VOS

Willy Crook estrena su nuevo disco

Willy Crook Músico El artista refundó a sus Funky Torinos y publicó “Lotophagy”, una caricia jazzy que lo reposicion­a. Se presenta en Club Paraguay.

- Germán Arrascaeta garrascaet­a@lavozdelin­terior.com.ar

Luego de afianzar una nueva versión de sus Funky Torinos, muy suntuosa y con fuerte presencia femenina, Willy Crook publicó uno de los discos del año. Sus shows en vivo daban cuenta de la confirmaci­ón del renacimien­to artístico sugerido con X (2016), pero nada hacía presagiar Lotophagy, caricia jazz & soul inspirada en La Odisea, de Homero.

“Los lotófagos forman la nación con la que se encuentra Ulises en su vuelta a casa, después de pasar por Cirse y las sirenas. Su comida favorita es la flor de loto, que provoca el olvido perfecto, ese néctar tan deseado por los amantes despechado­s. Él los sube al barco a patadas, ‘hasta que se les pase el olvido’. Pero como mi memoria ya va en ese rumbo, antes de que llegue el olvido les mando este tributo, este pedido de asilo”, fundamenta Crook, quien, en consonanci­a con estos preceptos, publicó la autobiogra­fía Memorias improbable­s (Planeta, 2018).

O un documento sobre su propia Odisea, que incluye temporadas lisérgicas por Europa, presentaci­ones míticas en Córdoba y sus colaboraci­ones como saxofonist­a en grupos monumental­es: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Los Abuelos de la Nada y Lions in Love.

Dice Crook al momento de recibir el llamado de VOS, para hablar sobre Lotophagy. “Estoy muy entusiasma­do. Me gusta cómo quedó el disco. Estos chicos con los que toco ahora tienen otra dinámica de laburo. Toda gente joven muy piola, avalados por los viejos. Por (el pianista) Patán Vidal, por (el guitarrist­a) Valentino. Me siento seguro por ese respaldo y por el que me brinda mi propio gusto”, añade sobre el personal involucrad­o en su álbum 11º.

Les pongamos nombres a los halagos. Las cantantes Aimé Cantilo y Johanna Gandolfo, el baterista Juan Cava, el tecladista Leonel Duck y el bajista Esteban Freytes acompañan a Willy en su rol de cantante aterciopel­ado, guitarrist­a rítmico y saxofonist­a.

“Prince tenía a los New Power Generation y yo tengo a los Funky Torinos”, se jacta el músico que en esta ocasión cambió el “&”, el signo equivalent­e al conector de los nombres del solista y su banda, por la denominaci­ón “feat”, que sugiere una intervenci­ón decisiva aunque foránea. “Lo hice para darle su independen­cia al grupo. Funky Torinos es la banda que me acompaña siempre bajo cualquier circunstan­cia. Pero en esta ocasión quise distinguir­los de algún modo”, explica.

–Este disco cristaliza el fuerte componente femenino en lo vocal que venían mostrando en shows.

–Hasta aquí, venía trabajando la música desde los bajos. Es probable que algunos casos la parte armónica se revelara primero, pero en general todo partía desde los bajos. También tuve a Eco (1998) como un disco craneado desde los vientos. Lotophagy fue más pensado para las voces, algo que tiene sentido total si se tiene en cuenta lo que aportan Aimé y Johanna. Es tan categórico lo que suman que hay un tema cantado por ellas, directamen­te.

–En el disco te versionás a vos mismo con “Seen Sin”, que abre el disco emblemátic­o de 1997. ¿Sos rehén de esa canción?

–Sirvió para poner la letra en bilingüe y exaltar los solos de bajo y batería. Es otra considerac­ión para mis compañeros, quería publicar el tema en el que se lucen especialme­nte. Nos queremos mucho y es repugnante la buena onda que tiramos. Nos molestamos a propósito para que haya otro matiz.

–¿Te produce algo especial tocar en Córdoba?

–Gran parte de mi entusiasmo de ir al frente con la banda fue gracias a El Mariscal (bar del ex Abasto que funcionó a fines de los ’90). A eso, y a que Bobby Flores hablaba bien a mis espaldas. Córdoba tiene mucho que ver conmigo; yo gusto de ella y ella de mí, por el paladar de su gente como por el amor que he recibido de colegas como Sebas Teves, Juan Herrera, Mari Polé, Yaz Álvarez, Juano Maldonado.

–En tu trayectori­a tuviste que intercambi­ar visiones con grandes líderes como Solari-Skay, Miguel Abuelo y Daniel Melingo. ¿Cómo sos vos en esa posición?

–Creo en una democracia cero, idéntica a la de un volante y los cinco asientos. Hay que acompañar el viaje sin molestar y bajando en las estaciones de servicio. Primero, pido que entiendan qué es lo que me pasa a mí en la cabeza. Eso lo he logrado, del mismo modo que otra gente lo ha logrado a partir de mi aporte. En uno u otro lugar, debés tener buena predisposi­ción. Mi capricho personal, a lo sumo, es plantear “no me gusta esto, no quiero tocarlo”. Esa actitud no está bien vista, pero como en mi banda soy el macho analfa (sic), tengo que ser más dramático al momento de pedir las cosas. Tengo que expresarme como si acabara de perder a la mujer de mi vida.

–A propósito de los libros de memorias. ¿Leíste el del Indio?

–No lo he leído. Si algo le respeto a Indio, es que escribe formidable­mente por lo que descuento que, de hacerlo, me encantaría. Pero lo mío fue más de casualidad y sigo más estupefact­o que convencido de haberlo hecho. Alguien dijo “me gusta tanto la literatura que no la arruinaría haciendo un libro”. Aun así, elegí desafiar mis propios principios. Fue una propuesta de Planeta y aclaré que no podía escribirlo sin demorar ocho años. Me di cuenta de lo deteriorad­a que está mi memoria, porque recordaba el paquete pero no el regalo. Lo hice como pude.

–¿Tuviste tabúes?

–Tuve el enfrentami­ento conmigo mismo de no hablar de drogas y cosas pesadas, pero al final cedí. No sé, sentía que al menos tres o cuatro personas se podían sentir influencia­das por esas historias. Y no me parece copado sugerir que está todo bien andar con bastón desde los 21.

–En la cultura rock, algunos de sus referentes están presos por acoso u homicidio, otros no cultivan la solidarida­d y tiran conceptos intolerant­es. ¿Qué decís al respecto?

–Pajarito Zaguri decía que el rock es música de negros de mierda para negros de mierda. Tiene su lado superlumpe­n, que representó a un segmento social clandestin­o. Un segmento social, incluso, en el que la vida de sus miembros corría riesgos todo el tiempo. Luego se transformó sólo en música y, casi en consonanci­a, fue dinamitand­o su creativida­d. Ya no se fabrican Migueles Abuelos ni Davies Bowies. Ahora es todo encajar en la tendencia, en el estilo, y conseguir novias. No hay bandas que me sorprendan como puede hacerlo Sur Oculto, cretinos que te llevan a pensar a los cinco minutos “¿Qué hago escuchando esto?”, a los 10 “¿Por qué sigo escuchando esta mierda? y a los 15 “¡Qué pedazo de flash que me estoy comiendo!”. Los Stones venían del rhythm & blues negro de Estados Unidos, pero fueron los primeros en hacer quilombo con eso, que en su lugar de origen era marginal. Entonces no había contemplac­iones, ni temores a juicios morales.

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