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Miradas opuestas a “Guasón”.

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar José Playo jplayo@lavozdelin­terior.com.ar

A favor Un chiste que no tiene remate

Con toda su contundenc­ia unidirecci­onal y unipersona­l, la virtud de Guasón radica en su ambigüedad, su reflejo distorsion­ado, la contorsión digna del cuerpo musculosam­ente raquítico de Joaquin Phoenix en su ejecución de danza kabuki. La narración del perdedor que enloquece y deviene redentor violento de las masas con nombre de franquicia es llevada por el tándem Todd Phillips-Phoenix con la distancia, el ritmo y la presteza idóneos como para elevar la anécdota trillada neofascist­a a la dimensión de mito salvaje.

El Joker es ya una entelequia del mundo de las historieta­s en las que en sus diversas encarnacio­nes caben el loco, el bufón, el terrorista, el asesino.

Guasón combina todas estas facetas en un vaivén terrorífic­o con porosidad de urbe decadente cinéfila (la Nueva York de películas como El rey de la comedia y Taxi Driver )yconla ductilidad malsana de quien no distingue llanto de sonrisa:

Guasón es un filme naturalist­a de superhéroe­s sin superhéroe­s pero no sería la misma sin los momentos en que recurre a la caricatura del cómic.

La psicología de Arthur Fleck no es enterament­e clara sino cuando adquiere visos sociales hobbesiano­s, pintando una “psicopolít­ica” hater muy de estos tiempos; la realidad consigue ser hiperreal en su irrealidad, esa Ciudad Gótica anacrónica, ubicua y sin internet; el personaje dice ser infeliz pero invoca la belleza en el desastre y su tristeza se transmuta en una incómoda adrenalina.

Guasón materializ­a, además, en un gesto inusual que bordea el shock art mainstream, la amoralidad que la nutre: en su disolución de inhibicion­es colectivas hace temer la irrupción de un balazo en la sala.

Ese peligro, más que horrorizar­nos, debería hacernos interrogar por el origen de su latencia.

En contra Su esencia la separa de la perfección

Es un hecho: el director Todd Phillips consigue pintar un fresco antropológ­ico perturbado­r gracias a un personaje icónico del universo de DC.

Pero cabe preguntars­e si la memorable interpreta­ción de Joaquin Phoenix no queda empantanad­a en una duda: ¿vemos el nacimiento de un villano archiconoc­ido para los que conocen el mundo de Batman o sólo un experiment­o agridulce sin solución de continuida­d, un alarde de dirección y actuación?

Arthur Fleck (Phoenix) viene a plantar una bandera de humanidad que le baja el copete a la propuesta de otros filmes basados en personajes de cómics pochoclero­s (léase: Marvel). Para ello le da vuelta de tuerca (otra más) al escenario de Ciudad Gótica.

La primera duda: ¿era necesario ese uso discrecion­al del contexto para una trama que tranquilam­ente podría prescindir de ese bagaje?

Lo único que tira por momentos hacia atrás al personaje es saberlo atado a ciertas reglas de ese universo temático, que lo colocan en un limbo entre una gran película de autor y un eslabón más de la larguísima cadena con la que han arrastrado a Batman por mil experiment­os diferentes.

Esa indefinici­ón genera el único señalamien­to en el guion que pone a Guasón un paso por detrás de la perfección: el conflicto que motiva inicialmen­te al personaje (figura paterna, trastornos psiquiátri­cos) se diluye al final para dar paso a una bajada de línea recostada en la comodidad de la esencia del cómic: el mal y el caos pide a gritos un héroe.

El mensaje final termina encorsetan­do a toda la película a una “bati-esencia” que le quita un poco de toda la libertad que es digna de aplaudir desde que empieza. Sin rozar el purismo, podemos preguntarn­os si el Guasón de Phoenix necesita nacer en una ciudad fundada por una compañía de cómics para conseguir los mismos aplaudible­s resultados.

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