Miradas opuestas a “Guasón”.
A favor Un chiste que no tiene remate
Con toda su contundencia unidireccional y unipersonal, la virtud de Guasón radica en su ambigüedad, su reflejo distorsionado, la contorsión digna del cuerpo musculosamente raquítico de Joaquin Phoenix en su ejecución de danza kabuki. La narración del perdedor que enloquece y deviene redentor violento de las masas con nombre de franquicia es llevada por el tándem Todd Phillips-Phoenix con la distancia, el ritmo y la presteza idóneos como para elevar la anécdota trillada neofascista a la dimensión de mito salvaje.
El Joker es ya una entelequia del mundo de las historietas en las que en sus diversas encarnaciones caben el loco, el bufón, el terrorista, el asesino.
Guasón combina todas estas facetas en un vaivén terrorífico con porosidad de urbe decadente cinéfila (la Nueva York de películas como El rey de la comedia y Taxi Driver )yconla ductilidad malsana de quien no distingue llanto de sonrisa:
Guasón es un filme naturalista de superhéroes sin superhéroes pero no sería la misma sin los momentos en que recurre a la caricatura del cómic.
La psicología de Arthur Fleck no es enteramente clara sino cuando adquiere visos sociales hobbesianos, pintando una “psicopolítica” hater muy de estos tiempos; la realidad consigue ser hiperreal en su irrealidad, esa Ciudad Gótica anacrónica, ubicua y sin internet; el personaje dice ser infeliz pero invoca la belleza en el desastre y su tristeza se transmuta en una incómoda adrenalina.
Guasón materializa, además, en un gesto inusual que bordea el shock art mainstream, la amoralidad que la nutre: en su disolución de inhibiciones colectivas hace temer la irrupción de un balazo en la sala.
Ese peligro, más que horrorizarnos, debería hacernos interrogar por el origen de su latencia.
En contra Su esencia la separa de la perfección
Es un hecho: el director Todd Phillips consigue pintar un fresco antropológico perturbador gracias a un personaje icónico del universo de DC.
Pero cabe preguntarse si la memorable interpretación de Joaquin Phoenix no queda empantanada en una duda: ¿vemos el nacimiento de un villano archiconocido para los que conocen el mundo de Batman o sólo un experimento agridulce sin solución de continuidad, un alarde de dirección y actuación?
Arthur Fleck (Phoenix) viene a plantar una bandera de humanidad que le baja el copete a la propuesta de otros filmes basados en personajes de cómics pochocleros (léase: Marvel). Para ello le da vuelta de tuerca (otra más) al escenario de Ciudad Gótica.
La primera duda: ¿era necesario ese uso discrecional del contexto para una trama que tranquilamente podría prescindir de ese bagaje?
Lo único que tira por momentos hacia atrás al personaje es saberlo atado a ciertas reglas de ese universo temático, que lo colocan en un limbo entre una gran película de autor y un eslabón más de la larguísima cadena con la que han arrastrado a Batman por mil experimentos diferentes.
Esa indefinición genera el único señalamiento en el guion que pone a Guasón un paso por detrás de la perfección: el conflicto que motiva inicialmente al personaje (figura paterna, trastornos psiquiátricos) se diluye al final para dar paso a una bajada de línea recostada en la comodidad de la esencia del cómic: el mal y el caos pide a gritos un héroe.
El mensaje final termina encorsetando a toda la película a una “bati-esencia” que le quita un poco de toda la libertad que es digna de aplaudir desde que empieza. Sin rozar el purismo, podemos preguntarnos si el Guasón de Phoenix necesita nacer en una ciudad fundada por una compañía de cómics para conseguir los mismos aplaudibles resultados.