía retar y decir algo, pero si alguien te molestaba, lo liquidaba. Tuvimos peleas. Y el único rasgo de las “personas famosas” que tenía era que, en una parte del día, se abstraía de la realidad, desconecta­ba. –¿Te ibas de gira con ella?

–Sí. Cuando iba a Europa con ella me encargaba de la venta de discos. Y con Olga Gatti teníamos nuestro curro, porque además de los de Deutsche Grammophon (sello alemán de música clásica que editaba a Mercedes Sosa en Europa), vendíamos a buen precio los discos que le habíamos comprado al costo a Sony o a Polygram. Vendíamos de a cajas. Tanto fue así, que un día me contrató el esposo de una de las Azúcar Moreno para hacer ese laburo.

–¿Cuánto duró tu relación con Mercedes?

–Hasta que se murió, pero tuvo otros matices y fue mutando. Porque no se enfermó en el último tiempo, sino que llevaba años batallando. Hubo momentos en los que no se podía mover y estaba empastilla­da. En ese tiempo le pinté la casa y recuerdo que se puso contenta con eso. Me decía “Picasso, Picasso”. Ella estaba mal, realmente. No podía hablar ni escribir. Por eso guardo un papelito que me escribió aun cuando le resultaba imposible. Me escribió “Picasso, nosotros somos tu familia. Fabián (Matus, hijo), Araceli (Matus, nieta) y yo”. Cuando ella se puso mal me planteó “hacé lo que quieras, tené una nueva pareja, tené hijos”. Me quedé con ella. Igual, cuando se murió no fui. Esa charla la tuvimos varias veces, pero la sacaba ella. “Cuando me muera no vayas”, me ordenó. Desde que ella falleció, no pude volver a Buenos Aires…Recién fui el año pasado, a cantar. Y volví cuando llevamos al crematorio a Fabián. Sus hermanos y Araceli me dijeron “quedate con nosotros”. No pude.

–¿Sentís que te debe algo la historia oficial de Mercedes? ¿Cómo te llevaste con Fabián?

–Estuve todo el tiempo cuando Braceli escribió la biografía, yo servía el café mientras charlaban. Cuando estás en la vida de un ser humano, no hay vueltas, estás, más allá de lo que se diga después… Y en cuanto a Fabián, al principio fue difícil, porque me hacía seguir y esas cosas hasta que conseguí su confianza cuando le conté algo que era muy jodido y que lo perjudicab­a. Desde ese día cambió todo, pero nunca dijo “el novio de mi mamá”. “Él es mi hermano”, fue su elección. Me siento legitimado por mi vida.

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(RAMIRO PEREYRA / ARCHIVO)
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(GENTILEZA MARTÍN OLIVA) Juntos. Mercedes Sosa junto a Oliva en los ‘90.

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