VOS

Una visita inesperada (o no tanto)

- José Playo Aventuras textuales jplayo@lavozdelin­terior.com.ar

La Luli viene a verme. Está destrozada por lo del Beto. Es un día caluroso, tiene la cara blanca con unas ojeras bien oscuras: ha estado llorando fuerte.

Nos abrazamos, nos sentamos en el sofá y destapamos una cerveza.

–Tengo que hablar con vos –me dice.

Yo sé de qué viene la cosa. Soy el último que lo vio al Beto con vida. Y ella era la novia. Ella necesita saber.

–Vos estuviste con él ese día, contame, por favor, necesito saber…

Le alcanzo un pañuelo y me lo llena de una mezcla babosa de mocos y lágrimas. La culpa te destroza. Es uno de los grandes males de este mundo, peor incluso que los terremotos y los tsunamis.

–Yo lo llamé por teléfono la noche anterior y quedamos para ir al mecánico –le digo.

–¡Pero si el Beto no tenía auto! – dice rompiendo en llanto.

Le explico que era para llevar mi auto, que se tranquilic­e. Ella sorbe aire por la nariz y hace ruido a último trago de un vaso con pajita. Después me hace señas para que siga.

–Al otro día partimos para el mecánico y tuvimos que dejar el auto y volver a pata; era algo del carburador al final –retomo.

–¿Cómo estaba? –me pregunta la Luli.

–Sucio, los carburador­es se empastan y…

–No –me interrumpe llorando–, te pregunto cómo estaba el Beto…

–Ah, como siempre; cruzado y de mal humor, ¿viste?

Ella me dice que sí, que ya sabe de qué hablo. Es la persona que más lo conocía.

–... así que le pregunté qué le pasaba y me largó el rollo de los mecánicos –le cuento.

–¿Qué rollo de los mecánicos? –Otra de las tantas teorías que tenía el Beto, Luli; esta vez se puso monotemáti­co con que nunca sabés si son mecánicos en serio, que no tienen título habilitant­e colgado en ninguna parte –le explico–, viste que el Beto siempre se fijaba en esas cosas.

Ella se pone a llorar y me dice que sí con la cabeza. Le cuelga de la punta de la nariz algo que no se sabe bien si es un moco o una lágrima.

–Dale, ¿y?

–Bueno, la cosa es que me empezó a hablar de que yo era un boludo porque no me daba cuenta de que los mecánicos siempre tienen el taller en la casa, que cómo iba a ser tan ingenuo, que la única referencia que tienen los clientes son las dos o tres catraminas estacionad­as en la vereda, pero que nunca sabés si son o no son mecánicos en serio.

–Esas cosas le daban por las pelotas –acuerda la Luli entre lágrimas–, típico del Beto.

Sabor helado

Destapamos otra cerveza y seguimos hablando. Ella quiere todos los detalles.

–La cuestión es que salimos de ahí y fuimos a tomar un helado – retomo.

–Ya sé –me dice ella–, te largó toda la teoría de los sabores de los helados, ¿no?

Los dos sonreímos.

–Sí, yo me antojé con dos bochas pero este se puso a mirar los cartelitos con los sabores y a preguntarl­e a la chica con mala cara qué mierda era mascarpone –le cuento–, y al final armó un escándalo porque los sabores son todos nuevos y casi rompe el mostrador cuando la chica le quiso explicar qué era el “chis queic”.

La Luli se rió y se atragantó con la cerveza. Yo también me reía mientras le contaba.

–La cuestión es que le armó un quilombo a la pobre mina con los gustos, todo un planteo sobre la estafa que era ir ahora a quedarse parado como un boludo frente a los nombres que se le ocurría poner al hijo de puta que había financiado la heladería, que en vez de poner “dulce de leche” común y silvestre vendían “dulce de leche con chispas”, o boludeces así.

–¡Uf ! –dice la Luli–, y no sabés lo que era ir al cine con este cristiano…

–Me imagino –le digo.

Ella vuelve a sorber del vaso y hace un gesto con la mano para alentarme a que siga contando.

A mí me da un poco de no sé qué. Estamos ahí los dos solos sentados. La ex del Beto y yo, ella llorando y riéndose, yo medio empedado por el calor y la cerveza.

–... entonces le dije que nos volviéramo­s en bondi porque no me daba para el taxi –sigo relatando–, así que nos tomamos el colectivo y me entró a taladrar la cabeza con su teoría de los viajes, que por qué subían tanta gente, que las viejas que caminan despacio se vienen haciendo las boludas para que les des el asiento cuando más de un hijo de puta se hace el dormido y todo eso, ¿viste?

–Insoportab­le, pobre Beto –acuerda ella.

–Así que nos vinimos de la relomada del orto y este dale que va con que el mudo que vende los lápices seguro que no es mudo, con que las madres tendrían que pegarle un chirlo a los chicos que le agarran la ropa a los pasajeros y esas cosas…

Ella asiente y revolea los ojos mientras cruza una gamba por encima de la otra; en ese instante me doy cuenta de que tiene un moretón medio verdoso en el muslo, pero no le digo nada.

–La cosa es que bajamos cerca de la plaza y seguimos caminando –continúo– y él insiste con invitarme a tomar algo a su casa, porque, bueno, porque me quiere hablar de cómo están las cosas con vos… –¿Vos... sabías? –me dice la Luli. –…y –le confieso–, algo había oído, pero no mucho; la cosa es que vamos a su casa, entramos y él se pone a patear calzoncill­os sucios del piso para hacerse lugar para pasar, ¿viste el quilombo que tiene (tenía) en el departamen­to?

–¡Uf, ni me hagás acordar! –dice con la voz aguardento­sa.

Brindis amistoso

El sopor de la tarde nos hace hablar en cámara lenta. La Luli saca un cigarrillo y yo le doy fuego antes de seguir.

–La cosa es que me contó que con vos estaba todo mal…

–¿Qué te dijo? –me pregunta con los ojos fijos en los míos.

Ahí me doy cuenta de que la mirada de la Luli te quema, que no hay forma de esquivarle el bulto.

–Me entró a hablar de que la vida en pareja es una cagada – confieso–, que el estado natural del hombre es estar soltero, que las mujeres no entienden nada…y en seguida me soltó lo de los colchones…

–¿Qué colchones? –pregunta ella limpiándos­e la nariz con el reverso de la mano.

–Eso de que el peor invento de la humanidad es la cama grande, que sólo a un hijo de puta se le podía ocurrir que dos personas tuvieran que dormir juntas, y que las propaganda­s de los colchones son una trampa porque nunca muestran una pareja ventilando las sábanas por el olor a pedo, ni a un tipo todo transpirad­o mientras la mina está tapada hasta la cabeza.

Ella disimula una risa que es como un soplido y me vuelve a hacer señas para que siga.

–No sabés, se puso loco hablando de las propaganda­s de los colchones; que nunca muestran gente que se babea mientras duerme, ni gordos que roncan como si tuvieran un Rastrojero en la garganta –resumo.

–Seguro te dijo “Si encuentro al hijo de puta que...” –comenta ella antes de apurar su vaso.

–Tal cual, me dijo “Si encuentro al hijo de puta que inventó que hay que levantarse de buen humor lo requetecon­tracago a tiros”, y me dijo también que hay minas que se empeñan en leer en la cama con una bombita de 200 en la jeta... –¿Y vos qué le dijiste? –Nada, qué le voy a decir, ya me había secado la cabeza y estaba harto de los comentario­s, su mala onda y sus teorías, me quería ir a la mierda.

Cambio de tema

De pronto se hace un silencio y la Luli me mira fijo de nuevo.

–¿No le preguntast­e por mí? –quiere saber.

–Sí, Luli; y me contó que con vos estaba todo mal, que no sabías entenderlo.

Y entonces ella se larga a llorar de nuevo con un grito ahogado.

Es un momento incómodo y me cuesta un par de segundos reaccionar. Hasta que me acerco un poco y la abrazo. La siento temblar mientras resopla y le paso la mano por el pelo.

Lo pienso un poco porque es una locura. Claramente lo que estoy por hacer es una locura, pero los hombres estamos todos locos.

–Luli…

–¿Qué? –me pregunta ella mirándome otra vez con la cara abotagada y enrojecida.

–Yo lo maté al Beto –le digo. Y ella se queda callada, se lleva un puño a la cara y se muerde un nudillo.

Después mira hacia la ventana y se separa de mí antes de hablar con voz firme.

–Gracias –me dice.

Y se me queda mirando con esos ojazos. Me clava la vista así, con los ojos así todos rojos. Entonces me voy derecho y le como la boca. –Te quiero –me dice.

–No digás nada –le pido.

A esa altura, los dos ya habíamos escuchado demasiadas boludeces.

 ?? (LA VOZ) ??
(LA VOZ)
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina