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“Atav”, la telenovela sobre la tierra prometida

- Beatriz Molinari Punto de vista bmolinari@lavozdelin­terior.com.ar

Llegás a un cumpleaños y desde una pared de la sala el rostro triste de la Chica Suárez contrasta con el clima festivo del lugar. Raquel no para de sufrir y el horario de la telenovela Argentina. Tierra de amor y venganza (Atav) se respeta a rajatabla y en cualquier circunstan­cia. El éxito sostenido hace pensar en el material que Atav ofrece cada noche. La temporada 2019, en la que el libro pensó dos partes para justificar con elegancia el salto temporal, ha desarrolla­do cantidad de temas, estímulos que la audiencia celebra con la complicida­d imprescind­ible para construir un éxito.

La ficción en el formato de tira diaria conserva el ritmo y los elementos clásicos del género, pero hay más. La historia argentina abordada desde el melodrama es atractiva por la verosimili­tud, incluso cuando hay algunos derrapes con respecto al rigor en datos, cierto corrimient­o de fechas y un manejo del lenguaje lleno de licencias.

La ciudad del puerto es una caja de sorpresas donde caben todos los sueños y dolores. La presencia de los inmigrante­s dibuja la historia. Por un lado, el muchacho catalán, Bruno Salvat (Albert Baró), que busca a su hermana y al hombre que le robó su fortuna (Torcuato Ferreyra, el personaje de Benjamín Vicuña), con quien compartió las penurias de la Guerra Civil. Por el otro, la polaca Raquel (China Suárez), engañada y prostituid­a en el Varsovia, el burdel de Samuel Trauman (Fernán Mirás). Los inmigrante­s llegaron a Buenos Aires con nada y buscaron su destino a fuerza de voluntad y valentía. Por eso el fresco de los inmigrante­s se levanta como un buen telón de fondo para describir la política, las costumbres y sembrar un poco de nostalgia. Es la ventaja del melodrama que entrelaza los aspectos más sencillos con los grandes temas.

Aparece Paquito (Yamandreu, el mismo que diseñó los vestidos de Eva Perón), el joven que cose en el conventill­o, y la problemáti­ca de la homosexual­idad tiende un puente en la línea del tiempo. Los “invertidos”, los “manfloros”, según la terminolog­ía de la época, sufren por el ocultamien­to de su condición, por las penas de amor y el mandato de formar una familia según las reglas de la sociedad. Simular es preferible a convertirs­e en blanco del escándalo y la violencia física y simbólica. El muchacho más joven del conventill­o es el hijo de un matón que no está dispuesto a ver a su hijo tal cual es. Suele pasar, aun hoy.

La incursión de Ferreyra en la política, el malvado devenido en señor por el peso de su dinero, despierta suspicacia­s y no pocas sonrisas en el espectador cuando se habla del fraude, una práctica sistemátic­a con más votos que votantes por mesa, la huella de un periodo oscuro de la historia argentina.

Atav está ambientada en la sociedad preperonis­ta, en el caldo de cultivo que va armando un sujeto social que rinde culto a la tierra, más que a la nación y sus emblemas. Los personajes luchan por la diaria, sufren las arbitrarie­dades o se enfrentan al poder que lleva el sello de Torcuato. El esquematis­mo no deja de ser atractivo.

Contra la supremacía turca Y después está el amor. No faltan las parejas imposibles o desencontr­adas. Pero, sobre todo, el guion instala distintos tipos de mujer y establece entre ellas una sororidad contemporá­nea que pone rostros y nombres a la rebeldía frente al mundo asimétrico que dominan los hombres.

El tratamient­o de las cuestiones de género funciona muy bien en la novela, con las mujeres haciéndose eco de sus pares. Lucía escribe un libro en venganza, un libro sobre Raquel, la síntesis de todas las formas de esclavitud. Lucía Morel (Delfina Chaves) escribe y resiste.

La realidad del prostíbulo y “las polacas” como parte del cargamento más preciado son una caracterís­tica del negocio de la trata. Esa descripció­n que no sobrepasa ningún límite de la sensibilid­ad del público de la televisión abierta extiende su sombra hasta la actualidad. Ya no llegan las polacas, chicas indefensas e ignorantes del idioma, en la tira, pero lamentable­mente hay otras y el negocio continúa. La telenovela pone sobre la mesa el tema, sin entrar en distincion­es revolucion­arias entre trabajo sexual y trata.

Después de la presencia abrumadora de las telenovela­s turcas (de todo tipo y tono: lineales o históricas, suntuosas o mediocres, interesant­es o extremas en sus planteos), una ficción como Atav vuelve a tomar la delantera por el nivel de producción y la solidez del contexto narrativo. Si bien la acción se desarrolla en unos pocos espacios y condensa en una calle todos los mundos (el conventill­o, la casa del señor, el club social, la librería), el vestuario rinde homenaje a los tiempos del radioteatr­o, con una fuerte estratific­ación social a partir de la imagen.

Ganadora del Martín Fierro de la Moda al Mejor Vestuario, esta tira pone el énfasis en ese rubro que crea por sí mismo toda una época.

Atav salió a pelear rating con una historia genuina, el eco de un imponente imaginario que se amasó en esta tierra con muchos relatos de todas partes y sus respectiva­s ausencias. Será por eso que los espectador­es se asoman con curiosidad y entusiasmo a la década en la que la modernidad todavía no había transforma­do a los habitantes de la ciudad en seres anónimos. Esos personajes son los protagonis­tas de una lejana Buenos Aires de cuento.

La promesa de Pol-Ka es volver en 2021 con el retrato de la década de 1960 en Argentina. No faltarán polémicas ni personajes. De ser así, habrá que ver qué pasa con una ficción metida en el caldo de los desencuent­ros más violentos.

LA TELENOVELA CONSIGUE REUNIR LAS HISTORIAS DE PERSONAJES A LOS QUE LA AUDIENCIA SOSTIENE CADA NOCHE.

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De época. La tira está ambientada en una Argentina preperonis­ta.

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