Pretenciosa en su amplitud de registros
La serie The Politician cuenta la historia de un joven que desde el colegio secundario sueña con ser presidente de la nación. En ocho capítulos de altísima calidad audiovisual, seremos testigos de un festival de frivolidad bastante confuso.
Pretensiosa en su amplitud de registros, The Politician termina pecando de indefinida: no termina de ser ácida, no se decide por ser humorística, no tiene en claro a qué público está interpelando.
Mientras pivotea entre la comedia y el drama, nos cuenta la historia de su protagonista Payton Hobart (Ben Platt), un estudiante hijo adoptivo de una familia acaudalada, que sueña con ser presidente de los Estados Unidos mientras lucha por entrar en Harvard y a la vez convertirse en el representante estudiantil de su escuela. Payton es, entre otras cosas, inescrupuloso y ambiguo. Pero más que todo es un personaje con el que es difícil empatizar.
Ryan Murphy supo deleitarnos con creaciones memorables
(Nip/Tuck, American Horror Story y Pose), pero en The Politician ensaya un relato híbrido que apela a todos los recursos disponibles para cautivar la atención (incluidos algunos números musicales perfectamente olvidables) sin conseguir jamás del todo el resultado deseado.
Y entre todas herramientas de las que hecha mano está el humor negro, que bien usado puede ser muy efectivo, aunque no es este el caso: tanto personajes como subtramas no están a la altura y dejan sabor a incomodidad.
Suicidio adolescente, el poder de las redes sociales, conflictos con la sexualidad y los avatares de ser hijo adoptado son algunos de los temas que se tocan sólo para rellenar minutos.
La serie cuenta con buenos actores (Jessica Lange y Gwyneth Paltrow, por caso), pero no consigue cumplir las expectativas de los que disfrutan del trabajo de Murphy, que puede dar mucho más.