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Un mapa del alma

Luis Machín interpreta “El mar de noche”, el monólogo de Santiago Loza sobre los efectos devastador­es de la pena de amor.

- Beatriz Molinari bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

La obra que se presenta esta noche en el Festival Internacio­nal de Teatro del Mercosur surgió del trabajo conjunto entre el dramaturgo Santiago Loza y el director Guillermo Cacace. En la búsqueda surgieron tres textos: De profundis de Oscar Wilde, Muerte en Venecia de Thomas Mann y La voz humana de Jean Cocteau. Como señala Luis Machín, la comunicaci­ón de una persona con otra en la desesperac­ión de amor; la desesperan­za con que describe Wilde el amor y el odio, y lo que significa el personaje de Muerte en Venecia con todo lo que le sucede cuando ve a Tazio en la playa del hotel.

“Con esas ideas Santiago escribe El mar de noche, con reminiscen­cias claras”, dice el actor, que logra una extraordin­aria representa­ción de un hombre desintegrá­ndose.

“Durante los ensayos no lo pensamos así. Empezamos con más despliegue en el escenario con una energía hacia afuera, que permitía más histrionis­mo. Pero de a poco nos dimos cuenta de que el texto imponía otro ritmo, otra temperatur­a, que iba resonando en mi cabeza a medida que lo estudiaba. Es muy complejo. La monotonía al decirlo genera una música. Trabajamos más de dos años”.

Condensar el texto de Loza en el cuerpo va más allá de contar una historia, un hecho, la anécdota del amante abandonado. “Apenas excusas, en realidad, para mostrar cómo el texto toma el cuerpo del actor. A partir de ahí hay una suerte de nuevo cuerpo”, describe Machín.

Para lograrlo, dice, hizo falta tiempo. “Fui dejando que el texto haga lo suyo en el cuerpo. Lo que decía hacía mella en el alma del personaje”.

Un hombre sentado en un sillón a medio vestir habla. La tristeza de su rostro, el tono y las palabras plantean el momento de profundo dolor por el que atraviesa. La condensaci­ón de sentimient­os en ese cuerpo en el sillón no permite una expresivid­ad hacia afuera. Dice el actor: “No permite demostraci­ón de habilidade­s o componer distintos personajes, o demostrar, como ocurre en otro tipo de obra, que los actores saben bailar. Nada eso fue el puntapié. Todo lo contrario. Es muy despojado”.

A tres años del estreno de El mar de noche y más de 200 funciones, Machín señala sobre la evolución del personaje: “Hay algo que está desde el principio y es la no concesión a lo que demanda la gente. La mayoría demanda la posibilida­d de la risa, que le hagan olvidar por un rato sus sufrimient­os, o la realidad que es adversa, sobre todo en épocas como estas tan complicada­s. La gente busca un poco de diversión. Lamento decir que no es el caso de esta obra. La gente se sumerge en un mundo que no es muy grato. Es el mundo de la pérdida, en este caso, la pérdida amorosa, la pérdida del otro, la pérdida de la propia vida al advertir que la realidad empieza a ser ajena. La gente la recibe de distintas maneras. Puedo detectar dos o tres momentos donde hay risa como escape por el carácter opresivo de la obra”.

Machín asegura que en ningún momento ha concedido nada en todo este tiempo. “Me conocen por comedias en la tele o por personajes convocante­s, y a veces la gente va a ver eso, me pone en un lugar que nunca me interesó ocupar. Nunca me resultó atractivo, soy curioso de los géneros en el cine o el teatro. Tengo un recorrido muy amplio y variado”, comenta.

El título, El mar de noche, señala el tono de la obra. Es un momento de reflexión. “Que las asociacion­es del espectador vayan por lugares libres es lo más interesant­e que puede pasar, y no ser uno quien conduce la emoción. Al ser el teatro un arte de aquí y ahora, un ritual que se renueva en cada función, la obra se modifica pero no hay concesione­s”, dice.

Machín compone esa especie de intemperie, el desamparo del desamor. “Quién no”, dice frente a la pregunta sobre una experienci­a personal en ese sentido. “Quién no ha sentido el desgarro ante la pérdida del amor o la desaparici­ón física. Recuerdo la muerte de un allegado a la familia de manera repentina. Los padres fueron a ver la obra y la madre me dijo que las pérdidas en algún lugar son parecidas. Hay algo que se rompe en un vínculo. Quién no ha tenido ese tipo de ruptura. Siempre se vincula con una geografía más personal. Hay una especie de mapa del alma que es un común denominado­r. Lo más rico de un hecho artístico es la multiplici­dad de lecturas. Que uno sea disparador es lo que hace la obra más rica. Lo siento cuando decido contar algo por sobre otras cosas. No es una lectura plana, como muchas de las cosas que suceden en el mundo contemporá­neo y se resuelven con inmediatez”, concluye.

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(PRENSA FESTIVAL INTERNACIO­NAL DE TEATRO DEL MERCOSUR) Opresión. “Hay dos o tres momentos donde hay risa como escape a lo opresivo de la obra”, dice Machín.

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